sábado, 27 de julio de 2024

La crucifixión es la muerte más cruel y terrible que el hombre ideo para vengarse de sus semejantes. Cicerón la describe como la muerte más cruel y horripilante, y Tácito se refiere a ella como una muerte vil. Provenía de Persia, donde aparentemente surgió del deseo de evitar que el condenado corrompiera la tierra, que era sacrosanta para la Aura Mazda (Ormuzd) de Persia pasó a Cartago y a través de ella a los romanos, que la empleaban como castigo de los rebeldes, y los tipos inferiores de criminales. Josefo, testigo ocular, relata como Tito, crucificó tantos judíos cautivos y fugitivos durante el sitio de Jerusalén ¡que faltaba espacio para las cruces y cruces para los condenados!.

Por otra parte es bien sabido que los funcionarios romanos crucificaban judíos con frecuencia: en una oportunidad Varo crucificó a dos mil, y Cuadrato y Félix lo hicieron con muchos otros. Pero afirmar que los judíos crucificaron a Jesús o que fueron responsables de su muerte por crucifixión, es algo groseramente falso. A lo sumo, solo alguno de los aristocráticos saduceos participaron en su arresto e indagación preliminar y en la entrega del reo a Pilatos. No obstante estando en Judea en la dolorosa situación de ese entonces, cualquiera que pretendiera ser el Mesías no podía dejar de llevar al desastre a la Nación y al pueblo: los “políticos prácticos” que eran los saduceos debían tomar en cuenta ese peligro nacional.

No se hizo en el caso verdadera justicia: ni el Sanedrín ni Pilato indagaron con la profundidad suficiente para descubrir que Jesús no era un rebelde; el Tribunal Saduceo no prestó atención escrupulosa al hecho de que el nazareno no era “blasfemo”, ni “falso profeta”, ni había incitado a la idolatría, en el sentido bíblico o de la Mishná.

De los dos cargos que el Sanedrín hizo a Jesús –blasfemia y pretensiones mesiánicas- Pilato solo tomo en cuenta el segundo. Jesús era el Mesías Rey y, desde el punto de vista romano, siendo que no podía poseer ninguna noción sobre el aspecto espiritual de la idea mesiánica hebrea, tenía frente a sí al “Rey de los Judíos”. Ello constituía una traición contra el Emperador, para lo cual la Lex Juliana, no conocía más que un castigo: la muerte y la muerte en tal caso prescripta para aquellos que fuesen traidores rebeldes era la crucifixión.

El flagelamiento precedía siempre a la crucifixión. Este era un castigo horrible, que reducía el cuerpo desnudo a girones de carne despellejada y a cardenales inflamados y sangrantes.

Después del flagelamiento, Jesús fue entregado a los soldados romanos. Los Evangelios describen como la tosca soldadesca romana lo ridiculizó: lo vistieron de purpura y le pusieron una corona tejida de akabit o “espino judío”; no era “una corona de espinas”, puesto que la intensión no consistía en herir su cabeza sino en burlarse de su carácter de “Rey”, ataviado con una “corona”. Lo saludaron mofándose (“¡salve Rey de los Judíos!”), lo golpearon en la cabeza con una caña (el cetro real), lo escupieron y de rodillas le hicieron reverencias. Después de burlarse de este modo le quitaron la purpura, le pusieron sus propias vestiduras y lo sacaron para crucificarlo.

Los romanos, en otra considerable muestra de su crueldad, insistían generalmente en que aquellos que “salían a ser crucificados” llevaran sobre sus hombros la cruz en la que habrían de morir. Pero a Jesús, después de una larga noche y del flagelamiento, las fuerzas lo abandonaron completamente: como a la mayor parte de los “Rabíes”, era probablemente un hombre delgado y extenuado. De modo que cuando los soldados que lo escoltaban encontraron a Simón de Cirene (Cirenaica, África) un habitante de Jerusalén (cuyos hijos Alejandro y Rufo se habrían unido posteriormente a los cristianos) “que venía del campo” (detalle que demuestra que no era un día festivo aunque no se dice si había trabajado o estaba caminando), lo obligaron a cargar la cruz. Desde el pretorio de Pilato en la Torre De Fasael fueron al Gólgota (así llamado porque era una colina en forma de calavera, y no por ser un lugar de ejecución y estar lleno de cráneos humanos).

La crucifixión, comenzó, según el sistema horario oriental, “la tercera hora” del día, es decir, a las nueve de la mañana; continuó hasta la novena hora, esto es las tres de la tarde. La muerte por crucifixión generalmente no sobrevenía tan rápido: por muchas fuentes sabemos que a veces tardaba dos días o más. Esto demuestra que Jesús estaba muy débil. Los horribles sufrimientos físicos desbordaban su poder de resistencia, y es difícil que los padecimientos espirituales fueran menores.

¡El Mesías crucificado! ¡El “hijo del hombre” colgado, sin que llegara ayuda de lo alto! ¡El Dios grande y bondadoso, Padre de todos los hombres, su propio Padre Celestial, especialmente próximo a él, amado Hijo y Mesías, ese Dios no acudía a ayudarlo, a librarlo de la agonía, a salvarlo mediante un milagro!. En la terrible zozobra de su corazón reunió todas las fuerzas que le quedaban y gritó en su lengua materna en el lenguaje del libro que más había amado: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”. Mateo y Marcos conservan en transliteración griega las mismas palabras, casi con su pronunciación hebreo aramea: Eloi, Eloi, ¿lama sabajtani? Wilhelm Brandt ha formulado la observación de que un hombre que sufre terribles torturas en la cruz “no efectúa citas”. Jesús sin embargo, estaba tan penetrado del espíritu de la Escritura que comenzó y concluyó su carrera (en el bautismo y la crucifixión con citas de aquella. En conjunto, es improbable que la Iglesia pusiera un versículo como éste en boca de Jesús si él no lo hubiera pronunciado realmente: hay en esas palabras un desacuerdo con las creencias cristianas referentes a Jesús y a sus sufrimientos. Tanto Marcos como Lucas relatan que quienes estaban en torno de la cruz oyeron que Jesús pronunciaba Elohi o Eli, creyeron que llamaba a Elías, y dijeron: “dejad, veamos si viene Elías a bajarlo”. Lucas, sin embargo, que no encuentra que este versículo sea propio de Jesús, el Hijo de Dios, lo reemplaza por otro más adecuado: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. El Cuarto Evangelio no menciona ningún llamado a Dios. Finalmente, vencido por los sufrimientos, Jesús dio una gran voz …. y entregó el espíritu.

A cierta distancia de la cruz estaban María Magdalena, María, la madre de Santiago el menor y de José, Salomé y otras mujeres que habían seguido al maestro desde Galilea. Los discípulos varones temían permanecer cerca del lugar, por miedo de que se los sospechara de haber estado vinculados con el crucificado Jesús.

Las mujeres no tenían ese temor: nadie en Oriente habría prestado atención a una discípula. Podemos imaginar lo que pensaban y lo que sufrían, y cuál era el estado mental de todos los seguidores de Jesús. Podemos imaginar lo que pensaban y lo que sufrían, y cuál era el estado mental de todos los seguidores de Jesús.

Ya era tarde, y estaban en “vísperas de Shabat” (según Marcos y Lucas); también era víspera de Pascuas debían, en consecuencia, apresurar el entierro del crucificado. La costumbre en Persia, Cartago y Roma era dejar el cuerpo en la cruz, como elemento para las aves del cielo. Es dudoso que incluso los romanos siguieran esa costumbre en Judea. Respetaban hasta cierto punto el mandamiento de la Tora: “su cuerpo no quedará toda la noche”, especialmente cuando, como en este caso, se trataba de un individuo importante. Uno de los ancianos de Sanedrín, José de Arimatea, se apersonó a Pilato (probablemente a pedido de los discípulos) y pidió el cuerpo del reo. El romano se sorprendió de que hubiera muerto tan pronto, y quiso que el centurión que controlaba la crucifixión verificara la noticia. El centurión lo hizo y Pilato cedió el cuerpo de Jesús a José de Arimatea, el que, según parece, era una persona importante en Jerusalén.

José compro la mortaja, envolvió el cuerpo y lo colocó en una tumba tallada en la roca, similar a muchas que se conservan hasta la actualidad. Según la regla de la Mishná los ajusticiados por orden del tribunal no eran enterrados en tumbas privadas sino en otras apartadas. Pero Jesús no fue ejecutado por orden del tribunal judío, sino de las autoridades romanas, se trataba, además, de un caso de emergencia. Hasta la entrada del sepulcro se hizo rodar una pesada piedra, como las que ahora encontramos en muchas cuevas – tumbas palestinas. Y así concluyó el entierro de Jesús. Aquí termina la vida de Jesús y comienza la historia del cristianismo.

 

Párrafos extraídos del libre: “JESUS DE NAZARET – su vida, su época, sus enseñanzas” – Joseph Klausner

 

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