
Desde mi primer día de clases en la escuela secundaria de El Hoyo, habiendo tomado
lista de los estudiantes presentes, me llamó la atención la cantidad de apellidos de
extraño origen para mí.
Mis viajes desde Lago Puelo, donde vivo, hasta la escuela ubicada en la vecina
localidad, en oportunidades se veían amenizados por la agradable charla de algún
poblador que subía mientras hacía dedo en la ruta. Es así que en varias oportunidades
charlando con estos ocasionales acompañantes sobre la gente del pueblo, sus orígenes,
las distintas corrientes inmigratorias me fui enterando el porqué de aquellos apellidos
“raros”.
Mi curiosidad de recién llegado, me llevó a convocar, tiempo después, una tertulia con
padres, abuelos y parientes de aquellos estudiantes.
Era una tarde soleada en la que predominaban las distintas tonalidades del verde de los
mallines y del bosque solo contrastando con el amarillo intenso de las retamas, la
policromía de los lupinos y las cumbres nevadas de nuestros cerros protectores.
Este paisaje bucólico, cuya tranquilidad solo se veía alterada por el grito de las
bandurrias volviendo a sus nidos en un bosquete de pitras y el estridente chillido de los
teros anunciando que alguien se acercaba, se convirtió en el marco en el que
empezaban a fluir los recuerdos de un puñado de ucranianos curtidos por los fríos
patagónicos y de manos callosas por el laboreo de sus chacras.
Estos inmigrantes provenientes de las tierras de los Cosacos, encontraron en estos valles
patagónicos su lugar en el mundo, y ya en el otoño de sus vidas rememoraban, en este
reencuentro, entre mates y tartas típicas, aquellos tiempos en los que eligieron emigrar.
Yo, en busca de historias del lugar, estaba ansioso por registrar aquel momento, sus
vivencias, alegrías y tristezas, propias de una vida de sacrificios lejos de sus orígenes,
donde seguramente quedaron parte de sus afectos. Tiempo antes me había anoticiado de
que algunas de estas personas, hoy vecinos en este rincón cordillerano, también lo
habían sido en sus aldeas europeas, y aquí, a miles de kilómetros pudieron reencontrase.
Ya había quedado grabada en mi memoria por contadas anteriores aquella despedida, de
Mena con su amigo y vecino Kolb en su casa, momentos antes de que éste se dispusiera
a emprender su viaje en sulky junto a su familia, desde su aldea hasta Kowel: “Don
Kolb usted va a ver cuándo yo llegue a vuestra casita en Argentina, golpee su puerta y
lo salude en nuestro idioma…”.
Mientras cebaba un mate don Eufemio comenzó la charla: “Polonia era una miseria de
esas que no tiene nombre, era un país chiquito, que tenía 30 millones de habitantes,
era como la provincia de Buenos Aires, así que ya la gente esperaba cualquier cosa, cualquier revolución, cualquier comunismo, cualquier cosa que venga, el rico era
rico y el pobre muy pobre, trabajábamos por 4 horas unos y 4 horas otros en las
fábricas allá, para que vos vivas un poquito y otro poquito, entonces la gente se
movió, el que tenía unos pesitos, un campito, una chacrita para vender, juntar una
visa de dinero, porque no dejaban así venir, tenías que tener un poco de dinero, y
bueno con esa platita llegaron mis padres y compraron esta chacra”.
Al finalizar su relato, con dudas consulté porqué hablaba de Polonia si ellos decían ser
ucranianos, casi al unísono los presentes me respondieron que si bien ellos eran
ucranianos habían arribado al país con pasaporte polaco ya que en esos años de la
década del 30 esa región ucraniana estaba ocupada por Polonia.
Esa década, en Europa, fue una época difícil. Él tantas veces invadido territorio
Ucraniano se encontraba dominado al Oeste por Polonia, al Este por Rusia y al SurOeste por Rumania y Checoslovaquia, ya desde 1922.
Por esos años se sufría el hambre como consecuencia del empobrecimiento del
campesinado por haber sido forzado a la colectivización de la agricultura en territorios
vecinos, el pago de impuestos muy altos, las persecuciones del régimen comunista y la
sospecha de una nueva guerra que crecía. Estas circunstancias parecían no dar una luz
de esperanza a las generaciones jóvenes.
Eudokia, luego de intercambiar palabras con su vecino Eufemio, intervino reforzando lo
relatado por aquel y recordó que su padre discutía con un cobrador de impuestos del
gobierno “(…) yo le pague, ya no voy a pagar más y usted no me va a venir a cobrar
más, porque estoy preparando viaje para Argentina, allá en Argentina no me van a
venir a pedir tanto, solo lo que corresponde. Tengo viaje para ir a América a la
Argentina”.
A cada recuerdo, cada uno de los presentes asentía con la cabeza, como afirmando haber
vivido una situación similar. El clima tenso y enrarecido en su tierra natal, había
motivado a familias enteras a embarcarse en largas travesías hacia América, y muchas
veces con un destino final incierto. Con cierta pesadumbre Piotr, interrumpe a Eudokia
interviniendo en la charla “en aquel entonces, se sentían rumores de una nueva
guerra y como mi padre ya había pasado la guerra del año 14, recordándolo dijo:
Bueno, tenemos que emigrar porque es muy posible que estalle la guerra y anda a
saber qué suerte vamos a correr acá, así que decidieron ellos con mi madre, de salir
de Polonia hacia Canadá. Hicieron todo el trámite, los papeles y llegamos a Puerto
Gdynia, en el Mar Báltico, a donde nos demoraron, aproximadamente 20 días,
porque el barco no llegaba al Puerto para poder trasladarnos hacia el destino de
Canadá. En ese lugar se encontraba mucho emigrante, se aglomeró gente, enorme
cantidad y se hicieron conocidos con un tal José Malenoski, que fue a Polonia a
buscar a su familia y su esposa para traerlas a la Argentina. Él tenía un campo en
Misiones, en Oberá, así que los convenció a mi madre y a mi padre de que cambien de
pasaje y vengan a la Argentina (…)”.
Marushka, visiblemente emocionada, se une a la cahrla con su dramático relato como si
ella misma hubiese vivido lo que su padre Pantalimón le contara… aún estaba fresco el
recuerdo del horror vivido en la primera guerra mundial, “(…) el abuelo era militar –
contaba mi padre – con el cargo de guardaespaldas del Zar, con la Guerra de 1914, el
abuelo reunió a la familia, realizó un pozo de 3 metros de profundidad guardando en
un cajón de madera una importante cantidad de cereales y semillas, luego lo enterró,
para que luego de la guerra su familia tuviera alimento y semillas para comenzar a
sembrar. El abuelo le dice a su familia que él se va a la guerra y no sabe si va a
volver, entonces les aconseja que huyan de la aldea hacia las montañas y el bosque
para protegerse de la guerra. El abuelo se despidió y nunca más volvió. Por aquel
entonces, mi padre tenía siete años y recordaba que con su madre y unos cuatro
hermanos abandonan la aldea. En las montañas pasaban hambre, se alimentaban de
raíces. En una oportunidad en la que recorría el bosque solo, en busca de refugio,
divisa a lo lejos una cabaña con luz, piensa que por suerte estará a salvo, se dirige a
la cabaña y se encuentra que el marco de la puerta de entrada un hombre estaba
ahorcado, ingresa a la vivienda y su impresión aumenta al ver al resto de la familia
degollada, con miedo se acurruca en un rincón y pasa la noche. Pantalimón y sus
hermanos quedan huérfanos, a los 13 años vivió un tiempo con una tribu de Cosacos,
quienes le enseñaron a domar y amaestrar caballos y pruebas de destreza y de fuerza
a base de la práctica del control mental”.
Yo con asombro seguía este reencuentro de inmigrantes de distintas generaciones que
testimoniaban su experiencia o la de sus padres y abuelos, envueltos en una especie de
melancolía y euforia que los movía a contar sus historias de vida.
Estos aldeanos ya conocían, gracias a las agencias argentinas en el exterior, que nuestro
país fomentaba la inmigración desde Europa para poblar los vastos territorios
deshabitados. Sabían que juntando un dinero y herramientas agrícolas nuestro gobierno
les ofrecía atención en la llegada, alojamiento y posterior traslado de las familias al
lugar de destino final, donde se encontraban las tierras fiscales para su colonización.
La llegada de inmigrantes ucranianos, más allá que en sus pasaportes, según el período,
figuraban como ciudadanos polacos, austríacos o rusos; ya se había iniciado allá por el
año 1897 y se intensificaría en el período comprendido entre los años 1920 a 1939.
En ese momento se me venían a la cabeza, relatos de otros vecinos también llegados a la
zona: en general salían de sus pequeñas aldeas de origen como Kamin Kosinsky,
Wielinczu o Derewek, entre otras. El primer tramo del viaje, hasta la ciudad más
cercana Kowel, lo realizaban en sulki y desde allí hasta el Puerto de Gdynia, pasando
por Varsovia en largas jornadas de tren. En el puerto embarcaban en obsoletos buques
de bandera polaca los que realizando peligrosas travesías lograban desembarcarlos
nuevamente en Inglaterra o Francia en donde transbordaban a grandes transatlánticos
para llegar hasta América. Los viajes duraban meses. Finalmente, el destino ansiado era
el puerto de Buenos Aires en Argentina donde se alojaban en el Hotel del Inmigrante
durante algunas semanas hasta que continuaban su marcha hacia “la tierra prometida”.
Usualmente alguien del grupo o de la familia, emprendía un viaje de reconocimiento
hacia los distintos puntos del país en donde se radicarían. Para el caso de ucranianos y
polacos el destino eran las provincias de Misiones, Chaco y Mendoza.
Don Pawel interviene contando su historia “Salimos de Czmykos en 1936 cuando yo
tenía 6 años desde el Puerto de Dancing hasta un puerto francés donde esperamos
diez días para abordar otro barco el “Paquebot Jamaique” con destino el puerto de
Buenos Aires donde el pasaporte ya tenía asignado como destino final el Chaco. Al
arribar mi padre compra una chacra de 240 has. y se dedican a la agricultura. Mi
padre y mi tío no soportaban tanto calor con temperaturas de 45º por lo que deciden
trasladarse a El Bolsón, primero viaja mi padre, llega hasta El Hoyo donde se
encuentra con otros ucranianos y avisa a mi tío que traiga a todos. En Septiembre de
1940 llegamos y nos dedicamos a la agricultura”.
Sin embargo, muchas de estas familias optaron por otras latitudes aduciendo la
presencia de un clima muy cálido al norte y la abundancia de “bichos”.
Eleuterio, hijo de Mena, entre risas y complicidades con sus vecinos y antiguos
compañeros de viaje, recordó “(…) y nosotros nos quedamos en la inmigración (Hotel
de Inmigrantes -Bs. As.), ahí quedamos y mi padre fue primeramente al norte para ver
si podía conseguir tierra, porque nosotros veníamos a colonizar, decían. Trajimos
carro, trajimos arado, trajimos apero para los caballos,…nos faltaba traer el caballo,
no más, jajajaja … Y no le gustó a mi padre por allí, resulta que un día se nubló, iba a
llover, dice. Resulta que cayó una langosta tan grande que se tapó el sol, se puede
decir. El trigo estaba a medio crecer y lo limpió todo. Entonces a mi padre -que allá
en Europa, aparentemente nunca se acordaron de que haya esos bichos-, no le gustó.
No dijo nada, agarró y se fue. Y no volvió más y se largó para estos lados”.
Es así que movidos por relatos obtenidos de paisanos que conocían el Sur, decidieron
viajar a estas tierras que tenían fama de poseer un clima y una aptitud para el cultivo,
similares a las de su lugar de origen. Habiendo rechazado radicarse en Misiones o
Mendoza, se vieron obligados a solventar los gastos del viaje y compra de tierras.
Hurgando en su memoria, Elenka lanzo una risa contagiosa. Parecía que sus recuerdos
le venían con claridad y no podía disimular la gracia que le causaba la anécdota a punto
de narrar. Se trataba de un hecho ocurrido en el Hotel de Inmigrantes: “(…) y ahí
esperaron, no sé, como veinte días. Mandaron a Mena. Lo mandaron y juntaron el
dinero, y bueno para que venga a ver, que estaban los Kolb acá, que eran vecinos de
mis padres allá (en Europa), tenían el campo cerca. Entonces, como se habían venido
antes, que venga a ver cómo era el clima, y cómo era el paisaje y todo, para ellos
poder venir para acá. No querían irse para el norte, a Mendoza o Misiones. Entonces
lo mandaron. Tardó unos días y llegó allá, muy contento y chistoso, como era, llegó
disfrazado como gaucho. Ellos se reían porque se venía con bombachas, faja y bota y
poncho y todo, cuchillo y “tenedor”, sabían decir para cargarlo, porque ya venía con
todo el equipo completo…jajajaj”. El recuerdo desató de inmediato las risas de todos.
Nuevamente se produjo un tácito acuerdo de los contertulios a la hora de rememorar la
travesía que iniciaron allá por el año 1937 desde Buenos Aires hasta la punta de rieles,
en la rionegrina localidad de Ingeniero Jacobacci. Se vieron deslumbrados por la
riqueza de los campos de la Provincia de Buenos Aires, “kilómetros y kilómetros de
cultivos y animales”, pero al sur del Río Colorado el panorama se tornaba desolador.
Cientos de kilómetros de estepa y vegetación achaparrada comenzaban a minar las
esperanzas que traían.
De repente se levantó de la silla y pidió la palabra para intervenir eufórico don Stephan,
que hasta el momento se había mantenido callado pero atento a la charla para contarnos
sobre su propia experiencia, “(…) mi impresión de Argentina cuando yo salí de
Buenos Aires, no creía lo que mis ojos veían, toda la riqueza, primero expansión de
terrenos, las siembras, cantidad de trigo, animales, eso no vi nunca, esa es mi primera
impresión de la Argentina, pero eso fue hasta Bahía Blanca para acá cuando
empezamos por ese desierto lloramos todos, no tan solo las mujeres: todos y cuando
veníamos de Jacobacci hacia el Sur yo hasta que no vi el primer álamo en El Maitén
me quede muerto (…)”.
El viaje desde Jacobacci hasta El Bolsón debían hacerlo en camión, de esos que venían
a buscar o dejar mercaderías y pasajeros para trasladarlos a destino por rústicas huellas
de carros ante la impávida mirada de los ojos de extranjeros que desconocían las
dificultades de los caminos de montaña.
Nuevamente el recuerdo de Elenka enriquece la velada “(…) entonces trataron de
venirse, ahí en Jaccobaci había un camionero viejo de El Bolsón, el único camión,
que ahí hacía el correo. Venía a El Bolsón y ahí los trajo. Los traía por El Maitén y
no sé cuánto tardaron. Como tres días, creo. Con los chicos, mis viejos y estos otros
matrimonios. Bueno, cuando ya empezaron a subir por el camino, ya de El Maitén
para El Bolsón, esa subida, camino de carro, ya las mujeres empezaron a llorar que
querían volverse, que se yo!. Bueno, le hicieron señas al chofer, que pare, y bueno
paró el chofer. Entonces, mi padre agarró al viejo al que habían mandado, lo empezó
a pelear, porque dice ¿Por qué nos trajiste acá? si no hay camino, mi mujer se
descompone, se quiere volver, la otra señora llora, que nunca habían visto un camino
tan malo, que los llevaban al fin del mundo. Entonces, bueno, el pobre hombre (en
referencia al chofer), no entendía nada. Los separó como pudo. Sin hablar, a puras
señas, bueno, ahí siguieron y llegaron hasta El Bolsón”.
La ronda de recuerdos fue llegando a su final, corridos un poco por el fresco de la tarde,
y nuevamente fue Eleuterio quien concluyó la historia relatando el viaje previo, de
reconocimiento de su padre, mientras el resto del grupo esperaba en Buenos Aires: “Y
de ahí (Jacobacci) se vino en camión, no sé cómo se pudo, y se vino hasta acá, El
Bolsón. De El Bolsón, se fue caminando para el lado de El Hoyo – que a él le sonaba
porque conocía a Kolb – , y llegó por suerte a la policía y ahí se encontró con un
señor, un Sargento ruso, Ismael, se llamaba de apellido Ismael, él ahí vio que mi
padre no sabía nada de castellano. Mi padre no sabía ni escribir ni leer, ni hablar
castellano. Ahí él lo salvó en esta situación (…)”.
Estas familias finalmente llegaron a la localidad de El Hoyo, compraron sus primeros
lotes, todos ellos fiscales, a ocupantes de origen chileno y se radicaron también en los
alrededores dando inicio a una laboriosa actividad agrícola. Introdujeron un concepto
diferente respecto al cultivo y el uso del suelo; fueron conocidos en la zona como los
“polacos de las papas”.
Rápidamente a su llegada se integraron con la comunidad, sin organizar una
colectividad pudieron mantener vivas sus tradiciones, su cultura y su religión.
Fue su Fe católica de rito bizantino el núcleo aglutinante de este puñado de inmigrantes
que cada domingo asistían a sus ceremonias en una parroquia construida por ellos y que
de tanto en tanto achicaban distancia con la madre patria cuando algún sacerdote
visitaba a los fíeles de la diáspora.
Aún mantienen vivo el recuerdo del Padre Sapelak o Korol que los asistía
espiritualmente en este rincón de la Patagonia, compartían con ellos la historia de sus
ancestros en tierras de los cosacos y fundamentalmente todas las ceremonias del
santoral.

Son las nuevas generaciones las que como tesoro, guardan en la memoria familiar,
aquellos encuentros entre las familias inmigrantes en las que compartían el producto de
su trabajo chacarero en cada Pascua de Resurrección. Sus típicas recetas del vareniky, el
borsch de remolacha, la paska, o la kapusniak. Y nunca podían faltar las piezas
musicales de su terruño interpretadas por Don Skiepko con su acordeón, para amenizar
el encuentro.

Muchos de ellos se alejaron definitivamente del lugar que los vio nacer, de sus familias,
de sus amigos, otros no abandonaban la idea de volver a sus aldeas luego de finalizada
la guerra, y otros tantos, se reencontraron en el Valle de El Hoyo de Epuyén.
Tal es el caso de Mennan quien una tarde, luego de atravesar medio mundo, golpeó la
puerta de la casita de su amigo Kolb y lo saludó en su idioma, dobroho ranku, druzhe
Kolb (Buenos días amigo Kolb), tal como se lo había prometido un año antes cuando lo
despedía en su aldea natal.

Para entender el fuerte arraigo del ucraniano a su tierra, a su nación, luego de haber
perdido su nacionalidad en tantas oportunidades, tras las ocupaciones de distintas
naciones vecinas, es importante comprender el fuerte sentimiento nacionalista de su
gente apoyado y sustentado fundamentalmente por el amor a su religión y a la obra de
sus intelectuales, uno de los principales el poeta y escritor Tarás Shevchenko, autor del
célebre poema “Testamento”, cuyos ecos aún resuenan en la literatura moderna
ucraniana. Su obra siempre inspiró la libertad y el amor por su patria para las
generaciones de ese entonces y también para las posteriores, siendo hoy reconocido en
Ucrania y en toda la diáspora ucraniana en el mundo.
Actualmente Shevchenko es el poeta ucraniano más reconocido del mundo, muy
querido y admirado en su tierra, se le considera todo un símbolo cultural y nacionalista
del país. Además de haber sido un visionario de la Ucrania independiente, destacó por
ejercer un importante papel en el desarrollo del idioma ucraniano y en la formación de
la identidad nacional. Sus versos, hoy más que nunca convertidos en símbolos de la
resistencia frente al invasor ruso, se recitan y se cantan en las trincheras y en las calles
por soldados y por la gente de Ucrania como elementos para agitar los ánimos del
pueblo en su lucha contra el ejército de Vladimir Putin.
Por Marcelo D. Giusiano