sábado, 27 de julio de 2024

Las crecidas insuficientes del rio en los dos últimos años habían sacudido algo nuestra fe en la constancia de estas crecidas. Tratábamos por lo tanto de descubrir algún modo de obtener agua aun cuando el rio no creciera como de costumbre. A lo largo del valle del Chubut, a ambos lados del rio, corren dos depresiones naturales, o sea, dos antiguos lechos de rio, según los llamábamos nosotros. Aparentemente del rio, en épocas anteriores, se ramificaba en tres brazos o más bien en un rio con dos brazos laterales. Las bocas de esos brazos  se habían cerrado de modo que el agua no corría por ellos sino en casos de grandes crecidas. Algunos opinaron que convendría abrir la boca del brazo norte como para poder regar la parte inferior del valle cuando el rio estuviera demasiado bajo como para regar con los con los canales abiertos frente a los terrenos de cultivo. Como el valle tiene declive hacia el mar, al hacer pasar el agua al antiguo lecho veinte millas más arriba que donde se necesitaba, tenía la misma altura que la tierra en aquel lugar, mientras el agua del rio frente a los cultivos no tenía suficiente altura, ya que el declive del rio es igual al declive del valle. Se abrió pues la boca del antiguo lecho del lado norte y entro el agua ni bien creció un poco al rio. Se convino luego que todos sembraran una porción de tierra (virgen en aquella época) que no estuviese lejos del extremo inferior del valle. Este era terreno limpio y por lo tanto relativamente fácil de trabajar; sin embargo, todos procuraron ararlo un poco, porque tenía aquí y allá cierta vegetación.

LOS INDIOS NOS ROBAN LOS CABALLOS

Una noche, cuando recién habíamos comenzado a labrar esa tierra y, desprevenidos, no nos preocupábamos por el mal vecino, bajo un grupo de indios ladrones, entre las nueve y las diez de la noche se llevaron todos los caballos que encontraron a mano, sin que se enteraran de ello sino unos pocos pobladores. Uno o dos habían visto un grupo de indios y al oír el tumulto de un arreo de animales, fueron en busca de los suyos, pero no había ninguno a la vista. Llamaron entonces de casa en casa y en ninguna parte encontraron los caballos, y antes de medianoche, habían comprobado que habían sustraído más de sesenta animales. Enseguida se alzó el grito a toda la colonia, y temprano, al día siguiente, un grupo de numerosos de colonos emprendió la persecución, mas por falta de prudencia y organización no lograron recuperar los animales. No éramos en realidad un grupo apropiado para perseguir a un grupo de indios cuyo número ni siquiera conocíamos, pues aunque todos teníamos rifles, alguno de estos no estaban en condiciones de uso, mientras que a su vez muchos de los colonos no los sabían manejar. Además nos faltaban caballos, pues casi todos los que había a mano habían sido robados y se necesitaba tiempo para buscar a los otros en un campo abierto como era entonces el valle. Y algunos habían partido tan a prisa que se olvidaron de llevar las municiones. De manera que aunque algunos de los pobladores llegaron a avistar a los ladrones a unas cincuenta millas rio arriba, no se animaron a enfrentarlos en lucha, porque se encontraban en inferioridad, tanto en número como en preparativos. Y así, debido a nuestra inexperiencia en semejante situación, cosa que sabían muy bien los indios, estos se quedaron con un botín de sesenta y cinco caballos.

Este robo resulto una perdida inmensa para la colonia, sobre todo en esa época del año en la que trabajábamos la tierra. Es cierto que teníamos otros caballos, pero los que estaban a mano y habían sido robados eran precisamente los que servían para el trabajo. Pero a pesar de esta perdida y de la molestia que causo a los colones, ese año se sembró bastante. Y poco después de sembrar cayó una fuerte lluvia que hizo brotar el trigo y cubrió de verde los campos. Mas el rio creció poco y tarde, y antes de que muchos pudieran conseguir agua, el trigo se marchitaba y ya ni valía la pena regarlo. Aunque algunos lograron una pequeña producción, en general, podría afirmarse que la cosecha de este año, o sea de enero y febrero de 1872, fue un nuevo fracaso.

En el transcurso de este año de 1871, entro en el puerto, en la desembocadura del rio, un gran barco inglés, bajo el mando del capitán Roberto Stephens, y allí por accidente o por descuido, se fue a pique, sobre la playa, incendiándose luego. Toda la parte que estaba fuera del alcance de la marea se quemó completamente. De esta nave obtuvimos varias cosas útiles. Y sobre todo pudimos iniciar de nuevo la cría de porcinos, y lo que es más, de raza inglesa. Aprovechamos además su madera para construcciones y otros fines.

 

Fragmento del libro: “Crónica de la colonia galesa”, de Abraham Matthews

 

 

 

 

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