“…todo me llega tarde hasta la muerte, como si uno pudiera decidir lo que le gusta, esta gente que me rodea, ya es muy tarde, la muerte no será tan mala después de todo si lo que uno deja está tan podrido, siempre ahí callada cuando no está así me mira con sus ojos desconfiados y duros siempre igual, treinta años mira que tener que haberla aguantado treinta años a mi lado, antes siquiera…”
El viejo tosió dos veces. La mujer que iba sentada a su lado preguntó abriendo de repente los ojos:
-¿Qué te pasa, viejo?
Y la hija que estaba junto a la madre:
-¿Qué le pasa a papá?
El viejo se llevó a la boca los dedos huesudos, largos, azulados, venosos, pálidos y temblones.
No les contestó.
“…nunca dice nada más que esas boberías porque es más hipócrita que el carajo, antes siquiera me iba para el ingenio durante la zafra pero desde que me vino esta bronquitis, nunca dice nada porque es muy hipócrita pero sé que tiene muchas ganas de largarme eso hace tiempo que lo sé lo sé lo sé, todavía me acuerdo de aquel viaje que dio a La Habana la conozco como si la hubiera parido volvió tan contenta y tan habladora y después en la cama buscándome aquella noche, a mí hasta la muerte me llega tarde, lo que he tenido que aguantar, allí mismo delante de todos los muchachos sin esperar que se fueran a dormir me empezó a pasar las manos por los muslos entonces decía que yo tenía unos muslos muy bonitos y fue subiendo y subiendo y yo de pendejo caí en la trampa aunque yo lo sabía todo ¿por qué estaba tan contenta entonces? Esa fue la noche que hicimos a Neyo por eso he tenido siempre atravesado a ese condenado muchacho y después…”
Volvió a toser convulsivamente y su hija vino y le dijo que se tapara bien y le preguntó que cómo se sentía.
“…es igual que la otra la vez que la encontré en el cañaveral con aquel tipo flaco, y ella me pasaba las manos por los muslos ¿por qué estaba tan contenta entonces?…”
Estaba harto de las dos. Lo habían estado asediando con sus preguntas y halagos durante el viaje a La Habana para ver al médico y después los días que estuvo en el hospital Calixto García. El médico había dicho que no tenía nada grave, pero había oído un trozo de conversación entre el médico y su hija y además él se sentía muy mal. Peor que nunca antes. Peor que cuando le había dado la hemoptisis y había estado cinco meses en aquel hospital sucio y triste en Santiago, el hospital civil. Respiró con fuerza y sintió un dolor muy agudo en el pecho. A él todo le llegaba tarde y con trabajo, hasta la muerte. Antes creía en Dios. Ya no creía en nada. No podía ni rezar. ¿Para qué rezar si Dios no se había ocupado de él jamás? Ni de él ni de ningún pobre. Abrió los ojos pero los volvió a cerrar enseguida: a través de la ventanilla del ómnibus todo estaba oscuro. Además cada vez que abría los ojos se sentía más mareado.
“…cuando traté de decírselo me miraba con esa cara de india mexicana que tiene y me decía: ‘No sigas diciendo esas cosas, viejo, deja eso ya’ lo que tiene que aguantar uno por los…”
Volvió a toser y se cubrió con la manta. Su hija dijo desde el otro asiento que ya faltaba poco, que eran las cuatro de la mañana y que a las seis llegarían a Bayamo. El gordo que iba sentado al lado de ella agitó las piernas, se cruzó las manos regordetas en el vientre y dijo que se callara ya, que se había pasado toda la noche hablando. Ella se encogió de hombros y no le contestó. Ahora su mujer había abierto los ojos y lo estaba mirando. Él levantó la vista y se miraron un momento.
“…años, veinte años, diez años, hasta hace diez años tenía esperanzas todavía pintaba me acuerdo allá en el ingenio pinté un paisajito que todo el mundo decía que estaba bien hasta Fernando que siempre se burlaba de mis pinturitas como decía él dijo que estaba muy bueno y después pinté al míster aquel del ingenio míster Stout el administrador entonces se formó un rollo que si le veían las venas de la cara y que si tenía los ojos colorados. ¿Cómo los va a tener un borracho después de veinticinco años tomando? Por eso me alegré cuando se murió cuando lo vi en la caja me dieron ganas de escupirle la cara mira que…”
Su mujer le pasó la mano por la frente y le dijo que creía que tenía fiebre. Él se quedó con los ojos cerrados.
“…treinta años a su lado, tenía la cara como si estuviera riendo aunque yo sabía que estaba muerto y me dieron ganas de escupirle la cara hasta muerto le tenía miedo y rabia mira que venir a romperme mi pintura el que se lo dijo y le llevó mi pintura fue el chota de Cuco pero ese ya se murió se han ido muriendo uno a uno, a mí hasta la muerte me llega tarde ¿cómo voy a pintar ahora con la casa llena de gente y estas dos mirándome todo el santo día? Mala pata que he tenido, a mí hasta la muerte me llega tarde, si hubiera aceptado aquel trabajo que me ofreció míster Hershey el del ingenio me acuerdo que llamó al secretario y le dijo en inglés que me dijera que me iba a fabricar una casa allá en la lomita aquella y que me quedara a trabajar allí con él no sé por qué me dio miedo siempre me ha dado miedo vivir en el campo desde que era niño le tuve miedo a la soledad del campo y tanto que me gustaba pasear de día por los cañaverales altos y subirme en las matas de noche siempre tenía miedo en cambio, a mí todo me llega tarde hasta la muerte, 1923, 1924, 1921 fue el año en que nació mi hijo Ciro ese era distinto ¿por qué tuvo que morirse él? Cuando me lo trajeron desnucado ya estaba muerto pobrecito ya estaba muerto ocho hijos y ninguno vale para nada uno un ladrón y el otro callado y zorro como esta y los demás lo único que me han traído es vergüenza, mira que haber encontrado a esta en el cañaveral con aquel guajirito flaco y sucio y ahora la tengo encima todo el tiempo que si papá para allá que si papá para acá y ahora me lleva a La Habana a ver al médico ¿para qué? Ya es muy tarde, a mí todo me llega tarde hasta la muerte, en el 36 fue que murió Cirito todavía debo tener por ahí el retrato que le pinté la gente lo único que decía o que criticaba era que no se parecía a él pero así fue como yo lo vi siempre la gente decía que no se parecía 1936 1936 36 36 36…”
Abrió la boca y dejó caer la cabeza hacia atrás. Su mujer lo miró y volvió a pasarle la mano por la frente.
-¿Le pasa algo al viejo? -preguntó la hija.
-No, creo que no. Está muy frío, se quedó dormido.
Se pasó la mano por los ojos y contrajo la boca.
-Ay, tu padre siempre es tan raro. No se le puede ni hablar, siempre ha sido igual. Bueno, por lo menos de algunos años a esta parte. Ya no puedo ni hablarle. Siempre me mira tan raro. ¿Por qué será así, eh?
El viejo tenía los ojos cerrados y la boca abierta. Los labios le lucían verdosos y respiraba con dificultad.
(En la calle desierta, blanqueada por el sol despiadado del meridiano, no había nadie primero. Después vio una mancha carmelita a lo lejos y algo le hizo correr hacia ella. Cuando se acercó vio que era un caballo muerto: el caballo que de niño había tenido en la finca del viejo Primitivo, donde trabajaba su padre, y que una mañana amaneció muerto sin que se supiera jamás de qué. Parecía cubierto por una pintura fosforescente que lo hacía brillar. Alguien lo llamó de una casa cercana pintada de negro y cuando penetró en la sala vio un pequeño sarcófago blanco que pensó que era de su hijo Cirito, pero cuando se acercó era su propio cuerpo cuando niño. Entonces la sala se llenó de personas (no conocía a ninguna de ellas) que le preguntaban qué hacía allí. Salió y ahora vio en medio de la calle tres personas acostadas: la primera era su mujer, la segunda míster Stout con una larga capa negra y un bastón blanco que movía en pequeños círculos y la tercera era el médico que lo había atendido en La Habana y que carecía de boca. Los tres le preguntaron varias veces: ¿qué haces aquí? Corrió por la desierta calle y a cada paso que daba iba oscureciéndose hasta que llegó a un punto que no pudo avanzar más, se había topado con un impedimento que no pudo definir hasta que de pronto se hizo la luz y se vio rodeado por cuatro de sus propias pinturas, ahora de tamaño gigante. Oyó la voz de su hijo Cirito y se lanzó en su búsqueda, cortando el lienzo de uno de sus cuadros con un cuchillo que llevaba a la cintura, pero entonces cayó en un abismo siguiendo la voz de su hijo.)
Cuando se despertó el ómnibus estaba parado y casi vacío. Su mujer estaba a su lado y después de mirarlo le preguntó:
-¿Qué te pasaba?
Él tardó en contestarle:
-A mí nada, ¿por qué?
-Porque te quejabas -ahora le pasó la mano por la frente sudorosa.
-Déjame tranquilo -le dijo quitándole la mano-, ayúdame a levantarme que quiero ir al baño.
Ella lo miró, se puso de pie y lo tomó por el brazo. Él se quitó la frazada conque se cubría y caminó, ayudado por ella, por el pasillo del ómnibus elevando los hombros punteagudos y arrastrando los pies.
“…todo me llega tarde hasta la muerte a mi todo me llega tar…”
Sintió un mareo muy fuerte y se agarró a un asiento. Ella ni se volvió para mirarlo.
“…treinta años ¿por qué tenía que morir Cirito, precisamente él que era el mejor de todos? ¿dónde estará metido el retrato que le hice? Quizás ya la muerte no llegue tan tarde…”
Un hombre ayudó a bajarlo del ómnibus. A pasos muy cortos y lentos llegó al servicio. Le pidió a su mujer que lo ayudara a sentarse en el inodoro y después le ordenó que lo dejara solo.
“…quizás esta vez la muerte no llegue tan tarde 1936 1936 ¿cuándo nací yo? Un quince de julio mi madre se llamaba Rosa y mi padre Osvaldo mi hijo Ciro y mi primera novia mi primera novia mi primera novia novia novia novia…”
Sintió un dolor muy agudo en el pecho y dio un grito. Cuando su mujer abrió la puerta estaba vomitando sangre. Trató de decirle algo que ella no entendió y entonces empezó a llamar a gritos a su hija. Él se aferró al vestido y dejó de vomitar sangre. Ella no gritó más y él entonces la miró a los ojos.
-Cabrona -dijo y ella entonces le retiró el vestido con violencia y él cayó golpeando la cabeza con el suelo. Su mujer le volvió la espalda y fue lentamente a pedir ayuda. Ella sabía que ya estaba muerto.
Cuento “La vuelta en redondo” de Humberto Arenal