Una Historia Repetida
En enero de 1956, Raúl Prebich, renombrado Presidente de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), emitió un informe en el que aconsejaba un conjunto más orgánico de medidas en línea con el diagnóstico realizado en octubre. El escrito se titulaba “Moneda Sana o Inflación Incontenible”, pero se conoció popularmente como Plan Prebich. La preocupación prioritaria era detener la inflación, objetivo que se consideraba “tarea específica de este gobierno”.
Los modos de la estabilización serían los ortodoxos: reducción de la tasa de creación de dinero paralela a la corrección del déficit fiscal. Se preveía la disminución del empleo estatal, una mayor racionalidad en el manejo de las empresas públicas (o su privatización, en algún caso) y la contracción del gasto en otros rubros prescindibles. Pero aún con esas medidas, y la financiación de una parte del déficit con fondos jubilatorios, Prebich calculaba que el Gobierno se vería obligado a recurrir a la emisión monetaria. El asesor gubernamental especulaba, por ejemplo, que durante el año 1956 las consecuencias inflacionarias de la inevitable emisión se verían atenuadas por el crecimiento del Producto Bruto del orden del 10%, una tasa anual sin demasiados antecedentes en la Argentina. También se confiaba en que un fenomenal crecimiento de la productividad, en los años siguientes, haría compatibles mejoras salariales con utilidades estables.
Hasta aquí los planes. Pero el Gobierno chocó contra una dura realidad de un país convulsionado políticamente, en el que difícilmente podía llevarse adelante un programa coherente que demandara un planeamiento de largo plazo. La precariedad de la política económica se comprueba con solo contar la cantidad de Ministros de Economía que actuaron durante el Gobierno Provisional: cuatro en menos de tres años (Folcini, Blanco, Verrir y Krieger Vasena). La conducción económica estuvo siempre a la defensiva, manejando como mejor podía la situación. Enrique Folcini, Ministro de Economía de Lonardi, tomo las medidas administrativas más simples. El peso se devaluó rápidamente, poco después de la Revolución. Se unificaron los tipos de cambios preferenciales y no preferenciales en una única cotización oficial de 18 pesos moneda nacional, contra un promedio de 6.25 antes de la devaluación. Además, se recreó el mercado libre de cambio (el dólar se negoció acerca de m$n 30), para permitir la importación de bienes difíciles de tramitar por el mercado oficial y para premiar las exportaciones no tradicionales con un dólar más caro, incentivo que ya se había aplicado en los años 30. Prebich calculó, erróneamente, que la devaluación provocaría un aumento de solo 10% en los precios internos. La cantidad de dinero aumento consistentemente durante los años de Leonardi y Aramburu y la inflación fue mayor que la segunda presidencia de Perón (19% para 1956-57 contra 6.7% entre 1952-55).
La política salarial convalidó esa inflación. El sistema de negociación bianual del convenio colectivo seguía en pie, y en febrero de 1956 se agregó un aumento de emergencia del 10%, acorde con las previsiones de Prebich. Pero la persistencia de la inflación obligó a realizar ajustes retroactivos. En 1957, bajo el Ministerio de Adalbert Krieger Vasena, se intentó una mini estabilización, que incluyó la congelación de sueldos y duró unos meses (setiembre de 1957 a marzo de 1958, aproximadamente).
Según parece, los efectos de los aumentos salariales y de precios se cancelaron entre sí, y el salario real se mantuvo más o menos constante a los largo del período. Prebich había sostenido, en sus informes, que el salario real no debía reducirse sino aumentar, apropiándose los trabajadores de los aumentos de productividad y, eventualmente, de parte de los beneficios empresariales. Sin embargo, la proporción del ingreso nacional correspondientes a salarios, se redujo.
El recurrente problema externo
La balanza de pagos siguió siendo una preocupación central durante la Revolución Libertadora. Desde 1955 a 1958, las exportaciones anuales siempre fueron menores a las importaciones. El deterioro de la balanza comercial obligó al Gobierno a pasar importaciones que se hacían por el mercado oficial de cambios al mercado libre, como forma de detener la caída de reservas. Además, debiendo reimplantarse restricciones cuantitativas a las importaciones, que en un principio habían abolido. El déficit externo se financió tanto con la perdida de reservas (disminuyeron 330 millones de dólares entre fines de 1955 y diciembre de 1958) como con un endeudamiento de corto plazo. Uno de estos préstamos inició la larga y voluble relación entre Argentina y el Fondo Monetario Internacional. Es que el Gobierno había decidido acabar con la casi total autarquía financiera e incorporar al país al FMI y al Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento, después conocido como Banco Mundial.
Otro avance en materia de relaciones económicas internacionales fue la firma del Acuerdo Provisional de París. En virtud de este convenio, los pagos internacionales que involucraran a algunas de las naciones del así llamado Club de Paris (Austria, Bélgica, Dinamarca, Francia, Italia, Noruega, Holanda, Alemania Federal, Inglaterra, Suecia y Suiza) podrían realizarse en cualquiera de sus respectivas monedas, a su vez convertibles entre sí.
Las propuestas de los Informes de Prebich resultaron ser demasiado ambiciosas para un gobierno dispuesto a abandonar el poder rápidamente. Del lado de las exportaciones, la fuerte devaluación fue evidentemente el cambio más drástico e influyente, al menos en el corto plazo. Quizás como respuesta a los incentivos más favorables, el área sembrada aumentó y la de la campaña 1957-58 fue un record histórico. Por otro lado, la producción de carne creció, a costa de una fuerte reducción del stock ganadero (disminuyó un 14% entre mediado de 1956 a mediado de 1958). La caída de los precios agropecuarios en el mercado internacional, impidió de todos modos, que aumentara sensiblemente el valor en dólares de las exportaciones.
En materia petrolera, se dieron por terminadas las tan polémicas negociaciones con La California. Fue esa una decisión más política que económica: ¿Cómo no revocar lo hecho por Perón en un tema que había sido caballito de batalla de la oposición de 1955?. La voluntad oficial de equipar el país solo se manifestó en acciones menores, a través de la sanción de algunos Decretos-Leyes: uno de vialidad, dirigido a la reconstrucción de la red caminera y uno de promoción de la industria automotriz. Se iniciaron, además, estudios del sistema ferroviario, como primer paso para una racionalización. En términos globales, sin embargo, el Gobierno fracasó en su intento por aumentar la inversión interna, que se mantuvo en los mismos niveles del final del peronismo (alrededor del 16% del PBI). El déficit fiscal obligó a recortar la inversión pública, y la inversión privada no reaccionó favorablemente al deterioro de la distribución del ingreso.
Párrafos extraídos del libro “El Ciclo de la Ilusión y el Desencanto” – Pablo Gerchunoff y Lucas Llach