El fin del Siglo XIX marcó el antes y el después en la estética de la figura femenina. Siempre lo ideal habían sido las mujeres de abundantes caderas. Una dama rellenita enloquecía a los hombres. En cambio, a partir del Siglo XIXC, nuestros bis abuelos empezaron a entusiasmarse con figuras más lánguidas. Las mujeres salían en grupo a dar camitas de ejercicio y entonces se popularizó la frase: “hacer footing”.
En la primavera de 1906, dos señoritas de importantes familias porteñas habían salido a hacer footing, vestidas con el clásico blanco deportivo, mas las sombrillas, los abanicos y los sombreros. Quemaban calorías con mucha voluntad por la calle Florida y en sus caras se percibía el esfuerzo, ya que sus cachetes se pusieron bastante colorados. En sentido contrario venia un grupo de señoritos de buena posición. La deducción cavernícola de esos amigotes fue: Uno, las chicas tienen sus mejillas coloradas. Dos, significa que se pintaron. Tres, si usan maquillaje, no son señoritas de sociedad sino un par de atorrantas. En cuanto las tuvieron en las narices les dijeron de todo. Incluso, algunas barbaridades ofensivas. Una de las chicas se lanzó furiosa contra el más mal educado y le dio una paliza con el abanico. El escándalo fue conocido por todos al día siguiente y algunos influyentes –algunos influyentes padres de señoritas en edad de recibir cumplidos- elevaron sus quejas a las autoridades.
Por instrucción precisa del Ministro del Interior, Joaquín V. González, el 28 de diciembre de 1906 (día de los Santos Inocentes), el Jefe de Policía, Ramón Lorenzo Falcón, difundió un comunicado interno en el cual solicitaba de sus subordinados extrema atención para detectar atentados contra la moral. No solo buscaba combatir la pornografía, sino también proteger a las señoras y señoritas de los comentarios callejeros. Y no se trataba de una broma del día.
A partir del comunicado, quien fuera atrapado infraganti diciendo un piropo –cuyo nivel de ofensa lo mediría la piropeada o el agente policial- debería pagar una multa de cincuenta pesos o pasar una noche detenido. Falcón, según explicaba una nota periodística, dio “severas instrucciones a los agentes policiales en general y particular”. Y aclaraba que los policías “deben reprimir los excesos del lenguaje en la vía pública, los insultos, las palabrotas tan comunes en discusiones e incidentes callejeros, como también impedir la exhibición en vidriera o la venta en público de estampas o tarjetas pornográficas, libros o revistas con cubiertas obscenas”.
La censura al piropo callejero inspiró el tango “¡Cuidado con los Cincuenta!” cuyo ocurrente creador fue Ángel Villoldo. Al guapo, por supuesto, estas disposiciones no lo amilanaban: un piropo merecido bien vale cualquier multa.
Fragmento del libro “Historias de la Historia Argentina”, de Daniel Balmaceda