domingo, 16 de marzo de 2025

El magnetismo natural de San Martín era evidente. Recién llegado a Europa y dando sus primeros pasos como exiliado arribará a El Havre, aquella ciudad francesa sobre el río Sena a orillas del Canal de la Mancha. Solo doce días en el poblado bastaron para que generará una rápida relación con los vecinos. Su mentada fama y hablar francés le habrán facilitado las cosas. Lacónico, pero con atrapante carisma.

Así fue como algunos de ellos tuvieron la gentil atención de acompañarlo hasta el “Lady Wellington” que lo llevaría hasta Southampton (Inglaterra). Parece tragicómico, pero todo quedará registrado cuando alguien es “sospechoso”. En el reporte de inteligencia del prefecto de El Havre al jefe de policía de Francia constará que junto al General y Merceditas marcharon hasta el barco que lo conducirá al Reino Unido: Martín Lafitte, La Zaillades, Phillippon y Blaye. Serán ellos, y quedarán registrados, los primeros amigos de San Martín en el exilio.

Ya en Gran Bretaña San Martín tendrá muchos conocidos: James Duff, aquel que financió el viaje de los patriotas que llegaron al Río de la Plata en 1812, sus soldados O’Brien y el doctor Paroissien. También podríamos citar a William Robertson, “observador” del gobierno inglés que estuvo en el Combate de San Lorenzo, John Miers, Samuel Haigh, Robert Proctor, mientras que entre los que ya lo esperaban de antemano estaban el capitán Peter Heywood y señora, a quienes San Martín confiará la tutoría de la educación de Merceditas en Londres.

Pero si hay alguien en cual debemos detenernos durante su exilio será Alejandro Aguado a quien San Martín reencontró en Francia tras varios años. “El bienhechor” como San Martín lo llamaba fue al único hombre que el libertador tuteaba. Ni a sus hermanos, ni a su hija, ni a sus nietos. A nadie. Solo “al Alejandro Aguado”, como otro premonitorio uso de esa eterna vinculación con costumbres mendocinas.

Será ese Alejandro María de Aguado y Remírez de Estenoz, marqués de las Marismas de Guadalquivir (1748 – 1842) uno de los ciudadanos más ricos del mundo con una fortuna de 190 millones de francos y decenas de emprendimientos por todo el planeta.

“El Che Alejandro”
“(…) Aguado, el más rico propietario de Francia, sirvió conmigo en el mismo regimiento en España y le soy deudor de no haber muerto en un hospital”; sostendrá San Martín según Mitre. Y fue el mismo Aguado quien le hizo adquirir la residencia de campo en Grand Bourg (abril de 1834) a orillas del Sena.

Antes de eso San Martín contaba para subsistir solamente con una pensión del gobierno peruano que cobraba “tarde, mal y nunca” además del alquiler de una casa en Buenos Aires y unos ahorros de la herencia de Remedios por $43.000, de los que no quedaba casi nada. Es decir, que cualquier pequeño sobresalto lo hacía tambalear.

Aguado, “el bienhechor” por la asistencia económica que prestó a San Martín, nació en Corella (Sevilla) sobre la calle “Don Pedro Niño” un 29 de junio de 1784. Era un judío sefaradí descendiente de portugueses e hijo del segundo conde de Montelirios. Su madre, Doña Mariana, era caraqueña y cubanas sus abuelas. El abuelo materno había sido Capitán General de Caracas mientras que su abuelo paterno, Antonio Aguado y Delgado, fue caballero de la Orden de Calatrava.

A muy corta edad morirá el padre de Alejandro. Eran once hermanos, siendo su tío el general Gonzalo O’Farrel y Herrera, quien lo estimuló a seguir la carrera militar ingresando como cadete al Regimiento de Infantería de Jaén con destino en Cádiz.

No existen precisiones donde coincidieron por primera vez San Martín y Aguado, una posibilidad es que tras servir en Santiago y Badajoz el sevillano pasó en 1808 al Regimiento de Voluntarios de Campo Mayor en Gibraltar y sería ahí donde conoció a San Martín mientras que para otros autores la relación recién habría comenzado directamente en Francia (Armando Puente: “Historia de una amistad” 2011).

Amigos son los amigos: “ranchos, amoríos y francachelas”
Sarmiento describió con colorida prosa y fantasía la relación de ambos en sus tiempos de jóvenes camaradas bajo bandera española: “(…) aquella juventud bulliciosa, ardiente y emprendedora, tan dispuesta a una serenata como a un asalto, tan lista para escalar un balcón como una fortaleza, partían habitación y rancho dos oficiales en la flor de la edad y llegados a los grados militares que son como la puerta que conduce al campo de los sueños. Era uno el capitán Aguado, llamaban al otro el mayor San Martín” (“Biografía del General San Martín” – 1857). Los avatares de la vida hicieron que tomaran distintos destinos. Fue ese mismo destino el que los volvió a juntar.

“Es curioso, decía Aguado, yo he tenido un amigo americano de ese apellido que militó en España. San Martín oyó nombrar al banquero español Aguado: ¿Aguado?, decía a su vez. He conocido a un Aguado, pero hay tantos Aguado en España. (…) Lo examina y exclama, aún dudoso: ¡San Martín! – ¡Aguado! le responde y antes de cerciorarse estaba ya estrechado entre los brazos de su antiguo compañero de rancho, amoríos y francachelas. (…) ¡Pues qué! le dijo San Martín: ¿eres tú el banquero Aguado? Hombre (responde Aguado burlonamente), cuando uno no alcanza a ser el libertador de medio mundo, me parece que se le puede perdonar ser banquero”. Evidentemente la historia que nos cuenta Sarmiento se presenta novelada, aunque ciertamente el tiempo demostrará que ese sentimiento de afecto era mutuo y verdadero.

“¿Qué fue de tu vida Alejandro?”
Previo al encuentro con San Martín, Alejandro Aguado continuó su derrotero militar enfrentando a Napoleón. Pero una vez ocupada Sevilla por los franceses se alistó en las filas del ejército de José I Bonaparte, siendo incorporado como edecán del mariscal Jean de Dieu Soult cambiándose de bando para pelear por Francia. Al tiempo y tras la caída napoleónica abandonará la carrera militar.

Instalado en Paris creó una empresa importadora de vinos, aceites y dulces envasados de América y Andalucía, mientras que exportaba perfumes, telas y cremas francesas a ciudades americanas. El éxito económico fue rotundo por lo que fundará un banco que llegó a ser uno de las más importantes de Europa.

Un hecho hará que Fernando VII lo reivindicara perdonando su traición. España estaba “fundida” e inmersa en una terminal crisis económica y será Aguado el único que asumió el riesgo financiero de gestionar un empréstito millonario sirviendo su banco de garante al refinanciar toda la deuda española con el Reino Unido, Francia y Holanda. En agradecimiento el monarca le otorgó el título de marqués de las Marismas del Guadalquivir por haber salvado a España de la bancarrota.

De ahí en más los éxitos económicos y reconocimientos sociales no se detendrán hasta su muerte. Hacía rato que era indudablemente el hombre más rico de Francia. Será nombrado “intendente” de Ivry sur Seine transformándolo totalmente con su acción de gestor y amante de la obra pública y las artes. Fundó escuelas, bibliotecas, asilos y hospitales. Una obra marcará esta nueva etapa en la vida de Aguado y fue la construcción con dinero de su bolsillo del tradicional “Puente Aguado” sobre el Sena que sigue siendo un lugar emblemático de París.

Mecenas de artistas y protector de San Martín
Aguado murió repentinamente en 1842 saliendo de una fonda “El Águila de Oro” sobre la calle Recoletas (Gijón) por un ataque de apoplejía encontrándose en un viaje para visitar sus emprendimientos mineros e inaugurar “la ruta carbonífera de Asturias”.

Ya había designado a San Martín su albacea en su testamento y el tutor de sus hijos, haciéndolo además heredero de todas sus alhajas y condecoraciones personales. “Mi suerte se halla mejorada, y esta mejora es debida al amigo que acabo de perder, al señor Aguado, el que, aun después de su muerte, ha querido demostrarme los sentimientos de la sincera amistad que me profesaba, poniéndome a cubierto de la indigencia”, le escribirá San Martín al general Miller.

Así era Aguado. Constructor de caminos y canales. Exportador de vinos que recorrieron el mundo (Château Margot). Financista de préstamos millonarios a EEUU, Austria, Bélgica, Piamonte, Grecia donde fue condecorado por el rey Otón con la Orden del Redentor y Francia reconocido por Carlos X con la Cruz de la Legión de Honor.

Pero también fue el benefactor que solventó gran parte de la construcción de la Opera de París. Su pinacoteca particular fue la más importante de Francia. Reunió 360 cuadros entre los que se destacaron obras de Velázquez, Murillo, Ribera, Zurbarán, Da Vinci, Rafael, Rubens y Rembrandt. Financió el Teatro de Los Italianos. Creó revistas (Reuve de París) y diarios (Le Constitutionnel). Fue presidente del Ateneo de Paris. En su palacio de París era habitual encontrar pintores, bailarines, compositores como Rossini (autor de El barbero de Sevilla, Otelo) y escritores como Víctor Hugo, Lamartine, Delacroix, Balzac y Nerval. En todas esas tertulias San Martín era uno más.

La deuda pendiente entre ambos fue cuando Aguado invitó a San Martín a volver a España tras largos años de ausencia. El alto orgullo patriótico del libertador truncó el viaje pues el gobierno español se negaba a poner en su pasaporte: “militar argentino”.

Calles con su nombre distinguen a Aguado en Europa y Argentina, monumentos, novelas, frisos, plazas lo recuerdan, aunque una absoluta mayoría ignorará su historia. Mendoza honra su memoria en el emblemático Museo del Pasado Cuyano “Dr. Edmundo Correas” (Montevideo 544 – Ciudad) donde se encuentra una gigante imagen retratada de Aguado.

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