
Aunque en meses anteriores llegaron en forma aislada algunos indios tomados prisioneros en el desierto, especialmente de la comunidad del cacique Catriel, fue a partir del segundo semestre de 1878 que comenzaron a afluir en forma regular hacia la ciudad de Buenos Aires y hacia algunas otras capitales de provincia los contingentes de indígenas reducidos.
Para aquellos que eran enviados a Buenos Aires y partidos aledaños el itinerario a recorrer era el siguiente: si el traslado se hacía por tierra, los indios reunidos en la frontera eran transportados generalmente por particulares que, mediante un contrato celebrado con el Gobierno, se obligaban a trasladar los distintos grupos de prisioneros desde el escenario de la lucha hasta las terminales de ferrocarril donde se los embarcaba rumbo a la capital portuaria.
Si, en cambio, el traslado se efectuaba por mar, los indios eran conducidos hasta los puertos de embarque -que eran generalmente Carmen de Patagones o Bahía Blanca, aunque algunas veces también se utilizó Puerto Deseado- y desde allí se los transportaba hasta el punto de desembarco ubicado en la boca del Riachuelo.
Al llegar a destino los prisioneros permanecían un corto tiempo en la ciudad, ya que casi inmediatamente eran reembarcados y llevados a la isla Martín García donde eran alojados a la espera de su posterior distribución.
Cabe señalar que, a partir de julio de 1879, cuando creció significativamente la cantidad de indígenas arribados a la ciudad comenzaron a utilizar otros lugares de concentración tales como los cuarteles de Palermo y de Retiro, y un corralón municipal ubicado en el barrio.
¿Cuántas personas de las distintas comunidades indígenas fueron trasladadas desde la frontera a Buenos Aires mientras duró el proceso de ocupación militar? Es un interrogante difícil de responder debido a la falta de información oficial precisa que determine exactamente la cantidad y composición numérica de los diferentes contingentes indígenas enviados. Sin embargo, a partir de la recopilación y comparación de la información publicada en diferentes periódicos sobre el tema -y sumando la fragmentaria información existente en los diferentes repositorios oficiales y los testimonios dejados por los testigos de la época, estamos en condiciones de afirmar que más de cinco mil indígenas, tal cual se consigna en el siguiente cuadro, transitaron el largo camino desde su lugar de origen allende “las fronteras” a los barracones de la isla Martín García, o hacia otros puntos de concentración instalados en la ciudad porteña.
Cantidad de indígenas arribados a la ciudad de Buenos Aires desde 1878 a 1885

Como ya señalamos, el principal destino de tránsito de los indígenas fue la isla Martín García. Mientras permanecían allí debían soportar un tratamiento riguroso y sus condiciones de vida eran paupérrimas. Estas duras condiciones estaban en directa relación con la condición de prisioneros de guerra que le adjudicaban las autoridades militares, condición ésta que iba más allá de las circunstancias en que habían quedado sometidos a estas autoridades; es decir, si habían sido apresados en combate o se habían presentado voluntariamente el esta-tus de ellos era similar. Tanto a unos como a otros se los consideraba prisioneros de guerra y como tal eran tratados.
La situación de estos indígenas en Martín García -caracterizada por el hacinamiento, la mala alimentación y la falta de higiene- hizo que muy pronto se desatara una pavorosa epidemia de viruela que por la carencia de medidas profilácticas rápidamente provocó estragos en la población allí reunida. Ante la virulencia y la propagación que adquirió la enfermedad y gracias a las gestiones del Arzobispo de Buenos Aires monseñor Aneiros marchó a la isla un grupo de sacerdotes y religiosas con el fin de colaborar en el auxilio de los enfermos que se multiplicaban a medida que se expandía el brote epidémico.
El vívido relato que realizó el grupo respecto de las condiciones en que se encontraban los indígenas explicó el alto nivel de mortandad que la viruela produjo entre ellos. Alrededor de doscientas cincuenta personas, calcularon los religiosos, murieron durante el brote epidémico.
Según el sacerdote José Birot, en una carta que le envía al Arzobispo de Buenos Aires informándole de la situación, la precariedad de medios con que contaban estos indígenas para poder subsistir era tal que: “la olla de muchos es un pedazo de lata torcido; otros esperan hasta que las ollas de sus paisanos estén desocupadas. Da lástima ver tanta miseria, sin contar que estas ollas miserables, como sus dueños, se dañan cada día más”.
Y respecto de las condiciones en que llegaban estos a la isla, el sacerdote planteaba que las mismas eran tan precarias que muchos de estos indígenas corrían serio peligro de morir de hambre, como había sucedió -relataba- con algunos de los que llegaran unas semanas atrás.
Pero no sólo los religiosos enviados a la isla denunciaron la difícil situación sino que de ello se hizo eco el periódico católico La América del Sud y, a través de notas editoriales y comentarios llamó la atención al ministro de Guerra y Marina sobre el estado calamitoso en que se encontraban los indios alojados en Martín García. Según el periódico estos carecían de vestimenta y muchos sólo estaban cubiertos con harapos, tampoco contaban con los más elementales utensilios para alimentarse, como calderos, ollas y cubiertos, y esas carencias además de conspirar contra una buena alimentación contribuía a producir algunos accidentes, principalmente quemaduras entre aquellos indígenas pocos diestros para repartir la carne con estaca. La denuncia ya hecha pública exigía la provisión de elementos imprescindibles, el aumento de las raciones y una atención especial para aquellos convalecientes de la epidemia.
Fragmento del libro “Estado y cuestión indígena”, de Enrique Hugo Masés