sábado, 27 de julio de 2024

Lloró, porque había que llorar. Rio con ganas, porque había motivos de sobra para hacerlo. Gritó y bailó con sus compañeros y se abrazó a Scaloni, el artífice del renacer de Argentina. Cómo no hacer todo eso después de vivir tantas emociones tan distintas en un espacio de tiempo tan corto. Y, por supuesto, celebró a lo grande con su familia. Con Antonella, Thiago, Mateo y Ciro, testigos en primera línea de un éxito que instala a Leo Messi en la eternidad.

Si alguien le hubiese preguntado antes del partido si cambiaba sus 41 títulos y decenas de trofeos individuales por el momento en el que levantó la Copa del Mundo en el estadio de Lusail, ¿alguien duda de la respuesta del astro argentino? Quizás no necesitaba ese momento para demostrar que es el mejor de la historia, que su carrera solo está al alcance de los elegidos. Pero a ver quién discute ahora según qué cosas. Ni la genialidad de Maradona resiste ya la comparación. Con 35 años, cerca ya del final de su carrera, Messi logró la fotografía que rubrica su carrera. Él en el podio de los campeones, rodeado por un equipo que le respeta e idolatra, y elevando al cielo la tan deseada copa dorada ante cerca de 35.000 compatriotas al borde del éxtasis.

Su final da para muchos análisis ante los que cuesta encontrar un orden. Del Messi concentrado al inicio, que miraba una y otra vez a la grada buscando a su gente, se pasó al capitán, al que un graderío mayoritariamente de color celeste y blanco le recibió una atronadora ovación. La electricidad brotó de golpe y recorrió cada pasillo del estadio. Solo el himno consiguió emocionar a los argentinos más que la presentación del ídolo. En la tribuna de prensa fueron muchos los que tuvieron que sacar el pañuelo.

Luego llegó el Messi líder, impasible desde el punto de penalti y convencido del éxito hasta que se llegó a los diez minutos finales del tiempo reglamentario. Ahí se pasó al Messi cabizbajo y ensimismado al que le costó encajar el empate tras el apagón de su equipo. Cuando por fin se reencontró, tuvo en sus botas finiquitar el partido con dos disparos que le sacó Lloris. Fue justo antes de sentirse de nuevo en la cima tras lograr el tercer gol argentino, el segundo en su cuenta y séptimo en el global del campeonato.

Al marcar en la prórroga soltó todas las emociones de golpe sin imaginar que la angustia aún debía prolongarse hasta la tanda de penaltis. Ahí tiró el primero de Argentina, justo después de que Mbappé descorchara la serie. Su disparo, ajustado al palo derecho de Lloris, entró a cámara lenta. A más de uno se le paró el corazón. Luego volvió con sus compañeros y se abrazó a ellos hasta el desenlace.

Después, tras conseguir salir de la nueva montonera en la que le metieron sus compañeros, volvió a dirigirse a la grada para mostrarse a los suyos, como queriendo decir: «¡Lo hice al fin!». Más tarde ya celebraba con ellos sobre el césped.

La final corona a un futbolista al que ya le quedan pocos récords que superar. En Qatar se va con dos más. En la final, Messi alcanzaba la cifra de 26 partidos mundialistas y se convertía también en el único en hacerlo en todas las rondas de un Mundial (fase de grupos, octavos, cuartos, semifinales y final).

No hay nada ya en el horizonte para Messi, declarado también mejor jugador de la final. Puede haber otra Champions, quizás. Quién sabe si el octavo Balón de Oro. Pero el sentido de la vida, al menos en lo profesional, ha quedado colmado para él.

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