Otras Shakiras de la historia: de la venganza de la esposa de Alfonso XIII a las confesiones de Lady Di

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El Retrato Darnley de Isabel I, Reina de Inglaterra

«Se acabó», empezó María Jiménez su canción más conocida, la más célebre ruptura jamás cantada. Rocío Jurado lo expresó distinto, pero con igual contundencia: «Se nos rompió el amor de tanto usarlo». Y Shakira lo ha terminado de rematar con su canción dirigida contra Piqué: «Una loba como yo no está pa tipos como tú. Pa tipos como tú. A ti te quedé grande y por eso estás con una igualita que tú». La historia, no solo la musical, está repleta de revanchas amorosas tras separaciones nada amistosas o situaciones humillantes para alguno de los enamorados.

La fiel que fue infiel
Un caso célebre en la historia española es el de Juana de Portugal y su marido Enrique IV de Castilla. El Rey, que pasaría a la historia como ‘El impotente’, contrajo en 1455 segundas nupcias con la portuguesa tras un desastroso matrimonio con Blanca de Navarra que nunca se consumó. Enrique se casó con Juana de Portugal, una joven de dieciséis años que, una vez más, salió de su noche de bodas «tan entera como venía, de que no pequeño enojo recibió de todos», en palabras del cronista Galíndez de Carvajal. El Rey se negó incluso a enseñar la sábana real manchada de sangre, prueba medieval de que la esposa había dejado de ser virgen.

Pasaron otros siete años sin que el Rey fuera capaz de dejar embarazada a su esposa. Se dice que recurrió como remedio desde a oraciones y ofrendas, pasando por brebajes y pócimas con presuntos efectos vigorizantes enviados por sus embajadores en Italia –por aquel entonces considerada la metrópoli de la ciencia erótica–, hasta la financiación de expediciones a África en busca del cuerno de un unicornio, que era algo así como el Santo Grial de los impotentes en el siglo XV.

Nada pareció funcionar hasta el nacimiento de una niña el 28 de febrero de 1462, de la que pronto corrieron maliciosos rumores que la consideraban hija del favorito real, Beltrán de la Cueva. El Rey trató de negar estas ideas maliciosas, pero en última instancia accedió a obviar los derechos dinásticos de su hija a cambio de la paz con los nobles que propagaban estas mentiras sobre su esposa.

Enrique IV de Castilla (miniatura de un manuscrito, 1455

La Reina vivió la humillación de ver a su hija apartada y puesta su honra en duda, a pesar de que no existen pruebas de sus infidelidades. No al menos hasta que, años después, convertida en una rehén de oro, Juana inició una escandalosa relación con Pedro de Castilla, sobrino del Arzobispo de Sevilla. Una venganza contra su marido, pero también una forma de darle la razón a quienes la acusaban de libertina. Queriendo evitar el escándalo, la portuguesa, en avanzado estado de preñez, se descolgó por el adarve del castillo en una cesta que se soltó cerca del suelo. Juana se levantó de la caída solo con heridas superficiales.

Luego huyó con su amante a Cuéllar en busca de la protección de Beltrán de la Cueva, aunque terminó en Buitrago, donde recibió el amparo de la familia Mendoza. Si alguna vez había intentado ayudar al Rey y a su hija, con aquella fuga y el posterior nacimiento de dos hijos la portuguesa se reveló la peor abogada de su propia familia.

«La espada del Rey no pasa de ser una navaja»
La campaña de Enrique VIII contra las mujeres o, en concreto, con las que se casaron con él, hubiera merecido un conjura combinada del género femenino, pero eso nunca pasó. De sus seis esposas, se divorció de una, ejecutó a la segunda, lloró a una tercera, repudió a la siguiente y decapitó a la penultima. Sin embargo, lo más parecido a una venganza que recibió el Rey británico en forma de palabras fueron las que le lanzó la segunda esposa, Ana Bolena, cuando ya estaba claro que iba a ser ejecutada por supuestamente emplear la brujería para seducir a su esposo, tener relaciones adúlteras con cinco hombres, incesto con su hermano, injuriar al rey y conspirar para asesinarlo.

Enrique VIII de Inglaterra, por Hans Holbein el Joven.

[18:40, 4/2/2023] Alfredo Difi: Dice el anecdotario popular que cuando Enrique la amenazó con la contundencia de sus ejércitos y de su largo poder, la dama caída se sintió muy poco intimidada al acordarse de su miembro viril: «La espada del rey no pasa de ser una simple navaja».

Cuñado contra cuñada
Precisamente la hija que tuvo este matrimonio, Isabel Túdor, protagonizó otra particular revancha contra un hombre, tal vez el más poderoso del mundo: su cuñado Felipe II. Al ver que su esposa María I iba a fallecer sin dar heredero, Felipe entendió rápidamente que su hermanastra Isabel Tudor era la persona con más apoyos para reinar, por lo que, temiéndose lo peor, comenzó un acercamiento hacia la que a la postre sería la mayor villana del imperio. El plan original de Felipe fue casar a Isabel con algún príncipe católico de su confianza, siendo el mejor candidato su primo Manuel Filiberto de Saboya, para no perder su influencia sobre las islas. Los acontecimientos, sin embargo, se precipitaron y el propio Monarca se ofreció a casarse con Isabel cuando vio que Inglaterra podía alejarse de su control para siempre.
[18:40, 4/2/2023] Alfredo Difi: Lejos de aceptar la propuesta matrimonial de Felipe, Isabel se negó a volver a la obediencia papal y permaneció soltera toda su vida. La relación entre el Imperio español e Inglaterra fue de mal en peor en los siguientes años. Isabel se mostró implacable con los nobles católicos que amenazaron su poder y tomó todas las medidas posibles en pos de borrar la huella hispánica en las islas. Cualquier posibilidad de que el catolicismo volviera a ser mayoritario en Inglaterra en el futuro pereció con la muerte de María. De la posibilidad de ser marido y mujer, Felipe e Isabel pasaron a ser enemigos irreconciliables y a protagonizar una larga guerra por el control de rutas comerciales.

«No quiero volver a ver tu fea cara»
La lista de amantes de Alfonso XIII de España es interminable, tal vez solo comparable a la de Felipe IV y, en menor media, a la de su padre. Bajo el nombre de Monsieur Lamy pastoreó a varias mujeres hacia París, donde vivió encuentros tan tórridos como ruidosos. La mayoría de las damas nocturnas del Rey entraba y salía con la misma presteza de la alcoba real. Se suele dar por válida la cifra de unos cinco hijos fuera del matrimonio, aunque falta todavía perspectiva histórica para hacer un cálculo global del apetito sexual de Alfonso XIII en la población femenina.

La Reina Victoria Eugenia sufrió en silencio todas estas infidelidades y con dolor el ver cómo, frente a sus hijos enfermizos, corrían salerosos los bastardos de su marido. Aguantó dieciséis años sin hacer vida marital pero viviendo en palacio, todo ello hasta que el exilio de la familia real separó sus caminos. Habitaron en ciudades separadas y la Reina se dio el capricho de decirle a su marido lo que estuvo casi treinta años callándose. «No quiero volver a ver tu fea cara», le soltó la inglesa cuando su presumido marido le pidió que eligiera entre él o sus amistades

Victoria Eugenia fotografiada por Christian Franzen en 1922.

Además, la Reina se desahogó con su biógrafo oficial, Gerard Noel, al que le confesó que Alfonso hacía el amor «igual que devoraba una merienda: sin gusto ni gracia, fatalmente como un patán. Ninguna mujer sensata repetiría la experiencia, aunque todas gustaban de probarla una vez», es decir, que padecía halitosis, entre otras intimidades sobre un hombre al que no consideraba muy agraciado. A pesar de todo, Victoria Eugenia viajó a Roma para dar la mano a aquella «cara fea» e infiel en su agonía final y luego regresó a Lausana, donde vivió el resto de su vida sin perder del todo el contacto con sus nietos.

«Éramos tres en mi matrimonio»
Diana de Gales y el hoy Rey Carlos III protagonizaron un turbulento matrimonio lleno de escándalos y venganzas. La entonces Princesa de Gales concedió a la BBC en 1995 una entrevista donde habló sin tapujos de su vida privada y reconoció ante una audiencia millonaria que «éramos tres en mi matrimonio», en referencia a la relación de su esposo con Camila Parker. No obstante, años después se supo que si Diana accedió a sentarse en el programa Panorama y ser entrevista por Martin Bashir fue mediante manipulación y presiones. El presentador utilizó para convencerla y ganarse su confianza artimañas tales como decirle que el servicio secreto británico la estaba espiando o que su marido estaba teniendo una relación con una cuidadora de sus hijos y que estaba dispuesta a hacerlo público.

Solo un mes después de la emisión de la entrevista, el Palacio de Buckingham anunció que la Reina había enviado cartas a Carlos y Diana para que se divorciaran. Carlos aceptó formalmente el divorcio en una declaración escrita poco después, pero hasta julio de 1996 la pareja no fue capaz de ponerse de acuerdo con las condiciones.



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