Las elecciones nacionales que el golpe de Menéndez esperaba impedir se realizaron sin incidentes el 11 de noviembre de 1951. Una vez más, como en 1946, los militares garantizaron la libre emisión del voto el día del comicio. Pero si algo puede decirse de la campaña electoral que lo precedió no es que fuera una muestra de juego limpio. Enardecidos por los hechos recientes, los peronistas no consideraban que los partidos de la oposición eran rivales dignos de un trato justo, sino que los veían como organizaciones de subversivos en potencia, si no declarados. Los candidatos de esos partidos (los que ya no estaban detenidos u ocultos) tropezaron con severas restricciones respecto de lo que podían decir y dónde decirlo. A diferencia de 1946, se les negó acceso a las radioemisoras y los diarios se manifestaban abiertamente partidarios de los candidatos peronistas. Sólo por medio de reuniones públicas la oposición podía exponer sus programas, y aun para ello dependían de las autoridades policiales peronistas, de quienes debían obtener autorización para el lugar y la fecha de las reuniones. En tales circunstancias, quizá sea asombroso que el principal rival de Perón, Ricardo Balbín, candidato del partido Radical, obtuviera 2.400.000 votos, es decir, el 32 por ciento del total de 7.600.000. Es harto dudoso que Balbín hubiese ganado la mayoría mediante una campaña sin trabas, pero el presidente y sus asesores no estaban dispuestos a correr ningún riesgo, aun cuando dieran a la oposición sólidos motivos para cuestionar la legalidad de los resultados.
Para el presidente Perón, la abrumadora votación en su favor -un 10 por ciento más respecto de su margen de victoria en 1946- significó un mandato para gobernar tal como él quería. Una vez más, sus partidarios lograron el control absoluto del Senado, ahora elegido por primera vez, como ocurría con la presidencia, por el voto popular directo; también obtuvieron casi todas las bancas de la Cámara de Diputados (salvo catorce) y ganaron las gobernaciones de todas las provincias.
La elección, además, dio pruebas de la astucia política de la conducción peronista al ganarse los votos femeninos. Aunque el derecho había sido otorgado por ley en 1947 y se habían sucedido varias elecciones nacionales y provinciales desde entonces, la de noviembre de 1951 fue la primera oportunidad en que las mujeres pudieron votar. Las autoridades habían justificado las postergaciones alegando la falta de tiempo para preparar los padrones electorales. Lo cierto es que Eva Perón empleó ese tiempo para organizar el partido Peronista Femenino y reforzar el apoyo a su esposo. Esa inversión de tiempo y energía, y de los recursos de su fundación de bienestar social, produjeron dividendos políticos en los resultados de la elección. Las mujeres superaron por 137.000 votos a los hombres en las elecciones, y de esas mujeres, una proporción mayor que en el caso de los hombres votó por Perón (63,9 por ciento, frente al 60,9). Por primera vez, además, seis mujeres fueron elegidas para el Senado y 21 para la Cámara de Diputados, todas ellas peronistas; ocuparían sus bancas cuando el nuevo Congreso Nacional se reuniera en mayo de 1952.
La significación de la victoria electoral de noviembre radicaba no sólo en el aval implícito a la continuación del mando por parte de Perón, sino también en el acrecentamiento de la legitimidad de su programa ante los ojos de los militares. Después de todo, esa era la primera votación popular desde que la convención constituyente de 1949 diera aval jurídico a la ideología peronista. Ahora, al votar en una proporción de dos a uno para que Perón continuara en el mando, el electorado sancionaba la transformación de la filosofía de Perón: la llamada doctrina peronista era ya una doctrina nacional. En el futuro podían continuarse a ritmo sostenido los esfuerzos por identificar a los militares con esa doctrina. Y en efecto, el general Lucero ordenó que a partir de 1952 el estudio de la doctrina nacional se incorporara al programa de instrucción del Ejército en todos los niveles. Desde entonces, de acuerdo con planes aun más elaborados, se exigió al personal del Ejército que asistiera a clases y conferencias en que se elogiaban con vehemencia las realizaciones de Perón, sobre todo en materia de obras públicas, y en que se presentaba una interpretación revisionista de la historia argentina, a fin de atacar el patriotismo y la eficacia de los grandes personajes liberales y conservadores del pasado.
Desde luego, para algunos opositores de Perón el resultado de las elecciones no significó en modo alguno la legitimidad ejercicio del poder. Muy por el contrario, descartando la lucha electoral como medio para destituirlo -y a pesar de la de su gran dispersión que siguió al fracasado intento de Menéndez- organizaron un nuevo movimiento. A decir verdad, no era un “nuevo movimiento”, sino una reorganización de elementos que de una u otra manera habían participado de las conspiraciones anteriores.
Fragmento del libro “El ejército y la política en la Argentina 1945-1962. De Perón a Frondizi”, de Robert A. Potash

