Pocos científicos pueden presumir de que un número lleve su apellido. Uno de ellos es Robin Dunbar (Liverpool, 1947), profesor de Psicología Evolutiva de la Universidad de Oxford. Su teoría del número de Dunbar, respaldada por infinitos experimentos, postula que los humanos sólo tenemos capacidad cerebral para manejar 150 amistades en un momento dado. «Son las personas con las que conversarías con total naturalidad si te los encuentras en un aeropuerto», concreta al otro lado de Zoom. «Pero, en realidad, son conocidos, porque sólo disponemos de capacidad cerebral para tener cuatro o cinco amigos íntimos, más otros 10 buenos amigos».
Aquella teoría, formulada hace justo 30 años, ya forma parte de la cultura popular y consagró a Dunbar como máximo experto mundial en la amistad. Ahora, asomándose ya a la jubilación académica, condensa todo el saber acumulado en un extenso ensayo, Amigos: el poder de nuestras relaciones más importantes (Paidós), en el que desmenuza cientos de estudios para demostrar el insospechado poder que la amistad tiene sobre nuestro bienestar general.
Quizá el hallazgo más llamativo de su libro sea cómo la calidad de nuestra red de amigos afecta a nuestra salud…
Los primeros indicios de este vínculo surgieron hace 20 años. Y, desde entonces, decenas de estudios lo han confirmado: junto a dejar de fumar, lo mejor que podemos hacer para aumentar nuestra esperanza de vida es tener una red de amigos de calidad. Todo lo demás, de hacer ejercicio a tener una dieta adecuada, tiene un efecto muy inferior sobre nuestra salud.
¿Habla de la salud física, no sólo la psicológica?
El efecto sobre la salud mental es directo: si tienes cinco amigos cercanos, las posibilidades de sufrir una depresión se desploman. Pero lo más sorprendente es que la amistad también ayuda a prevenir enfermedades: hay una correlación directa entre una vida social satisfactoria y un mejor estado de salud en general.
¿Cómo lo explica?
Aún tenemos que investigar mucho, pero la teoría más sólida es que cuando quedas con amigos te ríes, cuentas historias, quizá cantas y bailas… Todas estas actividades liberan endorfinas, una especie de opiáceos naturales. Estas hormonas te hacen sentirte bien y, a la vez, potencian tu sistema inmunitario. Así, eres menos vulnerable a todo tipo de enfermedades, desde los virus hasta determinados tipos de cáncer.
Usted describe la soledad contemporánea como un “asesino silencioso”. Ya hay países, como Reino Unido, que cuentan con un ‘Ministerio de la Soledad’ para combatirla. ¿Son eficaces?
Según los últimos estudios, la tercera parte de las visitas a los médicos de familia no tienen un motivo sanitario, sino social: simplemente son personas que se sienten solas y necesitan charlar un rato con alguien. Así que «curar» la soledad contemporánea no sólo es un bien en sí mismo, sino que nos ahorraría mucho dinero y mejoraría la salud de la población. Pero no es tan sencillo como se creen los políticos…
Los hombres somos unos gandules sociales, nuestras amistades son más superficiales
¿Por qué?
No puedes forzar a la gente a hacerse amigos. Un Estado no puede ser una especie de Tinder de la amistad, porque estas relaciones sólo fructifican de forma natural. Lo que sí puedes hacer es fomentar actividades y crear lugares en los que la gente se encuentre, porque la vida moderna ha destruido los espacios comunes que nos hacían socializar.
¿A qué se refiere?
Antes, la gente iba a la Iglesia, luego al pub y, quizá, al baile del pueblo. Ahora, en el mejor de los casos la gente sale a restaurantes, donde no te mezclas con desconocidos. Y la gran mayoría se queda en casa: comen pizza, beben cerveza y ven una serie.
Desde el punto de vista de la salud, ¿es mejor salir a correr solo o quedar con unos amigos en un bar?
Depende de cuánto alcohol se tome, supongo.
Digamos que un par de cañas.
En ese caso, no tengo dudas: es mucho mejor quedar con tus amigos que hacer running tú solo.
¿Por qué los bares son lugares tan propicios para la amistad?
En nuestros estudios, hemos identificado seis actividades concretas que estrechan vínculos entre los humanos: cantar, bailar, comer, beber, reír y contar historias. Si te vas de bares con amigos, lo más probable que hagas varias de estas cosas, si no todas. Este mix de actividades genera un aluvión de endorfinas y oxitocinas que refuerza tus sentimientos de amistad y tu bienestar natural. Y aconsejaría hacerlo por la noche: estos efectos se redoblan en la oscuridad.
La vida moderna ha destruido los espacios comunes que nos empujaban a hacer amigos, desde las iglesias a los pubs
¿Por qué?
Aún no está claro del todo. Mi teoría es que está grabado en nuestro ADN desde la invención del fuego, que permitió alargar los días más allá de la luz natural. Por el día, buscábamos comida; por la tarde, nos reuníamos en torno a una hoguera a comer, beber, contar historias, etc… Pero, insisto, es sólo una teoría, no está demostrado, porque aún nos queda muchísimo por investigar en este campo.
De hecho, usted subraya que la sociabilidad humana es uno de los fenómenos más complejos del universo, aunque apenas le prestemos atención. ¿A qué se debe?
Porque crecemos inmersos en ella, así que no nos damos cuenta de la inmensa cantidad de elementos verbales y no verbales que intervienen en cada interacciones con otros humanos. Pero un extraterrestre que llegara hoy a la Tierra no entendería absolutamente nada de lo que hacemos.
¿Qué es lo más sorprendente de la sociabilidad humana?
Precisamente, nuestra capacidad para entender el comportamiento ajeno. Cada vez que interactúas con otro ser humano creas un avatar y percibes el mundo desde su punto de vista. El nivel de computación cerebral que requiere ese acto aparentemente sencillo es abrumador y sólo es posible gracias a millones de años de evolución: aun así, la mayoría de nosotros lo hacemos mal: ¡Es un milagro que no vayamos matándonos los unos a los otros
Bueno, sí lo hacemos.
Pero no tanto como cabría suponer. Que seamos capaces de vivir en comunidades de millones de personas sin causar desgracias aún mayores es alucinante…
¿Algo más que le sorprenda?
Sí: la enorme diferencia en la sociabilidad entre hombres y mujeres. De nuevo, todo se origina en el pasado. En Inglaterra, los hombres estrechaban sus vínculos en el trabajo y, al caer la tarde, los consolidaban el pub. Mientras, las mujeres se reunían en las casas, para tener que calentar sólo una, y charlaban tranquilamente. Por eso, las relaciones masculinas están marcadas por hacer cosas juntos y las femeninas por compartir cosas íntimas.
¿A qué se refiere?
Las amistades femeninas son más intensas y profundas, casi como relaciones románticas, así que cuando se rompen lo hacen de forma estruendosa. También son más persistentes: si dos amigas viven separadas, harán un gran esfuerzo para cultivar su relación, ya sea por teléfono, mensajes o redes sociales.
¿Y los hombres?
Somos unos gandules sociales, nuestras amistades suelen ser más superficiales. Básicamente, se basan en compartir algún tipo de actividad física: montar en bicicleta, jugar al fútbol… Los criterios para admitir a alguien en su club de amigos son muy laxos: basta, por ejemplo, con que sea capaz de llevar una pinta a su boca sin derramar demasiada cerveza.
Póngame un ejemplo práctico de las diferencias entre hombres y mujeres.
Imagina un grupo de parejas que no se conocen entre sí y pasan una semana haciendo senderismo. Al volver, la mujer lo sabrá todo sobre las relaciones familiares de las otras parejas y los hombres no tendrán ni idea de nada… salvo en qué trabaja cada uno.
Es mucho mejor para tu salud quedar con tus amigos en el bar que salir a correr tú solo
Teniendo en cuenta estas diferencias, ¿la amistad entre hombres y mujeres es más difícil?
Los datos lo demuestran: tanto en hombres como mujeres, el 75% de su red social la forman personas de su mismo sexo. Tiene sentido, porque la amistad tiene un fuerte componente homofílico: nos gusta la gente que se parece a nosotros en edad, etnia, género…
Y luego están los “siete pilares de la amistad”…
Sí, nuestros estudios demuestran que hay siete factores que refuerzan nuestros vínculos con alguien: hablar el mismo idioma, nacer en el mismo entorno, tener estudios parecidos, compartir aficiones e intereses, tener ideas morales y políticas similares, que te hagan reír las mismas cosas y, curiosamente, que te guste la música parecida. Es casi seguro que tu círculo de amigos íntimos, formado por unas cinco personas, cumple seis o siete de estos criterios.
¿Es posible ser amigo de alguien con quien sólo compartes dos o tres?
En teoría, puedes basar una relación incluso en un único pilar, como que a los dos os guste muchísimo el jazz japonés. Pero será una amistad mucho más frágil que tiende a esfumarse con el paso del tiempo.
La pandemia ha roto muchas relaciones, ¿no?
Más bien hizo de filtro: encerrados en nuestras casas, nos replanteamos si algunas amistades eran auténticas, si merecía la pena dedicar tiempo a cultivarlas… Pero, al mismo tiempo, ganamos nuevas relaciones: muchos de los que vivimos en ciudades charlamos con nuestros vecinos por primera vez.
Usted dice que la gente feliz tiende a juntarse… y la gente deprimida también. ¿Se repelen entre sí de inicio o se contagian su estado de ánimo?
Las dos cosas: preferimos a la gente que se parece a nosotros y, a la vez, reforzamos esos lazos que tenemos en común. Así que recomendaría a la gente infeliz que haga un esfuerzo y se rodee de gente que se ría mucho… Y que ellos también se rían, aunque no cojan los chistes. Es bueno para la salud.
¿Cree que alguna vez podremos ser amigos de una Inteligencia Artificial?
Depende de lo desesperado que estés. Desde luego, una relación con un robot puede ser mejor que nada, aunque no puedas ir a cenar con una inteligencia artificial. En realidad, es mucho más eficaz comprarte un perro, que es un animal que lleva 10.000 años viviendo con el ser humano y ha evolucionado para ser especialmente cariñoso y amigable con nosotros.
Si tuviera que dar tres consejos a alguien que tenga pocos amigos, ¿cuáles serían?
El primero, que se una a un coro: cantar juntos es una actividad que genera muchos vínculos de amistad. Otra posibilidad es un club de senderismo: caminar en sincronía también aumenta el flujo de endorfinas. Y, finalmente, que vaya a tomar una copa de vino con la gente que conozca en esos dos lugares: los bares son el disneylandia de la amistad.
¿Aplica usted sus propios consejos en su vida personal?
No lo hago por tres razones: porque los psicólogos no deben experimentar con sus propias mentes, porque como hombre soy un gandul social y, sobre todo, porque yo soy muy, muy, muy perezoso.