
Medía 450 metros de largo. Inaugurado en 1910 se mostraba como el principal atractivo del pueblo. Tenía vida propia, era el corazón tanto en lo comercial como en lo recreativo. Todas las mercaderías para Madryn y el Valle llegaban por barcos que amarraban en él para descargar (alimentos, muebles, indumentarias, vehículos, materiales para construcción), en fin, todo lo que se utilizaba a consumía. Todavía no existía la competencia del transporte terrestre que años más tarde si sustituyeron a las rutas marítimas dejando adormecido por un tiempo el muelle.
Había importantes empresas navieras, entre otras Marolla – Ogueira, Compañía Argentina del Sur, La Anónima y Aurelio Garagarza. Todas ellas tenían personal que competían visitando los comercios locales y de la zona ofreciendo las “ventajosas conveniencias”, como precios, prontitud del viaje, seguro por riesgo total y lo más importante, la recepción en la Capital Federal para los embarques en forma inmediata. También hablaban, cuando convenía, sobre las bondades de sus navíos. A los comerciantes del Valle los entusiasmaban para que envíen desde el muelle de Madryn hacia otros lugares la fruta, caolín, pasto y lana, que eran los productos principales.
El Ferrocarril cumplía una función importante por ser el enlace desde Madryn hasta Dolavon.
Permanentemente en el muelle se encontraban amarrados dos y a veces, según la eslora, tres barcos, mientras en rada había otros tantos esperando para poder “atracar”. Entre ellos recuerdo al Pampa, Carlitos, Rata, Limay, Chaco, Argentino, Atlántico, Comodoro, Camarones, San Julián, Mitre y se destacaban el Menéndez y Asturiano que pertenecían a la Sociedad Anónima Importadora y Exportadora de la Patagonia, que eran mixto porque también transportaban pasajeros. Era común ver a los residentes locales embarcarse o desembarcarse de ellos. Se podían visitar y frecuentar el comedor donde disponían de un servicio de alta calidad.
El trabajo de los estibadores y personal afectado a la carga y descarga de los mismos creaba una importante fuente de trabajo resultando muy beneficioso para Puerto Madryn. La prestación de los guinches a veces no alcanzaba, entonces los barcos utilizaban los suyos. La mercadería venía suelta, pero especialmente acomodada en la bodega, es decir, no como ahora que viene en contenedores, por consiguiente eso demandaba más ocupación de mano de obra y destreza para el movimiento de las lingalas.
Con la frecuencia regular de los buques, el trabajo prácticamente no se interrumpía en todo el año, lo que aseguraba un bienestar a sus jornaleros.
Muchos acudíamos al muelle para pescar. Cuando se encontraba operando o había movimiento de vagones nos dejaban llegar hasta la escalerita que estaba pasando el mareógrafo, que aún no existía y que lo vi construir y después inaugurar el 19 de julio de 1944, siendo el primero en la Patagonia. De esa construcción recuerdo lo novedoso que era cuando vestían y luego descendían parado en una plataforma al buzo de escafandra. Mientras lo iban sumergiendo comenzaban a girar a mano dos ruedas que accionaba la bomba para enviar el aire que respiraba. Los encargados de esa operación eran “Pirulo” Pira y “Yaquino” Florio. Nosotros lo visitábamos cuando trabajaban y veíamos que el buzo tenía atado un cabo fino que accionaba cuando necesitaba más o menos aire haciendo sonar una campanita de bronce. Estos dos amigos que daban vuelta la manija nos decían “…quieren que le haga pedir aire.” Entonces giraban la rueda a un ritmo más lento y en el acto escuchábamos el tañido de la campanita.
En verano, las escasas veces que no había barcos “trabajando”, igual encendían las luces del muelle hasta la cero hora para que la gente paseara o pescara. La iluminación recién se inauguró el 3 de abril de 1946. Los calamares y savorines eran, según la época del año, la pesca codiciada. Como yo era muy pequeño mi padre me permitía descender la línea por las hendiduras del piso que quedaban entre los tablones y que todos los chicos conocíamos bien cuáles eran las mejores para que pasaran y conseguir pescar. Era el pasatiempo preferido donde se daban cita gran cantidad de habitantes en las noches de verano. También se prestaba para que las parejas profesaran su amor.
¡Cuántos recuerdos hermosos de mi adolescencia que tengo sobre aquel Muelle!
Fragmento del libro “Nostálgico Puerto Madryn”, de Pancho Sanabra