Palabra ajena a las lenguas patagónicas, acuñada en la zona del Río de la Plata, al derivar de la palabra guaraní Kiya, que significa “cuero”.
El quillango es una piel -o una serie de pieles-, que, normalmente, se confecciona con cueros de guanacos nonatos, llamados chulengos, que elaboraban los aborígenes tehuelches y que empleaban como prenda que los cubría desde los hombros hasta abajo de las rodillas. Lo usaban con el pelo para el lado de adentro, y a la cara expuesta la decoraban con coloridos motivos geométricos. Las mujeres se lo sujetaban con un tipo de alfiler principalmente de madera, y lo mantenían cerrado con la mano izquierda.
El quillango era confeccionado por la mujer y, además de prenda de vestir, se utilizaba para amortajar al ser querido fallecido.
Los tehuelches lo llamaron “huarralco” y desde que comenzaron a mantener un fluido contacto comercial con el hombre blanco, fabricaron cantidades importantes para usarlos como trueque para recibir a cambio lo que ellos llamaron “vicios” -aguardiente, yerba, azúcar-. Este intercambio se llevó a cabo, principalmente, entre los colonos galeses del valle inferior del río Chubut -pan, harina, queso- y de Carmen de Patagones.
Un registro de septiembre de 1794 hace referencia al embarque de 50 quillangos en Puerto Deseado. En 1870 era frecuente la exportación de este producto en Carmen de Patagones, el que una estadística hacía subir a 1.872 unidades en 1894 y 17.326 pesos. En 1945, un anuncio en Comodoro Rivadavia decía: “Peletería y curtiembre San Martín de Trifu Jiban. Se curten y confeccionan toda clase de pieles, quillangos, alfombras, zorros (…) San Martín 600”. La confección de quillangos por parte del hombre blanco ya había sido frecuente en Puerto Deseado a fines del siglo anterior.
Una de estas prendas llegó a tener suma trascendencia en el viaje que el aborigen mapuche Ceferino Namuncurá efectuó con un grupo de salesianos a Italia: en la entrevista que mantuvo con el Papa, el representante del pueblo indígena le regaló un quillango.