viernes, 11 de octubre de 2024

Soplo toda la tarde. Hace días que el viento se cuela por las invisibles rendijas de las casas. La gente asegura puertas y ventanas. Hace calor y el viento no perdona. Como un diablo, a su antojo, se arremolina en el Rincón, lugar elegido para bailar su danza.

Es una noche de diciembre de 1949. Los muchachos se acurrucan en sus camas y con esa canción de golpes y silbidos entran en el sueño que, esa noche, se convierte en pesadilla.

Ellos viven en una sencilla casa de chapa y madera, el cielo raso amortigua el canto endemoniado del viento. Viven en el borde del Rincón del Diablo, en la calle Chacabuco, entre Sarmiento y Huergo, al lado hay un galpón de material, enorme construido el año anterior.

Juan Leónidas Espindola, de 24 años, comparte la casa con su hermano Carlos y su sobrino Carlitos, de 8 años.

Carlos no puede dormir, una ventana golpea y una puerta cruje resistiendo al viento que hace esfuerzos por entrar a la casa, gira sobre la cama mientras observa a su hijo que, por fin, está dormido… Mira el reloj, es la 01:00 y se tiene que levantar temprano, gira… busca una posición que le permita amortiguar los sonidos de la devastadora tempestad. No puede, es la 01:30, se levanta porque la puerta de la habitación está a punto de ceder, corre una silla, busca un palo para trabarla, quiere detener a la muerte pero no puede.

El viento entra de todos modos, empuja el paredón del vecino y un bloque de 300 kilos cae sobre el cuerpo de su hermano Juan que duerme, el espanto lo despierta cubierto de escombros, el nene salta de su camita que está a unos centímetros del gran bloque. Doña Tomasa de Ferrero, que vive en la habitación contigua, que salta de su cama, se imagina lo que pasa, salta encima de los escombros para salir… observa lo que sucede en la habitación de los muchachos. Corre a la calle, por suerte los bomberos están cerca, los llama. Tiene los brazos lastimados. Otros vecinos también corren pidiendo auxilio y ayudando. El guardia del destacamento avisa a otros, corren…. Llega Camilo Castro, el sargento de la Policía, se lastiman, Juan está vivo debajo del bloque, lo sacan, alguien aviso al hospital, llega la ambulancia…. Se lo llevan.

No resiste, tiene el cuerpo destrozado, Juan Leónidas Espindola muere en el hospital municipal a las 4:45, tres horas después de iniciarse la pesadilla.

Doña Tomasa también asistida por el médico, solo tiene golpes y heridas leves.

Mientras Carlos y su hijo lloran la perdida de Juan, el caso es una noticia en el diario. El Rivadavia, que pone en duda la inspección y habilitación del galpón, se abre un expediente con la denuncia y se investiga; finalmente concluye que el galpón y la pared desplomada eran de buena construcción y respondía a las normas vigentes. El responsable del desastre es el fuerte viento!.

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