El dato escueto referente al nombre de esta localidad se lo debemos al Ing. Sr. Cobos que, aún octogenario, ha presidido con eficacia en estos últimos años, la Comisión Argentina de Limites con Chile. Este ilustre Ingeniero, al remontarse en alas de su feliz memoria, nos manifestó en cierta ocasión, que cuando en 1902 acampó aquí la Comisión en un paraje que todavía se conoce con el nombre de “El Campamento”, no había vestigios de población y muy de tarde en tarde se veía por las proximidades algún aborigen, o mejor, chileno y que ante la necesidad de dar nombre a los accidentes topográficos, se otorgó el del Ingeniero Pico, que presidía la Comisión, al rio más caudaloso de estos contornos.
Fue entonces cuando se señala la presencia de los primeros pobladores apellidados Orellana, Ribera, Jaramillo, Amuinahuel y quizás algún otro, esfumado en el tiempo, De Jaramillo lleva el nombre oficial un afluente del rio Pico, el más próximo al poblado. Antonio Amuinahuel, llego del Neuquén con su puntita de ovejas, las primeras que aquí se vieron, “puntita” que después remontó para convertirse en unos cuantos miles. La floreciente sociedad actual “La Primitiva”, integrada por sus descendientes, nos asevera que Antonio Amuinahuel fue hombre de iniciativa provechosa y de fecundo trabajo, y que sus hijos siguen la ruta por él trazada.
Los primeros pobladores
En el año 1904 llego por estas tierras un caballero alemán. Había luchado con el grado de capitán en las filas del ejército boer contra el inglés, y vencido en aquella homérica lucha, abandonó el sur africano en busca de más propicias playas. Se trataba del Dr. Valentín, que en momento de arribar a la Patagonia traía la concesión firme, hecha por el gobierno argentino, de 90 leguas de terreno para poblarlas con alemanes y fundar la Colonia Friedland (Tierra de Paz).
A su paso por Trelew se entrevistó con sus compatriotas, los hermanos Edward y Juan Hahn y Martín Sueker, quienes enterados del propósito decidieron acompañarle. Ellos figuran con justicia como los primeros pobladores, pues obtuvieron del ex capitán Dr. Valentín una legua de terreno cada uno.
Queriendo obrar sobre la marcha el Dr. Valentín se trasladó a Alemania en busca de colonos y para dar a conocer su empresa e interesar en ella a sus compatriotas, publicó un libro que no ha sido traducido a nuestro idioma. Así es como llegaron después otros alemanes y entre ellos los apellidos Hermann y Stann que aquí enraizaron y sus descendientes siguen explotando las tierras entonces adquiridas. Durante su ausencia, el Dr. Valentín estuvo representado por un administrador apellidado Smith, quien no debió ser muy fiel al mandato recibido, pues, parece ser –sin que nosotros podamos asegurarlo-, que se puso en contacto con alguna firma manejadora de capital, para la explotación de la incipiente colonia. Fuese por esto, o porque un cambio de orientación política lo determinara, muy pronto la concesión hecha al Dr. Valentín fue anulada radicalmente, caducando también la propiedad de las concesiones hechas a los colonos alemanes citados, que, no obstante, siguieron cultivando sus tierras, hasta que en 1926, al concederse las tierras fiscales, fue reconocida la propiedad de las dos leguas concedidas a los hermanos Hahn en premio a su comportamiento, durante el largo plazo trascurrido desde la anulación. La propiedad fue concedida con la precisa condición de la segregación de diez hectáreas con destino a Aldea escolar.
Los hermanos Hahn, ya fallecidos, tuvieron también casa de negocios y aserradero, destruido este por voraz incendio el año 1927. Dejaron gratísimo recuerdo y su memoria es todavía objeto de generales alabanzas por su hombría honradez y trato afable y generoso para sus convecinos. Afortunadamente viven hoy doña Guillermina, viuda de Dr. Edward y sus hijos, perseverancia en el trabajo trazado a estos últimos por su progenitor.
Simultáneamente, o con pequeña diferencia en el orden cronológico, arribó por el lado de la frontera Claudio Solís. Chileno él, se hallaba radicado en la Argentina desde los 16 años y hacía más de 25 que venía residiendo en Junín de los Andes y Cholila. En un viaje exploratorio que había hecho en esta zona –no desmentía su apellido-, le causaron tan excelente efecto las extensas praderas enclavadas en plena frontera que no titubeó en dejar Cholila y en trasladarse definitivamente con su esposa y ocho hijos. No vino con las manos vacías pues trajo consigo algo más de cuatrocientos vacunos que pronto se elevaron a tres mil.
Su contagiosa expresión administrativa arrastró hacia aquí a otro poblador de Cholila, el vasco-francés Miguel Iribarne que en compañía de su esposa doña Rosalba sentó sus reales en plena cordillera.
Dr. Claudio Solís, muerto en 1940 a los 77 años, fue un verdadero poblador benemérito. Acreció notablemente el patrimonio vacuno y ovino de la región y fue poblador integral, pues a los ocho hijos que le acompañaron en su éxodo añadió seis más, aquí nacidos. Actualmente, todos los hijos varones, en número de ocho, son pobladores riopiquenses muy apreciados y siguiendo la senda prolífera paterna han conseguido que la viuda, doña Romualda, que cuenta actualmente 77 años, tenga un centenar de nietos y una buena tanda de biznietos.
La primera edificación
La primera edificación en lo que hoy se considera núcleo de la población, fue un rancho construido por Solís, para que habitara en él su peón Juan Aguilar.
Miguel Iribarne, fallecido también, dedicó sus actividades principalmente el agro. Con paciencia de benedictino roturó tierras y luchó con el clima inhóspito hasta conseguir vencerlo. A orillas del Lago N°6 frente a un panorama desbordante de bello colorido, hay unos predios cultivados que producen fruta y hortalizas gracias a la acción tesorera de este vasco que hizo honor a su raza.
De Dr. Claudio Solis y D. Miguel Iribarne guárdese gratísimo recuerdo, principalmente entre los numerosos pobladores de la zona fronteriza. Remediaron necesidades de sus convecinos y tuvieron iniciativas provechosas. A su empeño y desprendimiento se debe la creación de la Escuela de la Frontera inaugurada por el Inspector de tan esclarecida memoria, D. Vicente Calderón.
Con la presencia de estos pobladores ya estaba en el surco la semilla engendradora del futuro Rio Pico. ¡Y buena semilla, como se ha visto! Un rancho aquí y una casita allá fueron, como en todas partes, los primeros brotes pregonadores de vitalidad y fueron precisos algunos años para que cristalizando el afán de los primeros habitantes de dar a sus vástagos la instrucción que ellos, quizás, no habrían recibido, surgiera la escuelita como signo de civilización y célula y núcleo en torno al cual iba a concentrarse un nuevo conglomerado humano. La bandera azul y blanca, ondeando al viento patagón, desafiando sus furores, indicó también que la Argentina comenzaba a actuar como anexo de las almas, penetrando pacífica y dulcemente en el corazón de aquellos niños que quizá en sus hogares no recibían, por ignorada, la lección de argentinidad y oían una lengua que no era la vernácula, lengua extraña aunque no hostil.
La creación de la escuela
Fue así como un buen día del año 1922 comenzó a funcionar la Escuela N° 75. Para ello los escasos habitantes no habían omitido esfuerzo alguno, organizando colectas, bailes y demás festejos todavía en boga, ante la pasividad estatal, supliendo su ausencia, cuando se trata de allegar fondos para obras de utilidad social. Con el andar del tiempo, otro buen día, el 16 de octubre de 1946 los periódicos bonaerenses epigrafiaban la noticia: “Un nuevo pueblo en la Patagonia”. Era que Río Pico había recibido el espaldarazo de su mayoría de edad con la aprobación de proyecto de mensura, realizado en 1944 por el Ingeniero Densa, de tan grato recuerdo.
Nota de archivo