Hasta el momento, la única idea de gobernabilidad que exhibe Milei es la restauración de una polarización que había cedido durante el momento electoral de los tres tercios. Una nueva grieta, con una divisoria de aguas diferente. Por eso castiga más a quienes intentan reivindicar un espacio de centro que a quienes efectivamente constituyen el polo de reacción a cualquier cambio, como transparentó Cristina Kirchner en su único pronunciamiento público en tres meses.
Milei entiende que la única gobernabilidad posible resulta de evidenciar y profundizar el conflicto. Que allí reside el respaldo de la mayoría que lo condujo al poder y también allí resiste la tolerancia excepcional que demanda el plan de ajuste. No todos sus interlocutores piensan lo mismo. Ni los bloques políticos en los que está fragmentado el Congreso, ni la liga de gobernadores que ahora perdió la coloratura unánime de otros tiempos. Ni los técnicos del FMI, que por tercera vez le han advertido sobre la necesidad de atender al costo social del ajuste que aplica; ni los líderes extranjeros que por ahora lo reciben con su mejor sonrisa diplomática.
Así como el sinceramiento de precios reprimidos, combinado con la licuación del gasto, no constituye por sí mismo un programa de estabilización; así como un plan de estabilización nunca será tal en Argentina si no articula con un programa de reformas que reconstituyan mercados, tampoco un diseño de gobernabilidad es eficiente si únicamente se limita a agitar el desorden. Para sólo explicar luego que los resultados no llegan por la necia conspiración de los renuentes.
“El gran riesgo es la reacción popular al ajuste”, afirmaron desde el BofA en su informe en referencia a los números de superávit que se conocieron sobre enero, pero sobre los que se puso un signo de pregunta por la viabilidad de que se mantengan en el tiempo.