miércoles, 5 de febrero de 2025

Después de tanta espera, el hospital finalmente se construye en La Loma, pero en otra manzana. El vecinal se erige entre las calles Urquiza, Alsina, Bouchardo y Maipú. Se inaugura en febrero de 1937 con dos pabellones, 20 camas en la sala de hombres y 20 en la sala de mujeres, y otro sector para los niños. Los enfermos infecciosos aún no tienen pabellón separado.

Alexander Fleming acaba de descubrir la penicilina, el gran antibiótico del siglo, pero aquí llegará más tarde. Por ahora, la farmacia del hospital preparará los medicamentos. Para ello necesita, entre otros elementos, esencia de limón, sulfato de sodio, bálsamo del Perú, tintura grindela, aceite de hígado de bacalao, piramidón, vaselina, magnesio y talco.

Para alimentar a los enfermos, la municipalidad recurre a los vascos de Dionisio Hernández, a quien paga $0,70 pesos el kilo de vaca y $0,45 pesos el kilo de capón y los huesos más sustanciosos que el capón, según las creencias de la época, a $0,50. La leche se la compra la Gutiérrez. Todo ello gracias al subsidio especial que recibe el Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, que en 1937 envía $6.000. Con eso alcanza para pagar sueldos, mantenimiento, compra de medicamentos y ayuda a indigentes, sumando entre otros los gastos, $54.420. Le sobra, es increíble.

¿Vacuna gratis?

La asistencia pública enfrenta una alerta de viruela. Para prevenir, solicitan con urgencia al Instituto Yenner de Buenos Aires 1.000 plaquetas antivariólicas. El pedido es el 6 de junio de 1936. Recién, el 24 de agosto, se comunica a todo el pueblo que hay vacunas gratis contra la viruela y la difteria. El 12 de enero de 1938 ya está en el hospital y hay una nueva amenaza de difteria. El pueblo tiene pánico y el director pide las vacunas. El comisionado hace las gestiones ante el Instituto Bacteriológico Argentino, dependiente de la Dirección Nacional de Higiene, y pide 1.000 ampollas de suelo antidifterico, que las manden en el avión de la aeroposta que sale el jueves de Buenos Aires, pero las pide en contrarreembolso. No sabe lo que se le viene.

El 1 de julio de 1938, el interventor municipal recibe un telegrama del Departamento Nacional de Higiene que les paguen los $467,69 por las vacunas enviadas, además de los $17 por gastos de franqueo. Esto enoja mucho al director del hospital y más al interventor, que urgente manda a pedir al gobernador del territorio información sobre suministro gratuito de medicamentos hospitales municipales en estos territorios. El gobernador le manda ahí mismo el decreto del 14 de agosto de 1937 del presidente Juan B. Justo, donde dice bien claramente que el Departamento Nacional de Higiene proveerá a los servicios sanitarios existentes en los territorios nacionales a cargo de las municipalidades y de los medicamentos y elementos necesarios.

A lo mejor la dependencia no tiene ese decreto. Por eso, Stafforini envía una copia y le responde que “en el pedido realizado se indicó el pedido contra el reembolso y no aclaró que se iba a usar en el servicio del hospital y que ordene el pago correspondiente”. Están enojados.

Stafforini decide usar la diplomacia y manda una nueva nota donde dice que el suero es para el servicio gratuito del hospital, “solicito por favor que no lo cobren”. Mientras tanto, los pedidos por más vacunas van y vienen. El director del hospital insiste y pide mil vacunas al Dr. Sordelli y 500 unidades de vacuna antivariólica al Departamento Nacional, que esta vez serán a su cargo.

Corre abril de 1938 y no perdonen, hay que prevenir antes de que llegue el invierno. El 24 de mayo piden más vacunas. “Desde hace un mes estamos pidiendo mil vacunas y no nos mandan, que se agotaron las existentes”. Un mes después siguen insistiendo. ¡Qué cosa  estos trámites nacionales! En septiembre, el interventor municipal recibe un telegrama que informa que “queda anulado el pago de las vacunas enviadas”.

¿Y la cuenta en el Banco Nación?

Un poco más tranquilo, Stafforini gestiona la compra de una ambulancia nueva con el saldo existente en una cuenta pro-construcción del hospital. Solicita el presupuesto aquí y allá y finalmente se acepta la oferta de Casimiro Pella, agente de Chevrolet de Comodoro Rivadavia, por un vehículo de $5.418. La plata depositada no alcanza y tiene que recurrir a la cuenta especial pro-ambulancia.

Desde septiembre de 1938 circula un nuevo vehículo por las calles del pueblo. Tiene patente 42-SM. Y con esta ambulancia se cierran las cuentas en el banco.

El hospital está en marcha

El último día de 1938 se firma la resolución con el reglamento de funcionamiento. Para que no queden dudas sobre sus funciones, queda bien claro que el hospital está destinado a los enfermos “pobres de solemnidad”, sin distinción de sexo, política o religión. No aceptando enfermos que puedan pagar su asistencia médica fuera del establecimiento.

El director Andino Cayelli “dará cuenta cuando a su juicio sea internado o se presten servicios médicos a personas no comprendidas en el artículo 1”. El personal será nombrado por la Municipalidad con asesoramiento del médico director y está prohibido hacer propaganda de otro médico.

Los consultorios externos se atenderán sólo pobres de solemnidad que acrediten debidamente su pobreza según la fórmula exigida por la Municipalidad. Excepcionalmente se atenderán los casos de primeros auxilios. No se aceptan insanos, ancianos, enfermos con tratamientos especiales.

Los enfermos están obligados a bañarse, salvo indicación médica. Está prohibido jugar, fumar, hablar en voz alta y provocar discusión que puedan ofender las creencias de los demás enfermos. Introducir libros contrarios a la moral y buenas costumbres, ensuciar las paredes, camas y pisos, escupir fuera de las salivaderas, pedir servicios extras, redactar o presentar quejas contra el personal superior o empleados. Las quejas serán personalmente ante el director y contra éste se harán en la Municipalidad.

También se reglamenta el funcionamiento del laboratorio cardiológico y fisioterapia, farmacia, maternidad, archivo, sanitario, biblioteca, científica, funciones de la cocinera, cama, lavandera, canchador, etcétera.

Extraído del libro “Crónicas del Centenario” editado por Diario Crónica en 2001

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