viernes, 13 de diciembre de 2024

El ministro de Economía, Sergio Massa, se encuentra hoy en Estados Unidos en tratativas formales y no justamente “combatiendo al capital” sino buscando atraer, como corresponde, a ese capital tan necesario para nuestro país. Creemos necesario repasar la relación a través del tiempo del peronismo con los Estados Unidos.

Contrariamente a lo que muchos suponen, el Peronismo no inventó las malas relaciones de Argentina con los Estados Unidos. Por el contrario, las heredó. La política neutralista -similar a la que habían mantenido los norteamericanos durante el siglo XIX- había sido la tradicional línea de la política exterior argentina de los conservadores y los radicales. Aferrado a esa tendencia, el gobierno de Ramón Castillo votó en contra de los Estados Unidos cuando el secretario de Estado Cordell Hull reclamó la solidaridad hemisférica en la crucial conferencia de Río de Janeiro en enero de 1942. Un mes antes, el país había entrado en la Segunda Guerra Mundial tras haber sufrido un ataque en Pearl Harbour por parte del Imperio del Japón.

En aquella votación clave, la Argentina se negó a acompañar a Washington. La posición dejó al país en soledad: el resto de los gobiernos del hemisferio respaldaron a los Estados Unidos, con la única excepción de Chile, que poco después modificó su actitud. De la revolución del 4 de junio de 1943, en tanto, nació un gobierno cuya política exterior sufrió las oscilaciones derivadas de la propia conformación heterogénea de su composición. Fue así como la Argentina recién declararía la guerra al Eje tardíamente, el 27 de marzo de 1945. Pero para entonces la Argentina se había ganado la calificación de fascista por parte de buena parte de los medios norteamericanos.

En tanto, el entonces coronel Juan Domingo Perón se fue abriendo camino y los hechos lo fueron transformando en la figura decisiva de aquel proceso político. Como secretario de Trabajo y Previsión, ministro de Guerra y vicepresidente, Perón fue avanzando hasta convertirse en el hombre fuerte del gobierno revolucionario y en el candidato natural a la Presidencia para el momento en que se llamara a la apertura electoral. Fue entonces cuando el Departamento de Estado envió como embajador a la Argentina a Spruille Braden. El nuevo embajador llegaría a Buenos Aires con la misión específica de impedir que Perón ganara las elecciones. Su breve misión en la Argentina se extendería a lo largo de tan solo tres meses (entre abril y julio de aquel año clave) pero se las arreglaría para conseguir los objetivos inversos a los que se había propuesto. Una combinación de soberbia y torpeza hizo que Braden iniciara una abierta campaña en contra del líder quien se encontraba precisamente en el momento decisivo de su irrefrenable ascenso al poder.

Una cadena de acontecimientos aceleraron el devenir histórico en aquellos meses. En la segunda semana de octubre, Perón fue removido de todos sus cargos y fue trasladado detenido a la isla Martín García. Los hechos despertaron una movilización popular el día 17, dando nacimiento al movimiento peronista. La Argentina había alumbrado a un nuevo líder.

Dotado de una habilidad casi inigualable, Perón supo explotar la animadversión del gobierno norteamericano y la capitalizó. La campaña electoral se sintetizaría en una consigna: “Braden o Perón”. El 24 de febrero de 1946, Perón fue elegido Presidente de la Nación.

Para entonces los Aliados habían derrotado a Alemania y al Japón. Un nuevo orden mundial bipolar surgió tras el fin de la guerra. Consciente de ello, Perón se entregaría a una política de creciente acercamiento a los Estados Unidos, una tendencia que se profundizaría especialmente a partir de fines de los años cuarenta y comienzos de los cincuenta. Una manifestación cabal de esta política tuvo lugar cuando estalló la guerra de Corea que siguió al ataque del régimen comunista norcoreano a su vecino del Sur el 25 de junio de 1950.  De inmediato, Perón instruyó a su canciller Hipólito “Tuco” Paz y a su embajador en Washington Jerónimo Remorino a comunicar a la Administración Truman que la Argentina estaría del lado de los Estados Unidos. Perón llegaría a anunciar que enviaría tropas al conflicto, una iniciativa que no llegó a concretarse por la oposición de sectores del Ejército, los sindicatos y el partido radical. El diputado Arturo Frondizi despertó un gran aplauso cuando, durante un mitín radical, exigió que “nuestros muchachos no sean enviados a morir en Corea”. Ante las manifestaciones, Perón desistió. Los altos mando de las Fuerzas Armadas habrían incidido en la decisión. Años más tarde, el “Tuco” Paz escribió en sus Memorias (1999) que la decisión final de no enviar tropas a Corea había sido una equivocación: “Creo que Perón se equivocó. Debió afrontar esas críticas, como lo hizo cuando pocas semanas después se ratificó el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR)”.

En tanto, Perón había enviado ese mismo año a su ministro de Hacienda Ramón Cereijo a negociar un crédito por 125 millones de dólares -equivalentes a unos mil cuatrocientos millones de dólares de nuestros días- del EXIMBANK. La inicial animosidad entre el peronismo y los norteamericanos había quedado definitivamente en el pasado. “Pecados de juventud”, explicaría magistralmente el propio Perón.

Tres años más tarde, el líder justicialista haría enormes esfuerzos de seducción al recibir en Buenos Aires a Milton Eisenhower, hermano del presidente Dwight D. Eisenhower y “Special Envoy”, durante su visita al país en 1953. Así lo graficó el propio enviado en sus Memorias (“The Wine is Bitter”, 1963): “Decir que la recepción que me brindó Perón me dejó atónito es un pobre eufemismo: alfombras rojas, bandas pintorescas, guardias militares de honor por todas partes”.

En tanto, la política de acercamiento a los Estados Unidos del gobierno de Perón tuvo su correlato en el plano económico e implicó un abandono de las tendencias nacionalistas y estatistas que caracterizaron el inicio de su administración. El punto de inflexión de esa política se produjo con la firma del contrato con la California Argentina de Petróleo S.A., firmado el 25 de abril de 1955. El mismo se convertiría en un hito en la política económica del segundo gobierno peronista. Los capitales de la California estaban integrados por la Standard Oil. La política de Perón de intentar atraer inversiones extranjeras era un punto fundamental del Segundo Plan Quinquenal y la alianza con los capitales norteamericanos para la explotación energética -una política que sería profundizada por el frondicismo- era un pilar de esa iniciativa.

Perón fue derrocado pocos meses más tarde. Su caída se produjo en momentos en que su gobierno acaso atravesaba el mejor momento en la relación con los Estados Unidos. El 25 de junio de aquel año The Wall Street Journal había publicado que fuentes del Departamento de Estado “sentían mucho que el presidente Perón se enfrentará con graves dificultades internas” (dado que Perón estaba) “siempre del lado occidental en los momentos de tensión de posguerra y constituía una excelente garantía para los capitales”.

Un interminable derrotero en el exilio llevaría al general de Paraguay a Panamá, de Panamá a Caracas, de Caracas a Santo Domingo y de allí a la España de Francisco Franco. A lo largo de aquellos dieciocho años, Perón iría modificando sus posiciones con respecto a la política internacional de acuerdo con las circunstancias de cada instancia.

Para entonces los tiempos habían cambiado. Los tiempos del macartismo y de los hermanos Dulles se habían agotado con el fin de la era Eisenhower. De pronto, la izquierda se puso de moda. Una corriente tercermundista en boga hizo que para sus seguidores Perón fuera hermanado con líderes del mundo no-alineado como Nasser, Nehru, Sukarno, el mariscal Tito o el propio Mao Tse Tung. Fue entonces cuando algunos creyeron imaginar un Perón que no existía. Finalmente, cuando se le propuso ir a la Cuba castrista, Perón eligió la España de Franco.

La vuelta del peronismo al poder en 1973 encontró al Movimiento en un momento de confusión en el que las contradicciones se sucedían a diario. Influenciado por los sectores juveniles, el designado presidente Héctor Cámpora no tardó en volcarse hacia la izquierda. La Cancillería quedaría en manos de la dupla Juan Carlos Puig-Jorge Vázquez. Este último haría un discurso incendiario en la cumbre de la OEA en Lima semanas más tarde en el que acusaría al “imperialismo” de todos los males. El tercermundismo estaba de moda y la Argentina se sumó formalmente al Movimiento No Alineados (NOAL) en la cumbre de Argelia que tuvo lugar en aquel año.

Juan B. Yofre lo graficó en su obra “Fue Cuba”: “La Argentina había ingresado en la dimensión desconocida el 25 de mayo de 1973”. La apertura de las cárceles y la suelta de presos escandalizaron a la derecha del movimiento. El 20 de junio, el día del regreso definitivo del general Perón, la violencia estalló en Ezeiza entre las distintas facciones del peronismo. Pronto fue evidente que la situación no duraría. Perón se hizo cargo del gobierno el 13 de julio a través del interinato a cargo del titular de la Cámara de Diputados, Raúl Lastiri, a la sazón yerno del todopoderoso ministro de Bienestar Social José López Rega. La presidencia de Cámpora se había agotado tras escasos 49 días.

La asunción de la tercera Presidencia de Perón el 12 de octubre de 1973 coincidió con el traumático tramo final de la accidentada Administración de Richard Nixon. Envuelto en la desgracia del Watergate, Nixon luchaba por conservar el poder. Su llegada a la Casa Blanca en 1969 había inaugurado una política exterior hiper-realista en la que Sudamérica sería más que nunca una región alejada de los conflictos globales, con la posible excepción de los sucesos en Chile. Pero en todo caso, la Casa Blanca de Nixon-Kissinger estaba claramente enfocada en terminar la guerra de Vietnam y en la política triangular frente a Moscú y Beijing. El destino impediría que se concretara el anunciado viaje del líder justicialista a Washington, previsto para la segunda mitad de 1974 y que incluso llevaron a adaptar el avión presidencial con una sala de cuidados intensivos para ese traslado. La muerte de Perón el 1 de julio y la renuncia de Nixon se interpusieron en el camino frustrando la visita a los Estados Unidos con la que jefe del peronismo pretendía coronar su regreso al poder.

Por entonces Perón había nombrado al que es considerado el mejor embajador que la Argentina tuvo en las últimas décadas ante los Estados Unidos, Alejandro Orfila, quien llegaría a ser secretario general de la Organización de Estados Americanos poco después.

En 1989, el segundo líder del peronismo, Carlos Saúl Menem, llegó al poder. El mundo vivía entonces cambios vertiginosos. El orden bipolar de la Guerra Fría daba sus últimos suspiros. El colapso del imperio soviético dio paso al “momento unipolar” en el que los Estados Unidos liderarían el mundo. Fue entonces cuando el presidente George H. W. Bush habló del surgimiento de un “Nuevo Orden Mundial” en el que las dos superpotencias rivales del período anterior concurrían juntos en la (primera) guerra de Irak de 1991. Rápido de reflejos, Menem instruyó a su canciller Domingo Cavallo a anunciar que la Argentina participaría en el esfuerzo militar ordenado por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas para restituir la soberanía estatal de Kuwait tras la audaz e irresponsable invasión iraquí del 2 de agosto de 1990. Bush devolvería el gesto meses más tarde cuando -desafiando algunos consejos de sus asesores- no suspendió su programada visita a Buenos Aires apenas dos días después del intento de golpe militar del 3 de diciembre de aquel año, lo que significó un enorme respaldo para el presidente argentino.

Menem había logrado captar la simpatía de Bush desde su encuentro en octubre del año anterior. Una cumbre de jefes de Estado de las Américas convocada por presidente Oscar Arias para celebrar los cien años de democracia ininterrumpida en Costa Rica había sido el escenario que Menem supo aprovechar. Dotado de un encanto personal y una audacia reconocida por propios y ajenos, Menem le preguntó a Bush en qué podía ayudarlo. El presidente recién asumido de un país latinoamericano en medio de una profunda crisis hiperinflacionaria le ofrecía su ayuda al líder del mundo libre.

La política pro-norteamericana de Menem sería caricaturizada por sus detractores a partir de una frase poco feliz que Guido Di Tella, quien sería su segundo canciller dijo a Clarín el 9 de diciembre de 1990 cuando se desempeñaba como embajador en Washington: “Nosotros queremos un amor carnal con los Estados Unidos, nos interesa porque podemos sacar un beneficio”.

En los años que siguieron la Argentina alinearía su política exterior de acuerdo al marco global que ofrecían los decisivos cambios que se produjeron en el tiempo histórico en que le tocaba gobernar. Aquella política de afinidad con Washington llevaría a abandonar el Plan Cóndor, al retiro del Movimiento de No-Alineados, a convertir a Menem en el primer presidente argentino en realizar una visita de Estado a Israel, a condenar la violación de los Derechos Humanos en Cuba y al reconocimiento de la Argentina como aliado extra-OTAN. En tanto, el liderazgo de Menem había logrado sortear un imprevisto en 1992 cuando el gobernador de Arkansas, el demócrata Bill Clinton, derrotó a Bush en su intento de alcanzar un segundo mandato en la Casa Blanca.

Con Menem la Argentina encontraría el punto de mayor cercanía con los Estados Unidos en toda su historia. Pero al tiempo que Menem impulsaba una agenda de acercamiento a los Estados Unidos, no descuidó sus relaciones con los vecinos. En un hecho que pocas veces le es reconocido, Menem firmó junto a sus pares Fernando Collor de Melo (Brasil), Andrés Rodríguez (Paraguay) y Luis Lacalle Herrera (Uruguay) el Tratado de Asunción que en marzo de 1991 dio nacimiento al Mercosur. Asimismo, terminaría de consolidar los últimos diferendos limítrofes con Chile, logrando pacificar una relación que al menos en dos oportunidades había puesto al país al borde de la guerra con nuestro vecino trasandino.

El tercer gran líder surgido de las filas del peronismo, Néstor Kirchner, llegaría al poder en 2003. Para entonces el país salía de la larga crisis que siguió al fin de la convertibilidad y que hundió a la Argentina en una profunda recesión entre 1998 y 2002.

Inicialmente, Kirchner declaró buscar una relación madura y de respeto con Washington. El vínculo bilateral había atravesado momentos complejos tras la caída del gobierno de Fernando de la Rúa en diciembre de 2001, un evento cuyas consecuencias la Administración Bush (hijo) no supo interpretar en su real dimensión dado que por entonces se encontraba atrapada en la crisis derivada de los atentados del 11 de septiembre de aquel año. La política exterior del presidente provisional Eduardo Duhalde y el canciller Carlos Ruckauf había procurado mantener una línea de continuidad con respecto a la de sus antecesores, pero algunas realidades eran insoslayables: la Casa Blanca le había negado asistencia financiera del Fondo Monetario Internacional en el tramo final de 2001 al ministro de Economía Domingo Cavallo lo que aceleró el colapso de la convertibilidad.

Por otra parte, en medio de la campaña electoral Duhalde aceptó modificar el voto en relación con la condena a la situación de los derechos humanos en Cuba, rompiendo la tradición que se había seguido durante los gobiernos de Menem, De la Rúa y la suya propia durante su primer año en el poder (2002). El cambio en la postura frente a Cuba respondía a un requerimiento de la campaña kirchnerista, que apuntaba a captar votos de izquierda por fuera de las estructuras tradicionales del justicialismo.

Fidel Castro en persona devolvería las gentilezas cuando viajó a Buenos Aires para asistir a la jura de Kirchner, el 25 de mayo de 2003. Su visita al país ofrecería el marco para que parlamentara sobre las virtudes del socialismo, cuando pronunció un interminable discurso en las escalinatas de la Facultad de Derecho ante una multitud para luego retirarse a su suite del Four Seasons. El flamante canciller Rafael Bielsa sostuvo dos días después que “no me atrevo a afirmar que en Cuba se violan los derechos humanos”. Fue entonces cuando el subsecretario de Estado Roger Noriega afirmó que la Argentina había dado “un giro a la izquierda”.

No obstante, la Administración Bush intentó un acercamiento con el nuevo gobierno. Apenas semanas después de la toma de posesión del santacruceño, llegó a Buenos Aires el secretario de Estado Colin Powell para contactar a las nuevas autoridades. En tanto, el 23 de julio de aquel año Kirchner fue recibido en la Casa Blanca, en la que sería la única visita de Estado a los Estados Unidos durante los doce años y medio de gobiernos kirchneristas.

En tanto, una serie de acontecimientos hicieron que las relaciones argentino-norteamericanas no tardaran en deteriorarse. Kirchner comenzó a alinearse con los gobiernos de izquierda que fueron llegando al poder en aquellos años en la región. El punto culminante tuvo lugar en noviembre de 2005 cuando el gobierno argentino se prestó a organizar -formal o informalmente- una contracumbre durante las sesiones de la Conferencia de las Américas en Mar del Plata a las que asistieron todos los mandatarios de la región, incluyendo a Bush. La Argentina se transformó en el escenario en el que Hugo Chávez gritó “ALCA, ALCA, AL-CARAJO”.

Mientras tanto, el gobierno se veía beneficiado por la gran recuperación económica que tuvo lugar durante la primera década del siglo. En ese marco, el gobierno obtuvo una resonante victoria en las elecciones de medio término de 2005. Confiado por sus éxitos políticos, Kirchner se sintió en condiciones de deshacerse del ministro Lavagna, un hombre que había ganado prestigio propio. La designación de una ignota ministra al frente del Palacio de Hacienda escondía una realidad: a partir de ahora Kirchner sería su propio ministro de Economía. Liberado de la presencia de Lavagna, Kirchner adoptó una medida políticamente redituable pero económicamente equivocada cuando canceló la deuda con el Fondo Monetario Internacional. La decisión constituía un triunfo de corto plazo, pero implicaba deshacerse de reservas para liquidar un crédito de bajo costo mientras el gobierno se endeudaría con otros acreedores -como Venezuela- a tasas muchísimo más elevadas. La opción de Kirchner demostró hasta qué punto las necesidades de la política doméstica desplazaron los intereses de la política exterior. La llegada de Cristina Fernández de Kirchner como Jefa de Estado a partir de 2007 profundizaría esas tendencias. 

Una situación paradojal tuvo lugar en los años que siguieron. La elección de un presidente demócrata como Barack Obama en 2009 alimentó las esperanzas de los kirchneristas de mejorar las relaciones. Sin embargo, éstas solo se deteriorarían. En rigor, las relaciones de los Kirchner con la Administración Obama serían aún peores que durante la era Bush. Dos episodios terminarían de dañar el vínculo con los Estados Unidos. El primero de ellos tuvo lugar cuando el canciller Héctor Timerman decomisó material sensible de un avión militar norteamericano en el aeropuerto de Ezeiza. El segundo se produjo cuando el gobierno de Cristina Kirchner firmó el Memorando de Entendimiento con la República Islámica de Irán en enero de 2013. El acuerdo con Teherán provocó un colapso en las relaciones con el Estado de Israel y complicó los lazos con la colectividad judía de gran influencia en Washington. Cristina Kirchner terminó su período en 2015 en medio de un enfrentamiento con los Estados Unidos que la llevó a advertir que “si me pasa algo, miren hacia el Norte”.

En tanto, un nuevo gobierno de origen peronista fue elegido en 2019.Y aunque el jefe de Estado ha manifestado que se siente más cómodo con la calificación de “progresista” algunas conjeturas pueden plantearse. Hasta ahora, el gobierno de Alberto Fernández ha declarado buscar una relación pragmática y de respeto con los Estados Unidos. Para ello nombró a un embajador moderado, experimentado y cercano al propio Jefe de Estado como Jorge Arguello. Sin embargo, en el terreno de los hechos, algunos pasos posteriores dejaron ver que la Administración Fernández-Kirchner optó por colocarse en contra de cada iniciativa de la Casa Blanca en la región. Algunas de esas posturas maximalistas, como las adoptadas en ocasión de la elección de autoridades de la Organización de Estados Americanos y del Banco InterAmericano de Desarrollo implicaron pagar costos innecesarios. En el mismo plano, la anunciada vocación expresada por las principales figuras de la política exterior del oficialismo de adherir a la llamada Ruta de la Seda (One Belt One Road), es decir la principal iniciativa de política exterior de la República Popular China, no puede sino ser entendida en el mismo sentido en momentos en que Washington y Beijing protagonizan una creciente rivalidad estratégica, una realidad que persistirá a pesar del cambio de autoridades norteamericanas que tendrá lugar el 20 de enero próximo.

Recuerdos del futuro. 75 años después de su fundación, el Peronismo persiste -para bien o para mal- como la fuerza dominante de la política argentina. Dentro y fuera del poder, Perón y sus herederos han tenido que convivir con un mundo en el que los Estados Unidos fueron, son y seguramente seguirán siendo la principal nación de la Tierra.

Dado que todo indica que en sus distintas versiones el Peronismo seguirá siendo un factor decisivo en la política argentina en las décadas por venir, una aproximación realista sobre las relaciones con esa realidad geopolítica que son los Estados Unidos es un imperativo categórico para las nuevas generaciones de la Argentina del siglo XXI. Dirigentes que enfrentarán casi con seguridad tiempos plagados de dificultades y desafíos, en un un mundo en cambio constante, cuyas tendencias deberán procurar interpretar, encontrando en ellas las oportunidades que surjan para nuestro país.

Fuente: panamarevista.com

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