miércoles, 11 de diciembre de 2024

Francia Márquez, que mañana asumirá la vicepresidencia de Colombia, estaba el pasado 30 de julio en el escenario del Centro Cultural Kirchner en Buenos Aires, en uno de los actos de su gira latinoamericana, mientras en un altavoz sonaba la voz del poeta uruguayo Eduardo Galeano. Con su voz acompasada, leía su poema Los nadies: “Los nadies, los hijos de nadie, los dueños de nada. / Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la Liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos”. La primera vicepresidenta afro de Colombia no reveló su expresión. Es una mujer recia, inexpugnable. Apenas esbozó una sonrisa y pidió un aplauso para el poema.

Podría decirse de ella que ha transformado ese poema en un programa político. Su llegada al poder representa, en efecto, el aterrizaje de los llamados nadies. Ahora, su desafío es concretar esas esperanzas en el primer Gobierno de izquierda de Colombia, que presidirá Gustavo Petro.

Márquez nació hace 40 años en Yolombó, una vereda de Suárez, un municipio de Cauca, en el suroccidente colombiano. Ha conocido el miedo. El de no tener con qué alimentar a sus dos hijos, cuyos padres desaparecieron; el de las amenazas de muerte en un país que mata activistas medioambientales como ningún otro. Fue minera artesanal, peleó contra mineros ilegales que estaban acabando con un río en su tierra y ponían en riesgo de desplazamiento a sus paisanos.

Trabajó limpiando casas; estudió Derecho, aunque soñaba con ser cantante y poeta; lideró una marcha de 80 mujeres con turbantes que caminaron durante 10 días y 350 kilómetros hasta Bogotá para exigirle al Gobierno de turno que quitara los títulos mineros a empresas que llegaban de la mano de paramilitares, y obtuvo el Premio The Goldman Environmental 2018, el Nobel ambiental.

El camino no ha sido corto, ni fácil. La han llamado resentida, “igualada”, poco preparada. “Cuando me dicen que soy una aparecida, pues sí y qué. Hoy aparecemos, aunque siempre habíamos estado. Toda la vida escuché eso, hoy demostramos que sí podemos”, ha dicho con sorna. Viene formándose como líder desde su adolescencia cuando descubrió el orgullo de ser negra, dejó de alisar su pelo rizado y se vinculó al Proceso de Comunidades Negras (PCN). Sabe bien las expectativas que despierta ahora desde la otra orilla: “He luchado contra proyectos minero-energéticos. Ahora que soy gobierno me tocará mirar cómo es que vamos a hacer. Son proyectos que se ven como desarrollo, pero no generan bienestar”.

Sus posiciones políticas no siempre son bien recibidas. Suele decir las cosas como las piensa, es desconfiada y se espera que sea una voz radical y disidente dentro del mismo Gobierno. Su presencia como feminista adquirió peso ante el nuevo presidente, Gustavo Petro, quien recién comenzó la campaña había tenido desavenencias con un sector del feminismo. El ascenso de Márquez ha dejado en evidencia también un racismo enquistado en la sociedad colombiana. La han caricaturizado como un mono y ella, sin temor a la polémica, ha demandado a influenciadores y a una cantante popular por racismo y discursos de odio.

Una de sus reivindicaciones es que en Colombia es momento de “vivir sabroso”. “Se refiere a vivir sin miedo, en dignidad, en garantía de derechos. Vivir sabroso es que yo pudiera vivir en mi propia casa, que tuviera las garantías de seguridad y tal vez no con un poco de gente armada”, según ella.

La nueva vicepresidenta ha puesto palabras en el debate público que Colombia no quería escuchar: habla de un país clasista, racista y patriarcal. Habla del feminismo que conoció, no desde la teoría, sino desde la vida misma, teniendo como referentes a su abuela y a su madre, así como otras mujeres de su comunidad. “Aprendí de mujeres que aún sin tener nada hacen lo que sea por sacar a sus hijos adelante, por que sus hijos no se acuesten con el estómago vacío o vayan con los zapatos rotos a la escuela o que no sean arrebatados por los actores armados”.

Y también de feminismo antirracista, cuya inspiración le viene también de su amiga la filósofa estado­unidense Angela Davis, autora de Mujeres, raza y clase (Akal). “Las mujeres negras no están haciendo la lucha para romper el techo de cristal, sino para ponerse de pie y caminar con sus hermanas junto a las mujeres indígenas que siempre han estado de rodillas”, según Márquez.

El mensaje de Francia Márquez potencia con su historia y su voz el discurso de Petro. Viste con estampados africanos y colores vivos, con siluetas y faldas campesinas y unos aretes de oro con la forma de Colombia. No habla de personas pobres, sino empobrecidas por un “modelo neoliberal que pone en riesgo la vida”. De gobernar como un acto colectivo, bajo la filosofía ubuntu, defendida en su día por Nelson Mandela, y cuya esencia da nombre al movimiento, Soy porque somos.

“Yo represento a los nadies y las nadies de Colombia”, declaró Márquez en abril, al principio de la carrera electoral. Representa, en palabras de la filósofa Laura Quintana, la “rabia digna” de un sector de movilización social que reclama por fin tener una vida mejor. Francia Márquez insiste, repite y canta que trabajará “hasta que la dignidad se vuelva costumbre”.

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