viernes, 11 de octubre de 2024

Según las fuentes clásicas, Herodes I el Grande falleció cuando rondaba los setenta años por una rara dolencia que hizo que «aparecieran gusanos» en su pene.

La matanza de los Inocentes, de Rubens.

San Mateo lo narró de forma tan sucinta como cristalina en el Nuevo Testamento: «Entonces Herodes, al ver que había sido burlado por los magos, se enfureció terriblemente y envió a matar a todos los niños de Belén y de su comarca». Y por una barbaridad tal como asesinar a los infantes con menos de dos años ha pasado a la historia Herodes I el Grande, monarca de Judea en el siglo I a.C. y nuestro particular Grinch de la Navidad. La realidad, sin embargo, es que cuesta demostrar su participación en esta tropelía, pues su vida, igual de extensa que de controvertida, está rodeada de una nube formada de muchísimos mitos y no menos leyendas.

Quizá por ello, y todavía hoy, existe cierta controversia alrededor de su muerte. El historiador judeorromano del siglo I Flavio Josefo explicó en sus textos que este controvertido monarca pasó sus últimos años de vida enloquecido por una extraña dolencia que le provocó, entre otras cosas, el nacimiento de «una gangrena en las partes genitales». Enfermedad que, al poco tiempo, derivó en el nacimiento de gusanos. El mal que le mató es todavía un misterio, aunque algunos expertos hablan de una insuficiencia renal acompañada por alguna enfermedad de transmisión sexual

 

Fuentes originales

Intentos de asesinato, envenenamiento, heridas de guerra, extraños complots contra su persona… Nada pudo con Herodes I el Grande salvo el lento paso del tiempo. Según explica Flavio Josefo en su obra ‘Antigüedades de los judíos’, ya en la ancianidad el monarca contrajo algún tipo de extraña dolencia que mermó de forma radical su salud. «Mientras sus mensajeros […] se dirigían a Roma, el rey enfermó e hizo testamento, en el cual otorgaba el reino al menor de sus hijos», desvela. Atisbar de cerca el gélido aliento de la Parca empeoró su, ya de por sí, despreciable humor. Así lo narra el autor:

«En vista de que no mejoraba, pues tenía cerca de setenta años, se enfureció, y amargado y airado se indignó con todos, creyendo que lo despreciaban y que su pueblo se deleitaba con su enfermedad».

La dolencia de Herodes avivó, a su vez, las ansias de poder de algunos líderes locales como «Judas, hijo de Seforeo» y «Matías, hijo de Margalot». Ambos caudillos, a los que Flavio Josefo define como elocuentes defensores de la ley patria, se valieron de su oratoria y de su capacidad de soliviantar a las masas a golpe de falacias para sembrar las semillas de una revuelta contra el monarca. Estaban convencidos, o eso decían, de que el rey había transgredido tantas normas terrenales que los cielos habían lanzado contra él una maldición incurable como castigo divino . El turbio pasado de nuestro protagonista hizo el resto.

«Al saber que la enfermedad del rey era incurable, excitaron a la juventud a que destruyera todo lo que el rey había ordenado hacer en contra de la ley nacional y a librar una guerra santa en nombre de las leyes; pues por haberse atrevido a hacer lo que estaba prohibido por la ley, el rey sufría la enfermedad y había experimentado las otras desgracias de su vida. Y ciertamente Herodes había realizado algunos hechos contrarios a la ley, que Judas y Matías le reprochaban».

 

Raro mal

El misterioso mal que aquejaba a Herodes empeoró en los siguientes meses. Cuenta Flavio Josefo que se agravaba jornada a jornada y que era un «severo castigo de Dios» por los muchos crímenes que había cometido contra su pueblo. Y lo cierto es que la suya no fue una opinión aislada. Tanto los augures como aquellos que analizaban las ciencias divinas, al ser preguntados, confirmaron una y otra vez que sus «muchas impiedades» habían provocado aquel desastre. A pesar de ello, el monarca estaba convencido de que los molestos dolores que le perseguían a todas horas terminarían por esfumarse algún día.

Pero no fue así y los síntomas empeoraron en un breve período de tiempo. Josefo los narra de forma extensa en sus textos. Al parecer, todo empezó con «una especie de fuego que lo iba consumiendo lentamente, el cual no se manifestaba por su ardor al tacto, sino que le dolía en el interior». Además, sentía un deseo fervoroso de comer que no pudo satisfacer debido a una «ulceración en los intestinos». A todo ello había que añadir «un cólico que le ocasionaba terribles dolores» y unas molestias en los pies y el abdomen, «afectados por una inflamación con un humor transparente»

Representación clásica de Herodes I el Grande.

Fiebre constante, vientre hinchado… Los indicios se cuentan por decenas. Aunque los más preocupantes aparecieron en el pene y los testículos, donde le nacieron gusanos, así como en los brazos y piernas, como bien narra el autor: «Además, sufría una gangrena en las partes genitales que engendraba gusanos. Cuando estaba de pie se hacía desagradable por su respiración fétida. Finalmente, en todos sus miembros experimentaba convulsiones espasmódicas de una violencia insoportable».

Pero, hasta para los personajes más malvados de la historia, la esperanza es lo último en desvanecerse. Herodes, convencido de que acabaría curándose, hizo llamar a los médicos más reconocidos de su tierra y siguió sus prescripciones sin importar lo alocadas que fuesen. Su máxima era sobrevivir. Una de las primeras medidas a las que recurrió fue atravesar el Jordán para tratarse en las aguas termales de Calirroe, cerca del lago Asfaltites. Ya en su destino se sumergió en un baño de aceite caliente, un supuesto y más que controvertido remedio. No sirvió de nada.

 

Y la muerte

En las últimas semanas los dolores se agravaron. Desesperado, Herodes regresó a Jericó, donde sus ataques de furia se convirtieron en un triste habitual. «Sentía indignación contra todo el mundo». El odio que se agitaba en su interior era cada vez mayor. Hasta tal punto que ordenó «a los judíos principales de todo el pueblo» entrar, so pena de muerte, en un hipódromo preparado para la ocasión. Luego llamó a su hermana y le hizo una extraña y cruenta petición. Quería que el pueblo llorase, de verdad, su marcha, y solo había una forma de lograrlo…

«Dijo que le era dolorosa la idea de morir sin que lo lamentaran y lloraran como rey. Sabía muy bien cuál era el pensamiento de los judíos; no ignoraba que deseaban su muerte; ya se habían sublevado contra él y ultrajado sus dedicaciones. […] En seguida que hubiese expirado, mandarían rodear el hipódromo por soldados que ignoraran su muerte, y con orden de matar a flechazos a los que se encontraban dentro. Si lo hacían, con esta matanza le proporcionarían un doble placer; por un lado, cumplirían su voluntad y, al mismo tiempo, se harían sus funerales con memorables [y reales] lamentos».

Ese no fue su único acto de maldad. Entre el carnaval de monstruosidades que perpetró se halló la de asesinar a un hombre de cada familia. Solo por regocijo, sin que importara que hubiera cometido o no delitos. Fue una de sus últimas infamias. Murió en el año 4 a.C., Así terminó la vida de un «hombre inhumano con todos» y de «iras desenfrenadas». Un sujeto que « menospreció el derecho y lo justo» durante los entre treinta y treinta y siete años que permaneció afincado en la poltrona.

 

Más enigmas

¿Qué mal aquejó a Herodes a lo largo de su vejez?, ¿por qué se fue a la tumba el rey que protagonizó la famosa matanza de los Inocentes? Estas preguntas las intentaron responder, el pasado 2003, varios médicos y expertos como Ricardo Espinoza o Cristián Sepúlveda en el dossier ‘Acerca de la muerte del rey Herodes el Grande’, publicado en la Revista Médica de Chile . Ellos apuestan porque la dolencia que probablemente acabó con su vida fue una insuficiencia cardíaca y renal. Pero también sentencian que, con casi total seguridad, el monarca padeció además una enfermedad de transmisión sexual que le afectó a los genitales.

Para empezar, los mencionados expertos estudiaron los posibles síntomas de Herodes a través de los textos de Flavio Josefo. Entre ellos encontraron «edema de extremidades, halitosis, contracciones musculares espasmódicas y ortopnea». Todos, indicios que apuntan a que lo mató una insuficiencia renal crónica en etapa terminal. Su teoría ha sido enarbolada también por otros grandes expertos como Jan V. Hirschmann, médico especializado en enfermedades infecciosas desde hace dos décadas. Aunque el galeno deja fuera de su diagnóstico la fiebre y los dolores abdominales, que no encajan en el cuadro.

Otra representación de la matanza de los Inocentes.

Tampoco se olvida del prurito (picazón) que define Josefo y que, como explicó para History Channel, pudo provocarle alteraciones tiroideas y la enfermedad de Hodgkin, un cáncer en una parte del sistema linfático. «Suscribimos finalmente, la hipótesis de falla renal, aunque es difícil establecer una unidad diagnóstica y pudiera existir más de un proceso patológico», añaden los autores en su dossier.

La «gangrena» que «engendraba gusanos» en sus genitales requiere, para los médicos, un estudio aparte. De ser cierta, y no una invención del autor destinada a humillar al rey, podría corresponderse con una gonorrea o una miasis . En 2003, los expertos apostaron por un nuevo planteamiento: una «gangrena genital provocada por una esquistosomiasis». Para ello, aducen la existencia en la región de una suerte de parásito (‘Schistosoma haematobium’) muy común y con la capacidad de poner huevos que liberan larvas infecciosas.

Así lo explican en el dossier: «Estas larvas generalmente penetran por la piel y de ahí las esquistosomulas alcanzan el sistema venoso, alojándose, en el caso del S. haematobium, en los plexos pelvianos y perivesicales. Allí se reproducen y desencadenan variadas manifestaciones al comprometer los órganos endopélvicos, contándose entre 4.000 y 19.000 huevos por gramo de tejido».

Las consecuencias que pueden producir son similares a las que narra Josefo. Entre ellas cistitis crónica (lo que lleva a padecer dolores en la vejiga y en la pelvis), litiasis (la formación de cálculos en vías excretoras) o fibrosis con obstrucción uretral (la cual puede generar insuficiencia renal). «Después de los 45 años de edad, la mortalidad aumenta considerablemente. Localmente pueden formarse fístulas entre los órganos urinarios, el intestino y los genitales», completan. En todo caso, el misterio sigue sin resolverse.

Fuente: ABC

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