En el Covadonga se pagaba a la Romana. Y había clásicos: La cuenta siempre terminaba en quinientos pesos, Carranza se manchaba la corbata, Alfonsín no pagaba nunca, salvo cuando recibía plata y pagaba todo. Terminado los almuerzos, Tito Moure lo alcanzaba a Constitución para tomar el bus a Chascomús. Un auto usado con frecuencia era el franjito, el Citroën crema 2C V modelo 68 que Moreau compró en cuotas y dejo de pagar por extinción de la agencia. Impresentable.
Una tarde en San José 189, entra un desconocido. “Me acerco –recuerdo a Moreau- y el tipo se presenta: ‘Soy el agregado político de la Embajada Soviética. Quiero conocer al Dr. Alfonsín’. Quedamos en comer dos o tres días después, almuerzo en el Imparcial. Larga charla. La sobremesa se prolongaba. Me voy al baño. A los cinco segundos entra Alfonsín. ‘Leopoldo, vos trajiste plata, no?’. ‘No, usted no me dijo’. ‘¡yo no tengo un mango!’. ‘¡Usted es un irresponsable! ¿Cómo lo va a invitar y venir sin un mango?. Es un papelón’. El ruso iba por el tercer brindis: Alfonsín grita ‘¡Mozo!’. Cuando el mozo se da vuelta y encara para la mesa, Alfonsín mira para el otro lado. Yo me agacho simulando que me ataba los zapatos. El mozo lo encara al ruso: ‘¿Señor?’. ¡Termino pagando el invitado!”.
Fuente: Libro “Alfonsín, de Oscar Muiño