miércoles, 4 de diciembre de 2024

Cuando “aún no había nada ni nadie” del lado sur de la costa del arroyo Genoa, Oscar Lundgwist, desde su libro “Duros Días en Argentina”, publicado en Suecia nos cuenta lo siguiente: “Llevamos 15 toneladas de mercancías, como así también maderas y chapas de zinc para una casa, un español –Santiago- un verdadero “factótum” dependiente, cocinero y carpintero y mi patrimonio personal inseparable: mi cajón de marinero y mi violín en su estuche.

Antes de levantar la casa había recorrido a caballo la zona, buscando el lugar apropiado. Era cuestión de elegir un sitio por donde podía pasar en el futuro una picada, la cual era de mucha importancia para el éxito de los negocios de la nueva casa de comercio. También era muy importante tener cerca un mallín con pasto verde y agua en abundancia para los caballos propios y los de los clientes que pernoctaran en la casa, como así también, que el sitio estuviera fuera del peligro de inundación, provocada en la primavera por las crecientes del río; más aún si fuera posible, encontrar un terreno plano y que las características del subsuelo no impidiera la perforación de un pozo.

Después de unos días de búsqueda, iniciábamos la construcción de la casa en el lado oeste del valle, justamente en el centro del ancho valle y a 15 kilómetros más abajo del lugar de Hermann, al lado del cerro. La tropa de carros que esperaba en la colina pudo entonces bajar al lugar y descargar los materiales. Se levantó la casa con tirantes y chapas de zinc, se buscaban grandes piedras en el cerro que fueron colocadas encima del techo para evitar que la fuerza de los vientos lo llevara. La pintamos de blanco y la bautizamos “Casa Blanca”, la casa contenía dos habitaciones, una para el negocio y otra para el depósito. Un galpón de chapa colocado en forma de carpa fue la cocina. Cuando se terminó la casa me dedique a la compra de toda lana, cueros, etc. que se podía conseguir en la zona y mande los carros devuelta a la costa. Hermann, mi bienhechor, ya tenía un competidos, pero había lugar para dos.

El español Santiago, “mi factótum” era impagable en aquella época. Hacía de carpintero, de albañil, pintaba, lavaba ropa y como cocinero preparaba los mejores manjares con los ingredientes más sencillos. Atendía el negocio cuando me encontraba ausente, cosa que pasaba a menudo, en procura de obtener productos y conseguir clientes.

Una de mis mejores recuerdos de aquella época es la rendición de cuentas que hacía con Santiago, después de unos cuantos días de ausencia –él no sabía leer ni escribir pero tenía buena memoria- nos sentábamos de noche sobre una pila de cajones vacíos al lado del mostrador, yo con mis libros y él con un pedazo de papel todo sucio y arrugado, lleno de garabatos y signos, rayas y figuras. Y en esta forma contabilizábamos toda la venta y compra efectuada por él, al contado y a cuenta, y al último controlaba la caja y todo resultaba exacto y al centavo.

Al terminar dicha tarea Santiago me arreglaba la cama encima del mismo mostrador, poniendo cuero de ovejas, de caballo y ponchos, y un rollo de género que bajaba de la estantería hacía de almohada.

Él se acostaba en el piso de tierra, en el depósito junto con 4 perros. Años más tarde falleció mi pobre Santiago, tan honrado y bueno. Murió en un hospital de Buenos Aires de pulmonía.

Esta casa comercial se inauguró en 1905. En su primer viaje de vuelta a su tierra, al poco tiempo de inaugurar su almacén, Oscar convenció y trajo a la Patagonia a varios empleados y socios. Entre ellos su propio hermano Fernando, quien siendo de una personalidad muy diferente a Oscar, pronto se distanció de él, asociándose a los Barreneche y abriendo un negocio de ramos generales en Putrachoique.

Al poco tiempo Oscar Lundgwist, se ausentó del lugar estableciéndose en la ciudad de Santos, Brasil, representando en su nueva residencia a una compañía naviera, ocupando el cargo de Vice Cónsul sueco, durante 20 años. En el año 1923, ya teniendo 43 años, renuncia ante Escribano Público y testigos (testimonio Nro 185) a la sociedad del almacén. Para ese entonces sus socios habían sido Nils Anderson, Emilio Balke y Gustavo Wallin. En un documento elaborado en 1929 suscripto entre don Henning Hommerberg por una parte y Emilio Balke por la otra, ambos se comprometen a la entrega de las instalaciones, casas y mercaderías existente en la manzana uno del pueblo que habían pertenecido a la sociedad recién disuelta.

 

Textos tomados del libro “Gobernador Costa – Historia del Valle del Genoa – Ernesto Maggiori

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