El ‘mono’ es la estrella boxística de esos años, aunque haya perdido la oportunidad por el título mundial ante Ike Williams en Estados Unidos, iniciando así una lenta decadencia. Pero un día de 1951 llega a Comodoro para protagonizar una pelea de fondo y es una buena oportunidad para conocer al ex campeón argentino, aquel de las legendarias peleas contra Lahuse, siempre relatadas por la vibrante voz de Fioravanti, traída por la onda corta o retransmitida por LU 4. Gatica pasea por las calles de Comodoro con su característica galera y moño y no le gusta que le digan “mono”, como lo llaman con zorna desde el “ring side”. Prefiere el apodo de “tigre”, como lo llama la popular. Su figura concita los odios entre los unos y los otros, entre el “gallinero” y la platea, entre peronistas y los otros.
Tanta presentación y antecedentes crean la expectativa necesaria para llenar ese día el Palacio de los Depotes, ubicado en San Martín al 900 (1). Los duros tablones están colmados de gente, dispuesta a disfrutar una velada boxística de gran nivel.
Aparece Gatica sobre el cuadrilátero y saluda con sus características inclinaciones y besos a la tribuna, el rival, que ha viajado con él desde Buenos Aires, ya está sobre el ring y la gente brama: quieren ver en persona a este peleador formidable, que sin técnica y a pura guapeza ha conmovido en heroicas batallas con su gancho al mentón como mejor arma, aunque los golpes recibidos a cambio le dibujen un triste derrotero hacia el final de su camino.
La pelea
La pelea empieza. Gatica bailotea en el centro del ring y el público delira, grita, unos lo aman y otros lo odian, pero todos quedan paralizados por la bronca cuando antes de los dos minutos de pelea, ante la primera mano en profundidad lanzada “mono”, o el “tigre”, el rival cae estrepitosamente y no se levanta por toda la cuenta de 10, aunque ni siquiera disimula cuando mira al árbitro, esperando a que dé por terminada la pelea, con lo que él habrá ganado unos pesos.. “Estafa!”, gritan los aficionados. “Tongo!”, vociferan convencidos de que el mono, efectivamente, vino a ganarse la bolsa sin siquiera despeinarse. “Devuelvan la plata”, exigen y arrojan monedas sobre el escenario (2).
Al otro día, para colmo, los ven en un bar jugando al truco, a ellos: a Gatica y a su rival, los boxeadores contra los entrenadores (3), ya no hay dudas de que hubo “tongo”, pero esto no va a quedar así. Puede que sea un pueblito al sur del mundo, pero es demasiada desconsideración para la gente de Comodoro: el gobernador militar, Marcelino Muller, resuelve retener la bolsa del boxeador, ante la sospecha de que la pelea ha sido arreglada.
Gatica insiste, pero no hay caso, hasta que, despreocupado, advierte:
“Está bien, ustedes no me paguen, pero ya los va a llamar mi padrino”. Nadie sabe a qué se refiere, algunos piensan que los ha retado a un duelo, pero la cosa se aclara al otro día, cuando el boxeador está de regreso en Buenos Aires: desde el otro lado de la línea, el general Juan Domingo Perón ordena a las autoridades de la Gobernación Militar de Comodoro Rivadavia que cumplan con el pago a José María Gatica, aquel que, al momento de conocerlo, años antes en el Luna Park, le dijera: “Dos potencias se saludan, mi general”.
xtraído del libro “Crónicas del Centenario” editado por Diario Crónica en febrero de 2001.
(1) En ese lugar, años más tarde, se construirá el Centro Catamarqueño.
(2) Testimonio de Carlos Moreno, quien presenció la pelea, entrevista de Crónica, enero de 2001.
(3) Testimonio de Enrique Hernández, material aportado a Crónica en febrero de 2000.