martes, 15 de octubre de 2024

La madre de Lincoln, Nancy Hanks, a quien criaron sus tíos, probablemente no fue a la escuela. Nos consta que no sabía escribir, porque trazaba un signo aguisa de firma al pie de los contratos.

Vivía en lo más profundo de los umbríos bosques y se creó pocas amistades; y a los 22 años se casó con uno de los hombres más iletrado y humilde de Kentucky, un jornalero y cazador de venados, torpe e ignorante. Su marido se llamaba Tomas Lincoln, pero la gente de los montes y cañaverales, donde vivía, lo llamaron “Linkhorn”.

Tomas Lincoln era un vagabundo, un merodeador, un inútil que iba de un ligar a otro aceptando cualquier clase de trabajo cuando el hambre lo impulsaba a ello. Trabajaba en los caminos, cortaba la maleza, atrapaba osos, desbrozaba la tierra, araba los maizales, construía cabañas de tronco; y los archivos revelan que en tres ocasiones le hicieron custodiar presos con una escopeta. En 1805 el distrito de Hardin, de Kentucky, le pagó seis centavos la hora por atrapar y azotar a unos esclavos rebeldes; carecía por completo del sentido del dinero; vivió 14 años en una chacra de Indiana y durante ese período ni siquiera pudo ahorrar y pagar 10 dólares anuales por su tierra. Cuando su pobreza era tal que su esposa tenía que prenderse los vestidos con espinas silvestres aguisa de alfileres, Tomas fue a una tiende de Elizabethtown, Kentucky, y se compró un par de tirantes ….. a crédito. Poco después, en una subasta, pagó 3 dólares por una espada. Probablemente usó los tirantes de seda y lució su espada hasta cuando iba descalzo.

Tom Lincoln venia de los bosques, y, a pesar de su estupidez, no tardó en comprender que era allí donde le correspondía vivir. Llevó a su esposa a una chacra pobre y pedregosa, situada en el linde del bosque, y nunca volvió a incurrir en la temeridad de abandonar la espesura por la ciudad.

A poca distancia de Elizabethtown existía una vasta parcela de tierra sin árboles que llamaban “Los Paramos”. Por espacio de generaciones los indios habían encendido allí hogueras y quemaron los bosques, malezas y zarzas, para que la rustica hierba de las praderas pudiese crecer al sol y los búfalos vinieran a revolcarse y a pastar.

En diciembre de 1808, Tom Lincoln compró una chacra en “Los Páramos” por 76 centavos y dos tercios el acre. En aquellas tierras estaba la cabaña de un cazador, una tosca choza rodeada de manzanos silvestres, aquella era una de las regiones más solitarias y desoladas de Kentucky.

Y en esa cabaña del cazador, situada en los límites de aquellos solitarios páramos, en pleno invierno de 1809, llegó al mundo Abraham Lincoln. Nació un domingo por la mañana …. sobre un lecho de estacas cubiertos de hollejos de maíz. Afuera arreciaba una tempestad y el viento de febrero empujaba a la nieve por la grieta de los trancos y le hacía penetrar en la piel de oso que cubría a Nancy Hanks y a su hijo. Nancy esta predestinada a morir 9 años después a los 35 años de edad, agotada por el esfuerzo y las privaciones. Nunca fue feliz.

Al llegar a la familia caían las primeras nieves del invierno y Tom Lincoln construyó precipitadamente lo que llamaban entonces “una cabaña de tres caras”. Hoy lo llamarían un cobertizo, aquella vivienda no tenía piso ni puerta ni ventana: solo traslados y un techo de estacas y zarzas. El cuarto lado estaba completamente abierto al viento, a la nieve y al lodo frio. Hoy un chacarero moderno de Indiana no haría invernar a sus vacas o a sus cerdos en un refugio tan tosco, pero Tom Lincoln consideró que era lo suficiente bueno para él y su familia durante los largos inviernos.

Nancy Hanks y sus hijos durmieron allí ese invierno como unos perros, acurrucados sobre un montón de hojas y con las pieles de oso tendidas sobre el sucio suelo en un rincón del cobertizo.

Tom Lincoln trato de criar cerdos, pero los osos pasaban tanta hambre que se apoderaban de los cerdos y se los comían vivos.

Durante años, en Indiana, Abraham Lincoln soportó una pobreza más tremenda que los millares de esclavos a quienes debía liberar un día.

Desde los primeros tiempos del Medio Oeste los colonos padecían de una misteriosa dolencia llamada “la enfermedad de la leche”. Esta les era fatal a las vacas, a las ovejas y a los caballos, y solía arrasar poblaciones enteras.

En otoño de 1818 este horrible flagelo llegó al Valle de Buckhorn, en Indiana, destruyendo a muchas familias. Nancy Lincoln ayudó a cuidar a la esposa Peter Brooner, el cazador de osos, cuya cabaña estaba a un kilómetro escaso de distancia. La señora Brooner murió y Nancy se sintió repentinamente enferma. La acometían mareos y violentos dolores de vientre. Mientras vomitaba penosamente la llevaron a su casa, donde la atendieron en su lamentable jergón de hojas y pieles. Sus manos y pies estaban helados, pero sus entrañas parecían arder. Pedía agua sin cesar. Agua. Agua. Más agua.

Tom Lincoln tenía una profunda fe en los signos y augurios; de modo que en la segunda noche de su enfermedad, cuando un perro aulló prolongada y lastimeramente junto a la cabaña, abandonó toda esperanza y dijo que su mujer se moriría.

Finalmente, Nancy ni siquiera pudo alzar la cabeza de la almohada y solo habló con murmullos. Llamo a su lado a Abraham y a su hermana y trato de hablar. Ambos se inclinaron para distinguir sus palabras: su madre le rogó que fueran buenos el uno con el otro, que vivieran de acuerdo con sus enseñanzas y que adoraran a Dios.

Estas fueron sus últimas palabras porque su garganta y todo su tubo digestivo están afectados por las primeras etapas de la parálisis. Quedó sumida en un prolongado estado de coma y por fin murió el séptimo día de su enfermedad, el 5 de octubre de 1818.

Tom Lincoln puso dos peniques de cobre sobre sus parpados para que se conservaran cerrados; luego se internó en el bosque, derribó un árbol y lo convirtió en tablones toscos y desparejos, unió éstos con clavijas de madera. Dos años antes la había traído a aquella colonia en un trineo; y ahora, sobre otro trineo arrastró su cadáver a la cumbre de una colina densamente arbolada, a medio kilómetro de distancia, y la sepultó sin servicio religioso ni ceremonia alguna.

Así sucumbió la madre de Abraham Lincoln. Probablemente nunca sabremos qué aspecto tenía o qué clase de mujer era, porque se pasó la mayor parte de su breve vida en los lóbregos bosques y solo causó una impresión fugaz en las pocas personas que se cruzaron en su camino.

 

Párrafos extraídos del libro “Lincoln, el desconocido” – Dale Carnegie

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