a reciente decisión de la OPEP de no aumentar la producción de petróleo –tal como rogaban Europa y EE.UU.– para mantener alto el precio del barril en el mercado, ha sido interpretada como una bofetada en toda regla al presidente norteamericano, Joe Biden, por parte del príncipe heredero saudí, Mohamed bin Salman. Autoridad absoluta en la superpotencia petrolera –su padre, el rey Salman, aquejado de alzhéimer, hace años que está muerto en vida–, Bin Salman no olvida el calificativo de «paria» que le dedicó Joe Biden en 2018, poco después del asesinato del periodista disidente Jamal Khashoghi. Y eso a pesar de que el pasado mes de junio el presidente de EE.UU. viajó a Riad para presentar excusas al ‘hombre fuerte’ del régimen saudí.
Junto a las razones personales, Bin Salman pretende mantener a flote los réditos del petróleo, que caerían en caso de una bajada del precio del barril si aumentara la producción de crudo para contrarrestar la crisis del gas por la guerra de Ucrania. Los negocios son los negocios. No en vano, en los círculos diplomáticos hablar de Arabia Saudí es referirse, irónicamente, a la «Al Saud Inc.», en la que el soberano ejerce de propietario y consejero delegado. Los presupuestos del Estado saudí son los mismos que los de la realeza, y al final todo consiste en una ingeniería de cuentas, caprichosa y completamente opaca, según los criterios que establezca Palacio.
Junto a las razones personales, Bin Salman pretende mantener a flote los réditos del petróleo, que caerían en caso de una bajada del precio del barril si aumentara la producción de crudo para contrarrestar la crisis del gas por la guerra de Ucrania. Los negocios son los negocios. No en vano, en los círculos diplomáticos hablar de Arabia Saudí es referirse, irónicamente, a la «Al Saud Inc.», en la que el soberano ejerce de propietario y consejero delegado. Los presupuestos del Estado saudí son los mismos que los de la realeza, y al final todo consiste en una ingeniería de cuentas, caprichosa y completamente opaca, según los criterios que establezca Palacio.
Mientras la compañía nacional de petróleos de Arabia Saudí, Aramco, batía palmas por el precio elevado del crudo, los dividendos del petróleo servían para mantener sin cortapisas la maquinaria del Estado de Bienestar de los súbditos, y para enriquecer a los miles de príncipes descendientes del prolífico fundador de la monarquía Saud. Tras la caída de precios y la crisis económica, Mohamed bin Salman recurrió a ciertos recortes sociales y anunció promesas de reformas liberales para atraer inversiones extranjeras. Pero el esquema de enriquecimiento de los príncipes permanece intacto.
Para mantener su mejor parte del pastel, y difundir el pánico entre sus rivales dentro de la familia real, Mohamed bin Salman tomó en el pasado algunas medidas drásticas. Once príncipes saudíes fueron detenidos el 7 de enero de 2018 tras llevar a cabo una protesta en uno de los palacios reales de Riad. Su reivindicación: que se anulara un decreto que les exige pagar a partir de ahora los recibos de la luz y del agua, poniendo fin a un viejo privilegio. El suceso pintoresco se produjo menos de dos meses después de que el príncipe heredero ordenara la detención en el lujoso Ritz-Carlton de otros once príncipes y de decenas de empresarios y ex ministros, acusados de delitos de corrupción económica.
Hagan cola
Las dos docenas de príncipes saudíes caídos en desgracia no plantean ningún problema de supervivencia al estamento real de la superpotencia petrolera. En todo caso subrayan la decisión del Heredero –dada la frágil salud del rey padre, Salman– de demostrar quién manda ahora en la compañía.
«Solo un estadio de fútbol podría albergar a todos los miembros de la familia Saud», escribió en 2009 en un memorándum un diplomático norteamericano, según relata un reportaje de ‘The New York Times’. ¿Cuántos príncipes y princesas, descendientes del fundador de la dinastía, tiene Arabia? Los autores barajan cifras que discurren entre los 5.000 y los 15.000, así que el común de los mortales prefiere referirse a los Saud como la «Casa de los 7.000 príncipes». Una cifra aún así abultada, que habla del carácter prolífico de Abdulaziz bin Saud y de sus herederos –todos polígamos– y con un detalle muy práctico: las ventajas económicas para un príncipe comienzan con el primer hijo y van en progresivo ascenso.
En 1996, la oleada de mensajes diplomáticos norteamericanos filtrada por WikiLeaks arrojó luz sobre algunos de los privilegios de todo saudí que nace emparentado con el florido árbol genealógico de los Saud. En aquel momento, los estipendios mensuales de la realeza iban desde los 800 dólares mensuales que percibían los parientes más alejados del fundador, hasta los 270.000 dólares mensuales de los hijos aún supervivientes de Abdulaziz bin Saud. Los nietos recibían, por su parte, 27.000 dólares mensuales, los bisnietos unos 13.000 dólares, y los tataranietos 8.000.
La ‘Oficina de Decisiones y Reglas’ del Ministerio de Finanzas, que es la encargada de bombear fondos y privilegios económicos a los príncipes y princesas, ofrece también un bonus por matrimonio y por palacio, según un documento diplomático de noviembre de 1996. En ese mismo informe confidencial filtrado por WikiLeaks se calculaba que el mantenimiento de los Saud costaba entonces 2.000 millones de dólares anuales, dentro de un presupuesto que ese año ascendió a los 40.000 millones.