Gastre fue favorecido por la llegada de Agustín Pujol y la construcción de la “Casa de Piedra” en simultáneo con el almacén de ramos generales, ambos se transformaron en puntos clave y determinantes para que comenzaran a llegar, a lo que es hoy la localidad de Gastre, los primeros trabajadores que se convertirían más tarde en pobladores, luego llegarían sus familias y así la zona crecería demográficamente. Cada uno de estos hechos marca la relación directa y proporcional en el cual el origen de las poblaciones, no sólo de Gastre, sino de todos y cada una de los asentamientos de la meseta centro norte del Chubut; es una consecuencia y una respuesta a las necesidades comerciales de la época, la vida en estos inhóspitos lugares se cimentaba en la venta de productos de primera necesidad a los patrones y a los peones de las estancias, las cuales se fueron conformando a partir del impulso gubernamental de poblamiento patagónico, y al afincamiento de los aborígenes de las colonias próximas que no habían sido víctimas de la campaña del desierto, tanto Pujol como su familia, y los administradores a su cargo, iban tomando posesión de los terrenos circundantes por una cuestión de simple ocupación de tierras fiscales, algo que hoy conocemos comúnmente como usurpación, suena algo anacrónico aplicar este término al accionar de estos osados hombres y mujeres de fines de siglo XIX, sin embargo, esta forma de adjudicación por aquellos tiempos no constituía un delito, muy por el contrario, beneficiaba a los mandatarios nacionales y provinciales, quienes seguramente veían con agrado que la Patagonia se poblara con descendencia europea y con ello se acabara definitivamente con las aspiraciones chilenas de ocupación del territorio, y a la vez, se lograra terminar con los últimos pobladores originarios. Seguramente los negocios particulares de poderosos hombres del momento y su actividad política podrían llevarse muy bien con los nuevos emprendimientos de estos extranjeros aventureros en la zona de la meseta.
Esta política de europeizar la Patagonia, se verifica con el inicio de la década de 1920 cuando comenzó una política censataria por parte del gobierno nacional, en este contexto, se creó la figura del inspector de tierras cuya función era la de registrar las características y atributos de la población de estos territorios “nuevos”, los censistas no se caracterizaron por realizar un trabajo demasiado meticuloso y detallado, solamente se limitaron a fragmentar a la población en sus planillas de registro por su origen o nacionalidad, de esta forma pulularon los registros en donde figuraban nombres y nacionalidades que adolecían de fundamentación clara y certera, algunos de los censados carecían de documentación que confirmara sus dichos en cuanto a sus fechas de nacimiento e incluso a su origen, los agentes censales entonces actuaron posiblemente por simple intuición en de tos casos, además era imposible censar a toda la Ta mayoría de los case población de manera literal. El proceso comenzaba con la llegada del funcionario, quien solamente registraba a aquellos miembros de la familia que se encontraban en el lugar cuando él pasaba, y hasta ahí llegaba su función, en algunos casos se notaba que cada registro conllevaba cierto dejo de exclusión o discriminación, expresando de manera solapada su menosprecio, señalando que en su mayoría la población se componía de “Indígenas” y “chilenos”, esto se le agregaba un informe desmerecedor de corte nacionalista o en favor de la población caucásica y blanca; en la mayoría de los informes se calificaba a estas gentes como intrusos, viciosos y vagabundos, se cuestionaba, además, sus creencias contrapuestas con la religión cristiana, fundada en la costumbre de realizar rogativas camarucos¹19, bajo esta situación, resultó muy sencillo para el gobierno y los allegados a él, adquirir las tierras que pertenecían a esta población relegada, ya que sus derechos de propiedad o su derecho de habitar se consideraban nulos por la información de los informes elevados. Los primeros destacamentos de policía fueron también una herramienta fundamental en este proceso, a través de los primeros efectivos enviados a ordenar y proporcionar seguridad al territorio, se logró desplazar a sus antiguos ocupantes desautorizando sus permisos de ocupación y reasignando las tierras a otros individuos allegados a la administración gubernamental de la época, junto al envío y crecimiento de efectivos, aumentó la frecuencia de los dictámenes de desalojo y la persecución legal, de esta forma, claramente se ve como los Llanquetruz, Cual, Pichalao, Cayupán, Sayhueque, Chiquichano, etc., fueron perdiendo terreno -a pesar de los justos reclamos frente a los apellidos europeos, Pujol, Norzagaray, Castro, Moré, González, Abdala, Ayestarán, etc. quienes en pocos años se hicieron con enormes extensiones de territorio y usufructuaron las ganancias obtenidas de cada hectárea, además, como en el caso de Pujol, emplazaron comercios de ramos generales o rubros afines en donde se comercializaban diversos productos y enseres o abarrotes, en principio a través de caravanas y luego en automóviles; el intercambio incluía las materias primas y los recursos de la región, sobre todo lana, los comerciantes más experimentados adquirían estos recursos primarios provenientes del esfuerzo de los pequeños productores a precios muy bajos y los vendían en los centros urbanos a un precio mucho mayor, mientras que en estos destinos más poblados adquirían artículos manufacturados y obtenidos de este intercambio, que luego al retornar al interior provincial, vendían al poblador de la meseta a precios también muy elevados, con lo que la balanza comercial muestra una inclinación soberanamente favorable para los convoyes y el comerciante rural. La adquisición de tierras probablemente también se diera en muchos casos ejerciendo presión económica sobre los dueños de aquellos lotes que se habían endeudado más de la cuenta, como un efecto dominó, cada familia que era desalojada de su tierra, supuestamente de manera obligada, debía dirigirse hacia los centros urbanos de la costa o la cordillera para continuar con su vida y tratar de encaminarla en un lugar que ofreciera oportunidades, sin embargo la cercanía del almacén y las posibilidades de trabajo, además de ahorrarse tan costoso y oneroso traslado de sus pertenencias, los hacían quedarse en el lugar, era cuestión de hacerse de un pequeño espacio y construir un rancho de adobe muy próximo al almacén, así quedaban a disposición del comerciante, y quizás hasta de aquel mismo terrateniente que los había mandado desalojar, trabajando para él, o ellos, como arrieros, barraqueros¹120, esquiladores, o para la realización de otras tareas rurales.
Texto extraído del “Gastre, retrospectiva histórica” – Carlos Adrian Tissera