domingo, 29 de junio de 2025
Las viviendas del personal, en el mismo yacimiento, rodeadas de pozos petroleros

Hasta septiembre de 1930, cuando deja la presidencia de la Dirección, Mosconi no cesa en su tarea de cumplir los objetivos propuestos. “Entregar nuestro petróleo es como entregar nuestra bandera” dice su frase más célebre, pero detrás de esas palabras hay una ingeniería del sentido de pertenencia de Y.P.F.

“Nos proponíamos lograr, y esto se logró, un personal de hombres fuertes, sanos de cuerpo y espíritu, porque sólo con ese material humano se podría realizar el plan trazado”, dirá Mosconi luego de unos años.

Para ello, instrumenta una política de acción social muy elogiada, cuyo objetivo central, según su mentor, es que “el jefe de familia no sintiera disminuidas su energía y su capacidad de trabajo por preocupaciones inherentes a las necesidades del hogar”. A la vez, exige de ellos “entregarse por completo al trabajo con cerebro, corazón y músculo”.

Sin embargo, estos beneficios no son inocentes: detrás se escondía una decidida acción tendiente a evitar la tensión social y los movimientos reivindicatorios de los trabajadores.

La vida en el yacimiento -con barrios planificados todo lo bien que permitían los cerros- tiene sus indudables beneficios: casa, comedores económicos para solteros, hospital, cine teatro, bar y, en principio, tres canchas de fútbol: Florentino Ameghino, Tiro Federal y Talleres Juniors.

En lo religioso, la capilla Santa Lucía da cobijo a sus fieles del yacimiento y Mosconi motoriza junto al padre Luis Cencio, el Colegio Salesiano Deán Funes, al que luego se sumarán otras escuelas propiciadas y beneficiadas por Y.P.F.

Mosconi no es un “general bonachón”, sino que de sus propios escritos se desprende la intención detrás de aquellos beneficios. Además, su imagen -tantas veces exaltada- no es la mejor entre muchos de quienes lo conocieron.

Por ejemplo, Berta Richter Kunzel recordará que “el general Mosconi era un jefe muy importante, pero muy miserable, venía cada tanto a casa. Mi papá le pidió que le hagan una pieza más porque ya tenía seis hijos y la casa no daba más. Un día vino Mosconi y mi mamá contaba que miraba aquí y allá: el techo, abajo de la cama, entró a todas las piezas y después le dijo ‘no, la casa es bien grande, no precisan más habitaciones”.

Además, relata que el director de Y.P.F. “hizo plantar al frente de las casas un camino largo de tamariscos podados, en la calle 8 donde estaban Beghin, Van Raap, Blanco. Iba sentado en la parte de atrás del coche con la capota baja, con el chofer… mirando si regaban las plantas y todos los vecinos salían a regar para que viera. Era el patrón, pero cómo un general iba a hacer eso”.

Desde la producción, el nivel de extracción de crudo se multiplica rápidamente. No es casual que uno de los propósitos de esta explotación fiscal sea “la producción de la mayor cantidad de petróleo con el menor costo posible”.

Uno de los fines de esta explotación es bajar los niveles de consumo del carbón inglés como combustible al reemplazarlo por el petróleo obtenido en esta ciudad y sus derivados.

Por eso, durante décadas y aun poco antes de su privatización, la publicidad de Y.P.F. hará hincapié en “pegarle fuerte” a otras fuentes de energía, extranjeras.

Ya el primer año de funcionamiento, Y.P.F. logra resultados de la expansión estatal en la producción de hidrocarburos. En 1917 -cuando renunció en pleno la Comisión Administradora del Yacimiento de Comodoro Rivadavia con sede en Buenos Aires-, la producción era de 192.317 metros cúbicos. En 1922, alcanza 704.550 metros cúbicos para quemar y 45.257 para refinar.

Aunque estos cambios sólo se notan en la explotación del petróleo y no en su procesamiento, un reclamo permanente de quienes adoptaron este suelo. Sin embargo, Mosconi formula un plan de trabajos que incluye entre sus puntos principales la “instalación de una destilería en el mismo yacimiento para elaborar la producción y efectuar el transporte de ésta a Bahía Blanca”, algo que no sólo no llegará a ver, sino que jamás habrá de suceder.

 

Fragmento del libro “Crónicas del centenario”

Compartir.

Dejar un comentario