viernes, 17 de enero de 2025

Tras la muerte este lunes de Matteo Messina, la mafia italiana busca a su próximo gran capo, siguiendo una tradición iniciada a mediados del siglo XIX, cuando se produjo el origen de esta organización criminal en la que se mezclan plantaciones de limones y asesinatos.

Vendedores de limones en Palermo, en el primer tercio del siglo XX

Este lunes nos despertamos con la muerte de Matteo Messina Denaro, el último padrino de la mafia siciliana, el «jefe de jefes» de la Cosa Nostra, en la sala de reclusos del hospital de L’Aquila, en el centro de Italia. A sus 61 años, estaba recibiendo tratamiento contra el cáncer que, finalmente, ha acabado con su vida. No pudieron con él ni la Policía, ni el Ejército ni otros clanes rivales del hampa. El viernes entró en coma irreversible, llevándose a la tumba los secretos acumulados durante los 30 años que estuvo huido de la justicia.

Messina Denaro es el último representante del crimen organizado de Sicilia, cuyo primer jefe, Antonino Giammona, vivió en la segunda mitad del siglo XIX en Palermo, la misma ciudad en la que este último fue arrestado el pasado 16 de enero. Se encontraba en la clínica privada más prestigiosa de la capital siciliana, recibiendo quimioterapia por el cáncer de colon que padecía desde hace tres años, con metástasis en el hígado. Deja tras de sí más de medio centenar de cadáveres, algunos tan famosos como los de los jueces Giovanni Falcone, asesinado en mayo de 1992, y Paolo Borselino, dos meses después.

A pesar de los ciento cincuenta años que los separan, la mentalidad fría y sanguinaria de Messina Denaro es la misma que la que tuvo Giammona. El primero también fue condenado por el secuestro y asesinato del pequeño Giuseppe Di Matteo, hijo de 12 años de un colaborador de la justicia al que disolvió en ácido después de que su padre revelara los secretos del atentado contra el juez Falcone. Al primer padrino de la Cosa Nostra, por su parte, no le tembló el pulso a la hora de apretar el gatillo, robar, extorsionar y comprar a la Policía y los jueces de Palermo entre 1860 y finales de siglo.

Solo hay una diferencia entre ellos. El día que Messina Denaro fue arrestado a principios de año, le dijo al fiscal: «Hablaré con usted, pero nunca colaboraré con la justicia». En tono desafiante, además, reiteró a los magistrados y los carabineros que, de no ser por su enfermedad, nunca lo habrían detenido. Giammona, sin embargo, nunca fue detenido y, mucho menos, condenado, aunque la Policía estuvo detrás de él al final de sus vida, a principios del siglo XX. Vivir en libertad a pesar de sus crímenes.

Los limones
La historia criminal de Giammona, del que no ha quedado ninguna imagen, comenzó a raíz de un conflicto rural que se desató en las tierras agrícolas que rodeaban Palermo entre 1860 y 1870. A comienzos del siglo XVIII, en la ciudad siciliana los limones ya se habían convertido en un cultivo de exportación. El negocio se expandió gracias a dos acontecimientos: en 1795, la Royal Navy obligó a sus tripulaciones a tomar limón como remedio para el escorbuto y, en 1840, cuando nuestro protagonista tenía ya 20 años, se inició la producción comercial de otro cítrico, el aceite de bergamota, que utilizaba para aromatizar el té de la variedad Earl Grey.

Como consecuencia de ello, las naranjas y los limones sicilianos comenzaron a enviarse a Nueva York y a Londres, mientras en las montañas del interior de Sicilia resultaban prácticamente desconocidos. Según contaba John Dickie en ‘Cosa Nostra: historia de la mafia siciliana’ (Debate, 2004): «En 1834 se exportaron más de 400.000 cajas de limones; en 1850 la cifra aumentó a 750.000. A mediados de la década de 1880, llegaba a Nueva York la asombrosa cantidad de 2.500.000 cajas de cítricos italianos anuales, la mayoría de ellas procedentes de Palermo. En 1860, el año de la expedición de Garibaldi, se calculaba que los limonares de Sicilia eran los campos de cultivo más rentables de toda Europa».

Los limones eran oro, pero también muy vulnerables. En primer lugar, porque los efectos sobre la plantación eran devastadores si se interrumpía el regadío aunque fuera brevemente. En segundo, por los actos vandálicos contra los árboles y sus frutos, que eran constantes. Fue entonces cuando surgió el negocio de la protección de las tierras por parte de los primeros mafiosos en los alrededores de Palermo, una ciudad que en 1861 contaba con doscientos mil habitantes y era el centro político, legislativo y bancario de Sicilia occidental.

Nacido en un suburbio
En ‘Historia de la mafia: desde sus orígenes hasta nuestros días’ (Fondo de Cultura Económica, 2009), Salvatore Lupe relata que Giammona nació en el suburbio de Passo di Rigano alrededor de 1819 y se forma en el ambiente revolucionario de la época. Fue «pobrísimo» hasta 1848 pero, «haciendo el bandido bajo la bandera de la revolución», llegó a ser arrendatario de jardines y propietario de terrenos e inmuebles adquiridos en las ventas de bienes de dominio público, así como titular de una finca ganadera. En 1875 tenía ya un patrimonio estimado en unas 150.000 liras, toda una fortuna para la época.

Su carrera había dado un viraje decisivo entre 1860 y 1866, cuando destacó entre los protagonistas del «regreso al orden» en el interior de Sicilia como capitán de la guardia nacional. A partir de ese momento, según afirmó su abogado, Francesco Gestivo, «en la ausencia absoluta de seguridad pública oficial», Giammona utilizó su «autoridad moral» para colocarse al frente de «una liga de los que tienen contra los que no tienen». En los alrededores de Palermo se formó una especie de guardia nacional y, al igual que el resto de familias pudientes, Giammona se asoció, logrando que estas se unieran en busca de una seguridad común.

Con su unión y Giammona a la cabeza, no hubo más delitos, ni crímenes ni estafas. ¿Qué sucedió entonces? Pues que se ganaron el odio de algunos rivales que había intentado hacerse con esa misma posición de poder, digamos, extraoficial. No tardaron en llegar las primeras denuncias, que presentaban a nuestra protagonista y los suyos como mafiosos y sospechosos de numerosos delitos. En ese momento, los tentáculos de Giammona ya se habían extendido en dos direcciones: hacia abajo, hacia los criminales más abyectos, y hacia arriba, a las autoridades políticas y policiales que lo protegen y a los que él protege.

Masacres
«Él puede dar refugio y protección a diversos prófugos de la ley, pero frente a una tentativa de extorsión de éstos contra Francesco Paolo Morana, hermano de un diputado, y el barón Dionisio Maggio, ambos aliados, no vacila en perpetrar una verdadera masacre entre sus indisciplinados huéspedes», asegura Lupe. Por lo tanto, era prácticamente imposible enfrentarse a él, pues se había hecho ya, prácticamente, con toda la exportación de limones de la ciudad a Europa y América, lo que le proveía de unos beneficios millonarios. Algunos, sin embargo, se atrevieron a intentarlo.

Es el caso de Gaspare Galati, el primer Elliot Ness de la historia. En 1872, este respetado y valiente cirujano local pasó a hacerse cargo de una herencia en nombre de sus hijas y de la tía materna de estas. La parte principal era el Fondo Riella, una granja frutícola de limoneros y mandarinos que tenía cuatro hectáreas de extensión, situada en Malaspina, a solo quince minutos a pie de los límites de Palermo. El anterior propietario era su cuñado, muerto de un ataque al corazón después de recibir numerosas cartas amenazadoras del vigilante de la finca, Benedetto Carollo, bajo las órdenes de Giammona.

Según el testimonio de Galati, Carollo era muy arrogante y se comportaba como si fuera el dueño de la granja, hasta el punto de que se quedaba a escondidas con el 25% del dinero recaudado de la venta de los productos, así que lo despidió. El vigilante comenzó entonces a desplegar sus malas artes y cada vez que los posibles inquilinos iban a visitar la granja, les dejaba claras sus intenciones: «¡Por la sangre de judas que este jardín jamás será arrendado ni vendido!». Así que, cuando el médico contrató a un sustituto, en julio de 1874, el nuevo empleado recibió varios disparos en la espalda cuando circulaba por uno de los largos caminos que discurrían entre los limoneros.

Denuncias
Sus atacantes construyeron un bancal de piedra en una arboleda vecina para ejecutarlo fuera del muro de protección, en un método que sería muy utilizado en muchos de los primeros golpes de la mafia. El hijo de Galati acudió rápidamente a la comisaría para informar de que, con toda probabilidad, Carollo estaba detrás del asesinato, pero el inspector no hizo nada. La familia contrató a otro vigilante y recibió las primeras cartas de amenaza por despedir a un «hombre de honor» y fichar a un «abyecto espía», al cual le esperaba el mismo final que a su antecesor, pero «de una manera más bárbara».

«En el lenguaje de la mafia, un ladrón y un asesino es un ‘hombre de honor’, y una víctima es un ‘abyecto espía’», explicaría más tarde Galati, que acudió de nuevo a la Policía con siete nuevas misivas. El resultado fue el mismo. El inspector tardó tres semanas en detener a Carollo y su clan, pero los liberó dos horas después. El médico comenzaba a hacerse una idea de hasta donde llegaban los cómplices del primer padrino, cuya primera sede se encontraba en la vecina aldea de Uditore y actuaba tras la fachada de una organización religiosa, los Terciarios de San Francisco de Asís, aparentemente dedicada a la caridad.

Antonino Giammona había sido espía de la Policía bajo el antiguo régimen borbónico y, más tarde, capellán de prisiones, un cargo que aprovechaba para llevar y traer mensajes a los reclusos antes de erigir su imperio del mal. En 1875, cuando tenía 55 años y su fortuna se valoraba en las 150.000 liras mencionadas, ya era también sospechoso de haber ejecutado a varios fugitivos de la justicia a los que las autoridades querían hacer desaparecer, para que dejaran de robar a importantes propietarios locales. Además, se sabía que había recibido una suma de dinero junto con instrucciones de realizar misteriosos negocios de parte de un criminal de los alrededores de Corleone que había huido a Estados Unidos, en una sospechosa coincidencia con el personaje que Francis Ford Coppola retrato en su trilogía de ‘El padrino’.

La huida
Así se terminaba haciendo con el control de fincas como el Fondo Riella, a las que robaba tanto como quería. Giammona acosaba a Galati y a todos los propietarios de Palermo para hacerse con el dominio de toda la industria de los cítricos de la zona. Nadie hacía nada por evitarlo, solo aquel humilde cirujano, que siguió recibiendo cartas de amenaza para que restituyera a Carollo. Al ignorar el ultimátum, su nuevo vigilante recibió tres disparos a plena luz del día que le dejaron en estado muy grave, pero no lo suficientes como para reconocer a los autores del ataque.

A Galati no le quedó más salida que coger a su familia y huir a Nápoles rápidamente, abandonando su propiedad. Tan solo se permitió enviarle una carta al ministro del Interior en Roma, en la que le explicaba que Uditore era una aldea de solo 800 vecinos, pero que solo en 1874 habían muerto asesinados 23, entre ellos, dos mujeres y dos niños. Esos crímenes jamás se investigaron, en medio de la guerra que se estaba librando por controlar la industria de cítricos. La única respuesta que las autoridades pudieron lograr, por los influyentes contactos de Giammona, fue una amonestación policial y una intensificación de la vigilancia.

Los problemas de este doctor y de las demás víctimas del primer padrino no procedían, precisamente, de una mera pandilla de criminales, sino de la sospechosa labor de la Policía, la Justicia y los políticos locales, absolutamente dominados por Giammona. Eso ponía de manifiesto que los orígenes de la Cosa Nostra estuvieron estrechamente relacionados con los de un Estado muy poco fiable: el Estado italiano. La extorsión, el asesinato, el dominio territorial y la protección de los poderes políticos, además, de un código de «honor», fueron los primeros antecedentes de lo que ocurriría durante el siguiente siglo y medio y hasta hoy… hasta que conozcamos quién será el sustituto de Messina Denaro.

Compartir.

Dejar un comentario