En la calle principal de nuestro amado Camarones, hay una antigua casa de fin del siglo XIX.
Según los memoriosos ahí estuvo por años el Hotel de Raúl Hasselman, pero mis recuerdos surgen por estar frente al mar. Conocí la casa y los habitantes del lugar en el año 1950, cuando llegué a la estancia “San Jorge”. En mis primeras visitas al Puerto, como acostumbraba decir Doña Elena T. de Tschudi y con ella llegué a la “casa de los geranios”. Allí vivía la familia Tolosa, y la que adornaba el lugar, nuestra querida LOLITA. El frente tenía profusión de estas flores, en color rojo, ciclamen, y rosados, predominio de rojos que alegraban la calle con su fabuloso colorido.
Era paso casi obligado cuando llegamos al pueblo, e ir de compras a la casa Rabal. Nadie quería perderse ver la galería de flores, que asemejaba un patio español y, enfrente la preciosa marina, con su telón cambiante.
El reflejo de un alma adornada de virtudes, hacía de postal y referencia. En esa casa se reunían los vecinos, los turistas y cuanta autoridad visitara la zona, siempre hallaban la calidez y cortesía argentina, proverbial de esa mezcla “gringa”, en este caso el fruto de un español y una italiana.
Lolita una persona culta, informada, una adelantada a su época, tenía una gran biblioteca que ha compartido con personas de su aprecio entre las que me he contado.
Nos hacía sentir especiales, porque ella era una persona especial. No tuvo hijos, pero entre todos los niños distribuía su amor y los consideraba suyos.
Tengo en mis oídos sus palabras, cuando una vez me dijo: “tenés el hijo que a uno le hubiese gustado tener”. Siempre las consideré el mejor halago.
Nos dejó en diciembre de 1999, pero su inolvidable recuerdo acompaña al pueblo de sus amores, la infinidad de amigas que la precedieron y que no me animo a nombrar en detalle. Esas doñas amigas la acompañan en la inmensa esfera azul y diáfana.
Fragmento libro “Recuerdos de Camarones y su gente” de Isabel y Víctor Heinken