martes, 15 de abril de 2025

Cuenta Francisco de Aparicio en su libro de 1935 Exploración en el Territorio de Santa Cruz, de una expedición organizada en la ciudad de Comodoro Rivadavia que se llevó a cabo entre los días 7 y 24/03/1933, en la que participó junto con el doctor Joaquín Frenguelli y el ingeniero José Brandmayr para la observación geológica y antropológica de una vasta región santacruceña.

Aparicio relata que viajando de Comodoro Rivadavia a Las Heras, Piedra Clavada y Gobernador Moyano, “La etapa siguiente había de depararnos el descubrimiento más importante del viaje. Continuando con rumbo general hacia el sudoeste penetramos, a poco de pasar por la estancia ‘Los Toldos’, en un cañadón cuyas paredes laterales están constituidas, en su mayor parte por un grueso banco eruptivo (colada) de una lava muy ácida, probablemente una riolita. Este banco presenta numerosos abrigos de diversas dimensiones.

Al penetrar al más grande de los abrigos que se presentaban a nuestra vista, tuvimos la grata sorpresa de ver sus paredes y techo cubiertos de pinturas rupestres. El espectáculo, realmente estupendo hacíase, por inesperado, más extraordinario. Impresiones de manos humanas, en cantidad innumerable, aparecían por todas partes y, en algunos lugares, cubrían materialmente la roca, en abigarramiento y superposición tales que tornaba difícil la tarea de reconocerlas e interpretarlas. Predominan las figuras negativas, obtenidas por el procedimiento universalmente conocido de aplicar la mano contra el muro y pintar la superficie alrededor. En la gran mayoría de los casos, el color empleado es un ocre, rojo, amarillo en menor escala y, en contados ejemplares, blanco y negro. En la casi totalidad de los casos la mano representada es la izquierda.

Además de este sujeto, pero en proporción insignificante comparado con él, hay también representaciones de manos positivas, pies humanos negativos, rastros de guanaco y de avestruz, espirales, circunferencias concéntricas, círculos sembrados de puntos, etc. Además, sobre una de las paredes, dos largas líneas de puntos se cortan en cruz, como si se hubiera querido dividir el muro en secciones. El tiempo de que podíamos disponer en el cañadón de Las Cuevas era escaso. En poco más de una hora tuve que anotar las observaciones que aquí transcribo y tomar, más o menos al azar, fotografías de los aspectos que, a primera vista, nos parecieron de mayor interés.

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