Laberinto Patagonia tuvo su inauguración a principios de 2015 y es visitado por cientos de personas cada temporada. Conocé el proyecto de una pareja que se afianzó en la localidad de El Hoyo.
El Laberinto Patagonia, ubicado en El Hoyo, es el laberinto más grande de Sudamérica. Fue creado por Doris Romera y Claudio Levi, quienes comenzaron a gestar la idea en 1992 y tardaron 16 años en construirlo, abriéndolo al público en 2015.
En 1992, los caminos de Doris Romera y Claudio Levi se cruzaron por primera vez, y en su segunda cita surgió una idea que marcaría sus vidas: crear un laberinto propio. “Fue una idea de él, que ese día me dijo que su sueño era hacer un laberinto. En ese momento me acordé de la historia de mitología griega de Ariadna y Teseo”, recuerda Doris. La pareja, motivada por esa inspiración, decidió dar forma a ese sueño y, tras unos meses en Buenos Aires, regresaron a Chubut y adquirieron un terreno donde iban a rematar cipreses, que compraron para comenzar su proyecto.

El proceso de diseño no fue sencillo, según destacan: “Pasamos noches sin dormir por el diseño, una parte la hice yo y la otra él. Hicimos pruebas de plantar los arbolitos y ver qué pasaba si los poníamos juntos, y ahí detectamos que tenía que haber una distancia prudencial en el ancho de los caminos por la proyección de la luz hasta abajo”, explica Doris.
El laberinto, que actualmente se encuentra en la localidad de El Hoyo, tiene unas dimensiones de 76 metros de ancho por 112 de largo y fue construido en un terreno que inicialmente era un monte impenetrable, afectado por un incendio.

“Fuimos comprando de a poco los terrenos, en esa época había tierra fiscal donde el municipio sacaba a la venta lotes. Ahora sería inaccesible hacerlo”
Para ellos, el esfuerzo valió la pena: “Fue todo pasito a pasito y es una maravilla para nosotros cuando lo vemos”, expresa Doris. Actualmente, la pareja vive en una chacra donde cultivan manzanas, membrillos, cerezos y otros frutos, disfrutando del fruto de su trabajo y la pasión por su creación.
Un diseño con desafíos y significado profundo
Romera, creadora del laberinto, comparte cómo surgió la idea en sus inicios: “Cuando empezamos con la idea no teníamos ni Internet ni nada. Un amigo me trajo un libro de España llamado “El poder mágico de los laberintos” y ese fue el puntapié. Después, vimos la película El Resplandor y ahí calqué desde el televisor de tubo a ver cómo era un laberinto. A su vez, nos planteamos que un laberinto no tiene que ser todo el tiempo caminos y caminos. Como somos de buscar analogías entre lo espiritual y lo real, y la vida no es solo caminos y encrucijadas, sino que también tiene espacios abiertos, hicimos eso: una parte bastante sencilla que lleva a una plaza central con entradas, y ahí empieza la búsqueda. Una vez que entras, tienes muchas posibilidades. Hace tres años, incorporamos puertas reales que podemos abrir o cerrar, modificando así la salida y evitando que el circuito sea siempre igual. Dentro, hay una plaza, una pérgola y, al salir, te encuentras con un estanque con peces de colores”, detalla Romera.

El lugar, que recibe a cientos de turistas en temporada, se ha convertido en un espacio de energía y transformación. “Los laberintos son vórtices de energía, los concentran. El nuestro tiene gente todo el tiempo y quien entra allí sale distinto porque primero aparece esa sensación que te obliga a jugar, y aunque uno de grande pierde esa espontaneidad, una vez allí no hay alternativa: te obliga a volver a jugar. Hasta el más escéptico termina con otra actitud, porque la gente conecta, se encuentra con el otro y además disfruta del aroma de los arbustos, del sol y hasta de la lluvia. Es para todas las edades, sin diferencias socio-culturales”, explica Doris Romera, su dueña.

Un encuentro con el alma
Para Doris, atravesar el laberinto es “un encuentro ineludible con el alma”. “Una de las cosas que más escucho de los visitantes es ‘volví a ser niño’, porque corren, compiten, y lo que hacen ahí es contacto con esa parte del ser que nunca deja de ser espontánea, de la niñez. Cuando entrás al laberinto, te olvidás de todo, corres, respiras y la gente se oxigena porque está en contacto con la naturaleza. Aquí, todos los sentidos están en juego”, comenta.
“El año pasado vino el multimillonario Joe Lewis en su helicóptero, bajó con sus 81 años, se metió al laberinto y, al salir, fue a la confitería. A su lado, había una pareja de gauchos y él los saludó y conversó con ellos. Aquí no hay diferencias, somos todos iguales. El laberinto convoca a todo tipo de gente, a la unidad. Somos todos seres humanos en este planeta, buscando darle sentido a la vida”

Inclusión y responsabilidad
Hace algún tiempo, el laberinto recibió una visita muy especial: un grupo de no videntes. “Vinieron 15 chicos y los guías se vendaron los ojos. Los no videntes iban con su bastón y fue una experiencia increíble. Los ciegos salieron rápido y ellos mismos guiaban a sus guías. Es un disparador para todo el laberinto, y estamos abiertos a cualquier iniciativa inclusiva”, comparte Doris.
En cuanto a su compromiso con la naturaleza, Doris enfatiza: “Los que trabajamos con la naturaleza tenemos que tener una responsabilidad. No podemos agotar los recursos porque el suelo necesita un tiempo de regeneración a nivel biológico y anímico. Se necesitan espacios en los que no haya nada, solo soledad y silencio, porque si no, lo mágico desaparece”, explica. Además, remarca que, aunque la infraestructura funciona y podrían mantenerla abierta todo el año, han decidido cerrar unos meses para permitir que el lugar se recupere. “Yo soy la dueña y lo cuido, no quiero explotarlo hasta que no quede nada”, afirma con convicción.

El laberinto, situado en el valle del río Epuyén, en la Comarca Andina del Paralelo 42, ocupa unos 8.500 metros cuadrados y cuenta con pasillos, caminos serpenteantes y una pérgola en el centro. Desde principios de diciembre hasta después de Semana Santa, permanece abierto al público, con una reapertura durante las vacaciones de invierno. La ubicación, a solo 3 kilómetros de la ruta 40, lo convierte en un atractivo turístico destacado en la región.
Para complementar la experiencia, Doris, quien ha visitado otros laberintos, decidió agregar una confitería y una casa de té en el lugar. “Cuando salía de otros laberintos, no había mucho más que hacer en el sitio, por eso pensé en ofrecer algo más. Como productores, tenemos todo el tiempo cosas frescas”, comenta.

Este proyecto familiar cuenta con la participación de 12 personas durante la temporada, todos de la familia, priorizando la relación humana. Doris destaca que, junto a su marido, con quien lleva 25 años de pareja y tienen mellizos de 9 años, lograron construir un espacio que la gente valora mucho. “Es un acto de magia”, dice. Además, reflexiona sobre cómo el laberinto ha trascendido su función inicial: “Entramos a la tarde y nos damos cuenta de que ya nos trascendió, es como una obra de arte y, como tal, ya no le pertenece solo al artista. El laberinto visibilizó el lugar, porque si no Chubut era solo sinónimo de ballenas”.