En 1935, el pueblo es una fiesta. Acaba de llegar el circo Alegría, viene desde Lanús vestido de camión hasta que arma la carpa en la esquina de Güemes y San Martín; “el dueño era Massini, uno de los payasos, el otro era Pan Seco”.
Los chicos del barrio se cuelgan del cerco para ver cómo ponen la carpa en calle Rivadavia y 9 de Julio, “en los terrenos de Cereceda, atrás del hotel Comodoro, que no estaba, era todo baldío”.
“Madalini nos pidió una bandeja prestada para el número de los payasos, que nos la devolvieron toda abollada. Traían obras de teatro y el trapecista, en una noche que soplaba tan fuerte el viento, mi papá lo vio y fue a ayudar a levantar la carpa, el trapecista cayó sobre el público”, pero no es esa la mayor atracción del circo, lo mejor de todo, más que los payasos y los trapecistas son las obras de teatro, “por eso era el gran entusiasmo de la gente, acá, en el año ’35 no se podía ir así nomás al teatro porque no había”.
Las obras de teatro son los números principales, el trapecista y los payasos… el intermedio. Así la gente disfruta la puesta de Flor de durazno, El rosal de la ruina, La virgencita de madera, Con las alas rotas y Juan Moreira.
“Los principales del pueblo eran los dirigentes de los partidos políticos, para ellos estaban reservadas las primeras filas, para los Schneider y los Sarria, que era el escribano, un día ellos no fueron y yo me senté ahí”, toda una travesura.
Después vino el circo Condal, de los hermanos Riverito, “sin teatro, con payasos y acrobacia, ya no fue la novedad del circo Alegría por eso, porque no tenían teatro”.
Testimonio de Matilde Diez, año 2000.
Fragmento del libro “Crónicas del centenario”