sábado, 27 de julio de 2024

Desde el Atlántico hasta la cordillera

La llegada simultanea de dos barcos, uno en paso para Río Gallegos y otro para Buenos Aires, ha hecho acrecer la actividad en el diminuto Comodoro Rivadavia de 1904. Es un acontecimiento porque los buques llegan casi siempre con un intervalo de un mes o más. Asemeja tañer de campanas el sonido continuo de los yunques, en que los herreros golpean apurados el hierro calentado al rojo, moldeándolo para la construcción o refacción de carros.

También los carpinteros, trabajando a la intemperie en un sereno día de enero, realizan con el ruido del golpetear de docenas de martillos clavando clavos, y el ruido de las tres fábricas que envuelven al pueblo.

La playa es un hervidero de personas que van y vienen a caballo o de a pie. El progreso! Ya hay dos bicicletas.

El vapor “Chubut” se mece anclado a dos kilómetros de la playa mientras sus grandes lanchas, remolcadas por la diminuta pero potente remolcadora van y vienen de la playa al buque conduciendo fardos de lana y cuero con destino a Buenos Aires.

Cerca suyo, está también el “Presidente Roca” procedente de Buenos Aires, con mercaderías generales.

Tragadas por las bodegas del “Chubut”, disminuyen las grandes estibas de lana, traídas del interior por los carros mientras que, vomitadas por la del “Presidente Roca”, se van formando en el lugar estibas de carga general procedentes de Buenos Aires, que los mismos carros distribuirán lentamente por el territorio. A pulso, valiéndose de tablones a modo de planchada, los veteranos marinos, casi todos españoles, descargan los pesados bultos, con el agua hasta las rodillas y entre gritos y ordenes, bromas y reniegos de grueso calibre.

Nuevas tropas de carros desde los más variados puntos de la campaña, llegan y su ubican próximos a la playa para descargar lana y cargar mercaderías. El trabajo de carga y descarga, dura unos días, por ello después de desatar los caballos o bueyes de tiro, los mandan al campo a cargo de un caballerizo o bueyero, para que se repongan del agotamiento del viaje y se hallen en condiciones de emprender el regreso. Desde los pescantes de las chatas, los carreros que llegan saludan a los que están trabajando.

Carreros de la cordillera llegaban a Comodoro. Foto: Celso Rey García

Siempre hay ruidosos gritos, pero sin interrumpir el trabajo de desatar los caballos y cargar bultos, se van intercambiando las novedades: ¿Cuándo llegó le vapor?, ¿Cómo está el camino? ¿Y los comederos de las caballadas? ¿Y las aguadas? ¿Por dónde vendrá la tropa de fulano?

Y van surgiendo los nombres de regiones distantes: Lago Buenos Aires, El Rastro del Avestruz, Río Mayo, Río Senguerr,  San Martín, Sarmiento, Huemules, etc. Distantes regiones de Chubut y Santa Cruz, todas convergen a Comodoro, uniéndose el camino que baja por “El Tordillo” que abriera Fortunato Carante.

Y después, siempre en el mismo tono, vienen las bromas que reflejan la picardía y mencionan lugares nocturnos, garitos, boliches, lupanares… ¿Qué dicen las muchachas en lo de Rosa, La Zurda? ¿Y en lo de María, La Gorda? ¿Y en lo de La Francesa? ¿Saben que venimos platudos de la cordillera?

¿Y Paco nos espera? “Esta noche lo vamos a visitar. A lo mejor tenemos suerte y dejamos de andar en la “güeya” sobre el pescante de los carros: Cuidado a lo mejor dejan los pesos y los carros pero siguen en la “güeya”, a pie y con las pilchas al hombro. A nosotros casi no paso eso!”

Rotosos, barbudos y polvorientos, están los carreros que terminan de llegar: con buena ropa, bien afeitados y algunos hasta con perfume, los que se aprestan a salir pero que dentro de dos o tres meses, llegarán de regreso tan harapientos como los primeros pero con buenos  pesos en el tirador.

El influjo del camino

Después de unas dos semanas de cargar bultos pesados durante días y “farrear” sin dormir durante la noche, los carreros sientes deseos de emprender viajes. En la “güeya”, por lo menos en la noche se duerme tranquilo hasta el amanecer después del día de marcha. Hay que cargar bultos molestos y peligrosos, tal como los tercios de yerba. Estos son envases hechos con cuero de vaca o caballo, con pelo hacia afuera y en su interior, llenos con 40 kilos de yerba, la cual se coloca mientras están húmedos, de modo que adquieren la forma de una gigantesca pelota esférica de unos 70 centímetros de diámetro. Como conservan el pelo del animal al que pertenecieron son variados los colores. Parecen animales sin cabeza ni cola, y como son redondos y resbalosos por el pelo resultan difíciles de levantar y atar con sogas. Deben ser colocados de la demás carga y son muy peligrosos en caso de huecos. Una vez secos, adquieren gran dureza y en una volcada en un faldeo se ha dado el caso que bajaron rodando más de mil metros.

Perecieran animales de distintos colores, sin cabeza disparando enloquecidos. Mataron a un caballerizo que iba a doscientos metros del lugar del vuelco, y lastimaron a varios caballos que llevaron por delante.

A medida que completan su cargamento los carros se retiran de la playa, ubicándose en medio del pueblo, formando caravanas de acuerdo al rumbo que cada carrero ha de seguir al emprender viaje. Muchas chatas o carretas que llegan del interior, ocupan el lugar y las escenas se repiten

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