El cuatrerismo a lo largo del siglo resultó un constante flagelo para los pobladores argentinos cuyas propiedades lindaban con Chile. Cuanto más cercanas estaban las estancias de la frontera, más sufrían la depredación de sus haciendas.
Se dieron casos de colonos chilenos que poblaron sus campos con hacienda robada del lado argentino. En la estancia “La Serrana” (zona sur del Chalía), sufrieron a un empleado chileno que les robaba ganado y se los entregaba a unos cuatreros para que los cruzaran por la frontera. Los ladrones le habían prometido que le darían tierras una vez que poblaran con animales sus campos en Aisén. Pero llegado el momento de reclamar la recompensa, lo obligaron a regresar a Argentina bajo amenaza de muerte.
Esos acontecimientos de cuatrerismo quedaron registrados en los diarios argentinos de la época y en correspondencia entre los encargados y los propietarios de los establecimientos, como en el caso de la Ganadera Valle Huemules. Esa firma, que también poseía tierras en el país vecino, en enero de 1930 presentó una queja ante el Ministerio del Interior de Chile por la actitud pasiva de los carabineros asentados en Balmaceda.
También se dieron casos de ganaderos chilenos que registraban marcas de ganado similares a las existentes del lado argentino. Ello se prestaba a fraudes y hurtos y facilitaba el movimiento de animales entre ambas repúblicas sin pagar derechos de aduana.
Sin embargo, muchos estancieros argentinos, al intentar sacar provecho de la situación favorable de vender ganado en Chile, contribuyeron al accionar de los cuatreros. En determinado momento en el país vecino abonaban 20 pesos por animal mientras que en Argentina valían 5 pesos. Entonces aprovechaban las noches de luna llena para cruzar ganado por la frontera y comercializarlo de contrabando. Pese a la ilegalidad de la maniobra, la transacción se rubricaba con la confección de un vale de compraventa. De este modo, los compradores chilenos estaban salvados de cualquier requerimiento de las autoridades. Varios de esos compradores, amparados en la seguridad que le daban los vales, luego ingresaban a la argentina y le robaban hacienda a aquel que les había vendido. Como la marca del ganado era misma que habían comprado, en caso de ser descubiertos no les podían hacer nada. Los argentinos que tomaron la precaución de no caer en la trampa, ganaron fortuna.
Tras sus andanzas, algunos de esos huidizos apropiadores de animales ajenos se volvieron peligrosamente famosos a fuerza de delitos.
Willy Stone, un cuatrero muy singular
El norteamericano “Willy” Stone, de carácter alegre y vozarrón estridente, fue un conocido cuatrero que, al igual que parte de sus colegas, fijó su residencia en Chile y operó en Argentina. Robaba caballos finos en Huemules, luego los pasaba a Chile y más tarde los venía más al norte, en la lado Argentino, en la colonia galesa 16 de Octubre (hoy integrada por las localidad cordilleranas de Esquel y Trevelin). En la colonia nuevamente se apropiaba de caballos y luego los vendía en la cabecera de la colonia galesa en Chubut, en el valle inferior del río Chubut, en Gaiman. Allí repetía la operación para después comercializarlos 360 kilómetros al sur, en Comodoro Rivadavia. Para finalizar, regresaba a Huemules y a su hogar en la región chilena de Aisén. Si bien en Comodoro fue descubierto y llegó a tener pedido de captura recomendada, nunca fue apresado. De todos modos, regreso varias veces a Comodoro para visitar una familia amiga. Los hijos de su amigo lo admiraban por su extraordinaria puntería y su carismática personalidad.
Como tantos otros que hicieron de su vida una aventura rodeada de peligros y soledades, fue un excelente jinete y un gran tirador. Su puntería exacta le valió respeto y admiración. En Chile formó familia con una mujer de origen sajón y sus últimos años los pasó en paz y dedicado a la ganadería.
El “mal domado” Maldonado
Otro muy peligroso fue el “mal domado” Maldonado. No hubo estancia de la zona que no fuera víctima de sus hurtos. En el rostro, una pronunciada cicatriz de cuchillo denunciaba su naturaleza maleva. El los boliches, todos preferían guardar cierta distancia física de él. Nunca se sabía cómo podía comportarse. A Maldonado lo mató una partida policial argentina. Luego de balearlo, cargaron el cadáver en un caballo y lo llevaron al pueblo de Lago Blanco. Una vez allí, lo arrojaron con desprecio a la calle, para que todos pudieran verlo. Como destino inevitable, la mayoría de esos hombres que vivieron al margen de la ley acabaron siendo víctimas de la violencia que ellos mismos generaban.
Fragmento del libro “El viejo oeste de la Patagonia”, de Alejandro Aguado