martes, 20 de mayo de 2025
Padre José Fagnano

Después de la campaña del general Roca en 1879 quedaban aún muchos indios sin someterse, que se habían refugiado en los valles cordilleranos o en las inmensidades de la Patagonia. En 1881 se ordenó al general Villegas hacer una nueva batida con las tres brigadas de su división: la primera a lo largo de la falda de la cordillera desde Ñorquín; la segunda costeando el río Limay desde General Roca y la tercera desde Choele-Choel por Valcheta. Las tres tenían como punto de convergencia el Nahuel Huapi.

Aunque sabía por experiencia que la presencia de las tropas no era circunstancia favorable para la evangelización de los indios, el padre Fagnano no quiso desaprovechar la oportunidad cuando fue invitado a acompañar al ejército aun cuando ello entrañaba algún riesgo. Diversos asuntos lo retuvieron en Patagones al momento de emprender su marcha las tropas; pero a mediados de abril llegan noticias de encuentros sangrientos con los indios y se decide a partir.

Cuando él llegó al gran lago, las tropas ya regresaban. Se quedó para visitar las tribus indígenas de las inmediaciones. En una de esas visitas lo apresaron y llevaron a un toldo donde lo vigilaba un indio fornido. Mientras escuchaba los macabros preparativos de su muerte fue ganándose la confianza de su custodio. Cuando lo creyó oportuno, le dijo: “Eres un buen amigo; quisiera servirte un buen trago de guachacay (así llamaban los indios a los licores en general), pero ves que no puedo, estoy atado. Si me desatas sacaré la botella de la maleta y podrás beber a gusto…”.

La palabra “guachacay” venció al indio y sin más lo desató. El misionero sacó una botella de su maleta y dejó que bebiera, con el efecto que era de esperar. Fue el momento que aprovechó para montar a caballo y huir a todo galope hasta la guarnición militar, perseguido por los indios que, felizmente, no le dieron alcance.

En el viaje de regreso se detuvo unos días en Junín de los Andes. De allí a la confluencia y luego a Patagones adonde llegó el 14 de junio. Con el ejército llegaron unos 300 indígenas a Patagones en el más lastimoso estado. Los pusieron entre las paredes de la iglesia que llegaban a una altura de metro y medio. Ahí estuvieron más de un mes bajo el azote de los vientos y temperaturas invernales. Todos los ratos que sus ocupaciones le dejaban libre los pasaba en compañía de los indios; les enseñaba el castellano, reglas elementales de higiene, los consolaba como podía y los instruía en la religión. Después de un mes de adoctrinamiento bautizó a 30; pero esa misma tarde ocurrió un episodio doloroso. Se dio orden de separar a todos los niños indígenas para entregarlos a familias de los pueblos ribereños para su educación. Fue una escena desgarradora. A los alaridos de las madres se mezclaban los gritos de los pequeños…

El padre Fagnano presenciaba la dolorosa escena, mudo por la impotencia, porque las órdenes eran terminantes; se mordía los labios, apretaba los puños, no podía hablar… Finalmente giro sobre sus talones y se alejó llorando. Y no fue la única vez que su alma debió encogerse en un espasmo de dolor. En su primer viaje a Tierra del Fuego, la tierra de sus más hermosas realizaciones, enfrentó con la audacia de un profeta al jefe de la expedición, Ramón Lista, increpándolo duramente por el ataque apresurado a los indios, que dejó 28 muertos y considerable número de heridos.

Durante la llamada Conquista del Desierto se cometieron muchos actos de crueldad contra los indios y abusos de todo tipo. El secretario de Mons. Cagliero, el padre Ricardi, que lo acompañó en su primera gira misionera por el valle del río Negro y Neuquén en 1886, dejó escrito: “¡Oh, si pudiéramos poner de manifiesto todos los actos atroces, las torpezas, las vejaciones cometidas desde algunos años a esta parte! Pero si Dios quiere, algún día hablará la historia y dará a conocer al mundo quiénes son los verdaderos salvajes de la Patagonia”. La historia debe dar a conocer también quiénes fueron los verdaderos civilizadores.

El mérito de haber asistido a los restos acorralados y diezmados de los aborígenes patagónicos y haberlos ayudado a mejorar sus condiciones de vida, pertenece exclusivamente a la conquista espiritual llevada a cabo por los hijos de Don Bosco. Solo ellos fundaron y sostuvieron, durante los primeros lustros que siguieron a la conquista del desierto, obras sociales, culturales y de civilización y espiritualidad. Por eso les corresponde figurar como los más auténticos y cabales pioneros de la cultura en esta vasta extensión de la Patria.

 

Fragmento del libro “Patagonia, tierra de hombres”, de Clemente Dumrauf

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