sábado, 27 de julio de 2024

La historia que ahora vamos a relatar pertenece a Ignacio Lacalle y a su esposa, María Etchelú, ambos nacidos en Pamplona. Este matrimonio comenzó a sufrir los cambios y empobrecerse, debieron vender sus pertenencias y embarcarse rumbo a América antes de finalizado el siglo XIX. Ignacio Lacalle viajó acompañado de su familia y de su hermano Juan. En Buenos Aires decidieron repartirse el poco dinero que tenían y los hermanos se separaron: Juan partía hacia Uruguay e Ignacio se quedaría en Argentina. Al decidir quedarse, utilizaron parte del dinero en adquirir una parcela de tierra en la localidad de Dolores, en la provincia de Buenos Aires.

Durante dos años pudieron trabajar, progresar y poner en práctica sus conocimientos de agricultores. Pero un día recibieron la mala noticia de que esas tierras ahora pertenecían a un militar y debían abandonarlas repentinamente. Ignacio pidió que le den un plazo de 30 días y en ese lapso retomó a Buenos Aires seguramente a realizar algún reclamo, pero ya era tarde. Le recomendaron que se dirigieras al sur y buscara un nuevo lugar para asentarse. Para entonces el matrimonio ya tenía hijos, debieron resignarse y volver a cargar sus pertenencias a la carreta y seguir viaje.

El funcionario de la capital le había dicho a Ignacio que en el sur no había problemas y que una vez que eligieran un sitio donde vivir, “todo lo que su vista abarcara sería suyo”. Con estas palabras en mente, fue dejando atrás la provincia de Buenos Aires e internándose en tierras desconocidas. Para ese entonces, María ya sentía síntomas de un nuevo embarazo. Al dejar el cauce de los ríos principales, se fueron internando, siempre en carreta, durante varios meses por una geografía cada vez más árida. Los guanacos y avestruces le permitían ir cazando para alimentarse. Sus hijos se enfermaron y su mujer apenas podía ayudar en los campamentos debido al estado avanzado de su embarazo. Así debieron vadear, cruzar ríos y arroyos, afrontar los vientos y las nevadas, hasta ir más allá del río Senguerr. En esta región debieron encontrarse con las tolderías de los clanes familiares que venían escapando del ejército, pero ellos, según cuentan, nunca tuvieron problemas con los nativos.

En Appeleg detuvieron su andar y María trajo al mundo a un hijo varón que llamó como su marido: Ignacio. En esa planicie generosa de pastos y cerros distantes, la familia Lacalle encontraría finalmente ese lugar que le pertenecería, “hasta donde la vista alcanzara”, según las palabras del funcionario.

Ignacio Lacalle hijo

Ignacio Lacalle levantó su primer rancho en Appeleg, mientras los nativos observaban a la distancia. Con ellos, pronto aprendería que esas tierras y el clima no eran aptas para el cultivo, que solo podían dedicarse a la crianza de animales. El primer contacto directo que tuvo con ellos sucedió casualmente. Un día andaba a caballos pastoreando unas ovejas cuando escuchó el llanto de un niño. Buscó en los alrededores y al rodear unas matas encontró un niño pequeño llorando. Lo recogió y enseguida se dirigió a su vivienda. El niño estaba herido en una pierna, le curaron y le dieron algo de beber. Luego encaró hacia las tolderías, según cuentan, desde lejos lo observaban unos lanceros que se fueron acercando. A medida que le acortaban distancia con los toldos los nativos armados con lanzas apuntaron sus caballos y se le cruzaron al camino. Pero cuando vieron al niño herido entre sus brazos se limitaron a acompañarlo. Ignacio vio como unas mujeres salían de los toldos y hacia allí se dirigió y les entregó el niño. Trató de explicarles lo que había sucedido y se retiró de allí, seguido por otros nativos a caballo.

Este era el campamento momentáneo de Sayhueque y sus capitanes, entre ellos Inacayal y Foyel. El gran cacique de la Patagonia se había refugiado allí, escapando del ejército. Según relata Carlos, nieto de Ignacio, Sayhueque y su gente se le presentó a su abuelo un día y desde esa vez la amistad prevaleció entre ellos. No había problema con ese vasco tozudo o sus hijos varones y mujeres.

En febrero de 1883, unos soldados que avanzaban siguiendo las huellas de Sayhueque, guiados por el baqueano nativo José Torres, localizaron el apartado campamento. Amparándose en la oscuridad, fueron ubicándose estratégicamente y esperaron el amanecer. Entonces el mismo Torres decidió acercarse y parlamentar. Les explicó que estaban rodeados y que no había ya alternativas, que el ejército era grande y tarde o temprano daría con ellos. El mismo Torres relató que costó convencerlos, fue tanta la indignación de los nativos, quizás porque los hayan seguido hasta allí, que estos reaccionaron violentamente y debió defenderse de las agresiones en la revuelta hasta que apenas pudo escapar. Los soldados dispararon y entonces el combate se inició.

El cacique Sayhueque logró huir con su familia y mujeres. Luego del combate, que dejó unos 80 cuerpos diseminados en el campo, hubo muchas mujeres prisioneras. De entre ellas, el paisano nativo Torres tomó la que más tarde sería su esposa. Con ella tuvo varios hijos y se quedaría para siempre en Appeleg. Hoy, José Torres es considerado el fundador de Aldea Appeleg.

Fragmentos extraídos del libro “Crónicas de las tierras que hablan”, de Ernesto Maggiori

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