La Patagonia tiene estas maravillas. Por algo convoca cada año a cientos de miles de viajeros de todo el mundo. Son las montañas, los lagos, los arroyos, la estepa. Son los paisajes pero también sus habitantes, sus caminos que prometen que algo mágico puede suceder en cualquier momento. Y sino, mirá lo que le pasó al fotógrafo Edgardo Cardenas el jueves pasado,. cuando manejaba por la ruta nacional 3. Había partido de Río Grande en Tierra del Fuego, allá en los confines. Apenas unos kilómetros después, viviría un momento que nunca olvidará.
Capítulo 1: el encuentro
Así lo cuenta Edgardo: «Volviendo de Río Grande, a unos kilómetros del paso fronterizo de San Sebastián veo una ‘cigüeña’ de extracción de petróleo y me queda gustando la luz del lugar», dice.
«Pego la vuelta para hacer las fotos, algo que solo puedo hacer cuando viajo solo o con otro con mi misma locura. En el lugar hay un grupo de guanacos, pero todos salen corriendo asustados a excepción de uno que se queda y me observa«, relata
«Aprovecho la oportunidad y también le hago fotos. Me miraba con mucha atención y comienza a acercarse», continúa.
El fotógrafo creyó que cruzaría, pero en lugar de eso se acercó a la camioneta. Foto: Edgardo Cárdenas
«Pensé que pasaría cerca para cruzar al otro lado de la ruta pero no, venía hacia donde estaba. Cambio inmediatamente de cámara ya que lo tenía muy cerca, tan cerca que mete su cabeza por la ventana«, describe.
«Entre sorprendido, feliz, asustado le hablo. El solo me miraba y movía su boca. Solo se me ocurrió ofrecerle una galleta y se la acerco con la mano. Muy suavemente me la saca con su boca. Pude ver mucha ternura en su mirada. El tema es que no quería irse. Hablamos un buen rato», dice Edgardo.
«Cuando doblo para regresar, veía cómo me seguía. Paro nuevamente y le explico que debía seguir de viaje. Me estremecía su mirada. Parecía que era una despedida de eternos amigos. Se me estrujó el corazón y me fui. Su mirada y el momento me acompañó durante gran parte del viaje y mientras escribo lo recuerdo con cariño. Espero les guste las fotos de mi nuevo amigo», señala al publicar su relato.
Capítulo 2: la historia
Pero las sorpresas no pararían ahí, porque al postear en sus redes las fotos y el relato Edgardo supo la historia que había detrás. Es tucumano, docente de primaria jubilado y la fotografía lo atrae desde siempre: empezó a los 13 años y le daba una mano a su padre.
Ya no hace eventos: en los últimos años, se volcó a lo que más le gusta: la flora, la fauna, la naturaleza, los paisajes de esa Patagonia salvaje e indómita que tanto disfruta desde que se radicó en Río Gallegos hace 28 años. «Eso me cambió la vida. Lo que lográs sentir haciendo este tipo de fotos te hace ver todo de manera diferente», le cuenta a Voy.
Después del primer posteo, lo contactaron por las redes y fue recolectando los datos para la segunda publicación. Que empieza así: «Mi amiga la guanaca tiene en la actualidad dos años, fue rescatada por una familia cuando quedó huérfana al mes de vida».
«A partir de allí fue criada por las dos niñas pequeñas del hogar que la alimentaron con biberón. Fue creciendo y se transformó en una más de la casa donde convive con los otros animales», cuenta después.
«La docente de las niñas me contó que en más de una ocasión la guanaca fue a la escuela rural a buscar a las dueñas. A ella, la guanaca, la llamaron Cristina, es muy mansa y conocida en el lugar. Se hizo famosa una vez que se escapó y se fue hasta la ciudad de Río Grande«, agrega.
«Allí armó un gran revuelo y el municipio pudo rescatarla para ponerla en resguardo al igual que a las personas. Luego fue devuelta al hogar», describe.