lunes, 10 de febrero de 2025

La despreocupación del Estado Nacional por el pueblo de Comodoro Rivadavia se hace notable en distintos aspectos, pero en la cuestión de la salud alcanza límites insospechados.

La municipalidad, incapaz de resolver el tema, deposita el problema en mano de los vecinos, en algunos momentos n escucha los reclamos o solo coordina iniciativas; o bien gestiona el traslado de enfermos indigentes a la Capital Federal en buques de Y.P.F, reclama ante el gobernador del territorio la mediación ante la Dirección Nacional de Higiene, o ante el Ministerio de Relaciones y Culto de quien depende el tema.

Los primeros deseos

Los vecinos acompañan la iniciativa de la colocación de una piedra fundamental para la construcción del Asilo Hospital, en 1913, pero tienen que esperar cerca de 20 años para contar, primero con una Asistencia Pública, y después de unos años con el hospital.

Hasta entonces son las asociaciones de socorros mutuos, organizadas por inmigrantes, las que activan mecanismos para cubrir a sus socios organizando bailes y quermeses, además de las cuotas; los trabajadores de los yacimientos están cubiertos con los hospitales de las empresas, a los que no pueden acceder los vecinos del pueblo, a menos que tuvieran plata para pagar como si tratara de un servicio privado, que para eso… mejor van a Buenos Aires.

Los pobres de “solemnidad”

En este pueblo hay gente pobre que no está en ninguna asociación y tampoco trabaja en los yacimientos. Estas personas pueden recurrir a la Asistencia Pública que funciona desde noviembre de 1930, o recibir el beneficio del traslado a Buenos Aires siempre y cuando demuestren la indigencia. El trámite es personal y comienza en la policía, allí le otorgan un certificado que lo asciende a la categoría de “solemne”, es decir pobre de solemnidad, lo presenta en la municipalidad, que es la encargada de otorgar el carnet de Beneficencia que debe renovarse cada seis meses.

Los datos del certificado policial son escuetos pero contundentes, figuran; estado civil, nacionalidad, domicilio, miembros de la familia, esposa o esposo e hijos y, además, certifica que “el portador es pobre”.

Los enfermos excluidos para la atención son todos aquellos asociados a entidades de socorros mutuos y beneficencia, obreros y personal asegurado, empleados de reparticiones nacionales o locales, públicas o privadas e internados e los colegios.

Los que presentan carnet de indigencia “recibirán todo al alcance del hospital, consulta, intervenciones y traslados a la Capital Federal”, según lo determina el reglamento.

El fondo solidario

Aunque las asociaciones  hacen todo lo posible para atender a sus miembros, también se preocupan por la falta de hospital, se unen a las intenciones de vecinos y entre todos organizan festivales para juntar fondos para el hospital del pueblo lo vienen haciendo desde hace años, todo se deposita en una cuenta especial del Banco Nación, ya sea la recaudación de los festivales “a total beneficio” o los porcentajes que destinan de otras fiestas. Los ejemplos son innumerables, la Asociación Española que festeja en octubre, mes de la hispanidad, entrega toda la recaudación, unos $3000 m/n.

El centro gallego organiza sus romerías de Santiago Apóstol y destina el 20% de las ganancias…. Y así todos lo hacen además de pagar el impuesto del 20 por ciento sobre las ganancias de fiestas y kermeses.

Al 2 de julio de 1931, la cuenta del Banco Nación tiene $221.282,30 m/n   –todo del bolsillo de los vecinos y comerciantes- para la construcción del edificio. Con este dinero alcanza, por eso el comisionado municipal eleva una nota al gobernador del territorio, Teniente coronel Abel Miranda, le pide autorización para construir el edificio de hospital Municipal, adjunta el plano, la lista de materiales y un detalle minucioso de las características edilicias con espacio suficiente para instalar 20 camas en la sala de los varones y 20 para mujeres, con quirófano, sala de partos, etc, además de material de construcción de primera calidad, que tendrá jardines y cerco dice que está destinada la manzana 70, le informa que “hay aportes de vecinos que se efectivizaran cuando el edificio esté en marcha, hay aportes del Banco Anglo Sudamericano, de José Menéndez, Banco Nación y de Impuestos Nacionales. Es urgente que se inicien las obras”, enfatiza.

El dinero de los vecinos

Pero el comisionado tiene los oídos atentos, después de tanto esperar los vecinos perdieron la confianza, por eso LE ACLARA AL Gobernador que, “la comisión está integrada por el gerente del Banco Nación, gerente Banco Anglo Sudamericano, el director de obras portuarias del Ministerio de Obras Públicas, el gerente de La Anónima, de Lahusen, el director de la asistencia pública y dos vecinos”.

En cuanto a la responsabilidad de las personas, el comisionado dice que “tendrían a su cargo la construcción de la obra, es toda una garantía, por lo menos igual podrían ofrecer concejos municipales electivos cuyos manejos por desgracia han dado origen, a menudo, a inversiones fraudulentas”.

El Gobernador responde con una nota donde hace sugerencias respecto del material a emplear pero de la autorización para construirlo… ni una palabra.

El 1º de febrero de 1933 el comisionado resuelve que todos los dineros depositados a nombre de la Municipalidad en cuentas especiales deberán pasar a una cuenta denominada “Municipalidad de Comodoro Rivadavia pro Hospital”, son $197.553,25 pesos m/n. Unos cuantos pesos menos respecto del informe anterior; algo se había perdido y no hay explicaciones en ningún lado.

Mientras tanto, asistencia publica

La asistencia pública, en tanto apenas abastece las necesidades de la gente pobre, y para colmo se rompe el motor de la única ambulancia; por eso, el 25 de julio de 1993, el Dr. Philipeaux le pide a la municipalidad que repare: “Es de imperiosa necesidad, ya que es la única en condiciones para ser usada en esta zona de fuertes vientos”, pero la municipalidad le responde que no hay fondos.

Todo un problema.

Así y todo el médico debe atender la epidemia de tos convulsa que, el 7 de agosto de ese año, ya cuenta con casos fatales. De nuevo, como en la epidemia de sarampión de 1930, se prohíbe el acceso de los menores de 14 años a las salas de espectáculos y reuniones públicas.

¡Queremos hospital! Alguien que escuche

Aquella vez, cuando el comisionado le manda a decir que hay plata y una comisión de vecinos que supervisara la construcción, se forma una nueva Comisión Pro Hospital, que seguirá gestionando el servicio médico.

Esta comisión está integrada por un representante de cada asociación de socorros mutuos, un concejal, un delegado del club social y “once vecinos de reconocida honorabilidad y arraigo, es apolítica”. Un reglamento interno determina que no pueden integrarla dirigentes políticos y acuerdan no criticar ni aplaudir lo realizado por la comisión anterior.

Ellos acompañan la gestión de la comisión pro construcción, que después de dos años y muchas notas sin respuesta, eleva otra donde manifiesta, sobre todo, frustración; finalmente, el 25 de marzo del `35, enuncian “ante la manifiesta indiferencia del Concejo Municipal y la falta de delicadeza y consideración para con nuestra personas”, pero el Concejo está ocupado en otros temas, ni siquiera le responden.

Los que integraron esta comisión fueron el director de la asistencia pública, el doctor Philipeaux; Juan Perelli, por el club social; Enrique Ducos, Emiliano Moyano, José Morion, por el Centro Gallego; Otto Hinsch, gerente de la Anónima; Enrique Max, por Lahusen; José Sánchez, por la Tehuelche; Fernández Prado, por la Española; Luis Spadazzi, por la asociación Italiana; Estanislao Zawadzki, por Dom Polski; Benito Yrizarri, por Euskal Echea; Enrique Sur, por la sociedad germánica y E. Goncalves, por la asociación Portuguesa.

Extraído del libro “Crónicas del Centenario” editado por Diario Crónica en 2001

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