viernes, 21 de marzo de 2025
Su romance con la tierra lleva más de sesenta años. El conoce todos sus secretos

Bordeando el rio, donde hoy está el barrio San Pablo, había por el año 30 terrenos fiscales que en gran parte anegaba el rio. Por esa zona no había casi nada, tres o cuatro cosas a lo sumo y el barro.

Ángel Pérez Rodríguez llegó a la cuidad en el año 1934, él fue uno de los primeros que se acento en esa zona, <un poco más allá estaban los Amado –dice hoy- pero después aquí no había nada, un par de casas más y eso era todo>.

ESPAÑA – BUENOS AIRES – RAWSON

Por ahí, charlando con viejos pobladores, me entere que alguna vez al barrio se lo llamo <Pérez>, quise saber un poco más y los indicios me llevaron hasta la quinta de Don Ángel, un lugar a la orilla del rio que en verano se parece al paraíso.

Gente llana y sencilla, los Pérez me abrieron la puerta de su casa y me recibieron con gran calidez. Un espacio grande con la cocina a leña prendida, abrigo la charla y los mates que cebo Don Ángel.

-¿Usted es Español? – fue lo primero que pregunte, sobre todo por el acento.

– No, mis padres eran españoles pero se vinieron a la Argentina y ahí nací yo, en el Barrio Barracas. Lo que paso fue que después ellos volvieron a irse a España cuando yo tenía cinco años. A los 20, con la guerra civil española, si me quedaba me mandaban al frente, entonces mi padre que no era nada sonso me llevo a un consulado y me puso bajo bandeja Argentina. A los pocos días con otros más nos mandaron a Buenos Aires, vinimos en un barco Alemán, once días tardo en llegar. Acá nos mandaron a hacer el servicio militar y cuando termine me metí en la escuela de policía.

-¿Así que fue agente de policía?

Si, no había mucho para elegir, a barrer las calles o a la policía. Después pidieron personal para la cárcel de acá y me vine.

Eso fue en el año 34

Once vinimos para Rawson. Llegamos a Madryn en b arco y después a Trelew en tren, allí nos esperaba Rocha, el Director de la cárcel. Yo traía un baúl con mis cosas, que hasta hace poco andaba por ahí. Bueno, acá nos pagaban 145 pesos y nos daban la comida, pero cada tres meses nos pagaban uno…

 -¿Cómo hacían para vivir?

– Acá encontramos toda gente buena. Al principio nos hospedamos en el hotel Central de Antonio Gil, que estaba en la esquina del monumento a San Martin (Belgrano y Luis Costa). Nos daba buena comida, buena cama, todo por 15 pesos, él nos esperaba hasta que cobráramos. Tanto así que al mes yo alquile una piecita en lo de Ángel Celi, que después sería mi suegro, y le quise pagar a Don Antonio ese mes, porque yo tenía unos ahorros y no quiso saber nada <cuando cobra me paga> -me dijo.

Cosas de antes, ahora le cobran por adelantado

Y si, antes era distinto, todo se hacía de palabra, pero ya digo, acá encontramos la mejor gente.

En su nuevo destino Ángel conoció a su esposa, Antonieta Celi, y se casaron, tuvieron una hija y hace más de sesenta años que están juntos…. ¡toda una vida! <Una buena compañera –dice Don Ángel mirando a su mujer con cariño- y era muy linda>. Aun hoy a los 80 años se conserva muy bien y se nota que es verdad lo que afirma su esposo.

EL BARRIO PEREZ

-¿Y cómo fue que se radicó aquí?

Resulta que habían venido unos inspectores de Buenos Aires para adjudicar lotes, porque esto era Territorio Nacional todavía y el Director de la cárcel, Rocha, me dijo que porque yo sabía trabajar la tierra no compraba un lote por aquí, pero con que iba a pagar, yo recién me había casado. El me averiguo y al fin me decidí y compre aquí, me dieron 20 años para pagarlo. Esto era todo monte, no había ni un arbolito, nada.

Después la cooperativa del valle me dio material para poder alambrar y con la ayuda de algunos amigos pude cercar y más tarde con mí cuñado Juan empezamos a levantar la casa. Ya en el año 36 tenía la quinta.

¿Y entonces el barrio se llamaba Pérez?

Si, si así le decían, porque como fui de los primeros que vino le empezaron a decir el Barrio Pérez. A los años vino un cura a preguntarme si le podían poner San Pablo ¡pero claro! –le dije. Si yo no le había puesto el nombre, la gente lo llamaba así

AÑOS Y AÑOS DE TRABAJO

Recorrimos con Don Ángel la quinta, una mañana de árboles frutales nos rodeaba. Él me iba contando mientras caminábamos….

Ese manzano es uno de los primeros, que puse, tiene fácil cincuenta años o más, ya no lo cosechamos…>. El arbolito tiene unas manzanitas pequeñas y coloridas. Ciruelas, Durazneros, Perales, guindos, higueras, nogales…., no sé, lo que se le ocurra está allí, en esa parcela de tierra, de este lado del planeta, todo regado y abonado con sudor y esfuerzo, tres hectáreas que hoy son un vergel.

¿Buena tierra ésta tierra no?

La mejor –dice sin dudar- Podrá haber igual, no digo, pero mejor que esta no hay, y está muy abonada.

-¿Con que lo abona?

-Con lo que la tierra misma da, con el pastito y los yuyos que van saliendo bajo los árboles. Yo no los quemo, hago puntear la tierra y lo dejo, cuando se pudre se vuelve más rica la tierra. Acá se da de todo.

-¿Alguna vez los corrió el rio?

Subió algunas veces y llego hasta la casa pero no más. Entonces había un canal de riego bordeando el rio, de aquí hasta la iglesia eran todas quintas, la de Gilardino, la de Santoro, la quinta de los curas, que hay que ver como trabajaban. Toda era gente de trabajo, Italianos, Españoles, Galeses.

EL BARRIO EMPIEZA A CRECER

Con el tiempo el barrio se fue poblando pero acá no teníamos luz, mi agua. Yo fui presidente del barrio doce años, pero entre todos peleábamos para lograr las cosas>.

-¿Recibieron apoyo de las autoridades?

-No todos los intendentes colaboraron, para mi hay que destacar a Damis y al Dr. Zorrilla y también un poco ayudo Don Luis González, gracias a ellos pudimos lograr cosas para el barrio. Con Damis pudimos traer la luz, nosotros mismos trajimos y plantamos los postes, después vino el <el rusito> (Brigrevich) y nos instaló la luz. Yo tenía una luz afuera y una adentro de la casa, era todo, pero mientras tanto y hasta que pudimos tenerla nos alumbrábamos con velas y farol. Después también conseguimos el agua y el gas no hace mucho. Pero esos que nombre fueron los mejores intendentes que tuvimos. Mire ahora, como está el barrio, yuyos por todos lados, hay poca limpieza y encima, ahí nomás, sobre la calle, pusieron una caballeriza!!… eso no está permitido, pero ahí está.

Antonieta y Ángel Pérez, una vida juntos.

ENTRE OTRAS COSAS…  

También Don Ángel fue presidente de la Sociedad Española y miembro activo de la cámara de Comercio.

Y entre otras cosas fue por mucho tiempo el distribuidor en la zona de una conocida marca de cerveza y otro más conocido vino mendocino. <Tenía entonces dos rastrojeras y en ella repartíamos a los comercios, también en Trelew. Bastida me ayudaba con el reparto, y yo lo quería mucho a Bastida, un amigazo…. Cuando cumplí 72 años deje todo>.

-¿Y a qué se dedicó?

-Seguí con la quinta y por un tiempo nos fuimos a vivir a Buenos Aires, porque mi hija y el marido viven allá. Compramos un departamento en Avenida Libertador, en el noveno piso, pero que iba a hacer yo allá arriba como un pájaro!…. Estuvimos tres años y nos volvimos.

A mí me gusta esto, tenemos amigos, la familia de ella esta acá, en fin. Hacer esto costo trabajo, cuando yo empecé con la quinta también trabajaba en la cárcel y teníamos turnos de 24 horas, mi mujer me mandaba la comida a la unidad. Había 300 presos, mucho después se hicieron más turnos…

-¿Usted estaba en la unidad cuando llegaron otros presos, militares digo?

Eso fue en el 51. Ahí lo trajeron a Lanusse, al General Menéndez y unos cuantos más. A Lanusse lo tuve que llevar al calabozo.

-¿Se hacían sacrificios pero se podía progresar?

Si, se podía, porque para vivir con una quinta y animales no hace falta más. Yo acá, además tenía vacas, ovejas, chivas…

-¿Ovejas?

Sí y vendía a las carnicerías también, me Acuerdo que vendía a 28 centavos el kilo, ellos cobraban 30 centavos, mire usted. Y bueno así compre mi primer coche, un Chevrolet 28 con capota.

En la cocina de los Pérez la charla se ha extendido más de la cuenta, compartiendo con el matrimonio y también con un viejo amigo que ha pasado a visitarlos, un ex compañero de trabajo de la unidad. Ambos recuerdan viejos tiempos. Doña Antonieta ayudaba con la memoria, y Don Ángel, conversador incansable, podría seguir contando horas lo vivido en nuestra ciudad. Pero ya les he robado demasiado tiempo.

Don Ángel me acompaña hasta el portón, nos siguen los perros, uno de ellos, el más viejito, tiene veinticinco años y no se despega de las piernas de su amo. Nos despedimos y un poco más allá vuelvo la mirada, como un viejo roble lo veo a Don Pérez todavía parado en la vereda que me despide con la mano.

 

Nota de archivo de “El Informador Capitalino”

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