Es una premisa casi indiscutible que los principales ingresos de las ciudades, sean grandes o pequeñas, provienen del cobro de tasas e impuestos. Y la recién fundada capital del Territorio del Neuquén no fue la excepción a esto.
En la primera década de 1900, alrededor de 110 vecinos tributaban al gobierno comunal por diferentes actividades comerciales, contribuyendo de esta manera al sostenimiento de los primeros servicios públicos.
Si se revisan los libros contables de la época se puede observar que la tercera parte de los ingresos de la comuna correspondía al cobro de derechos por permisos de bailes, eventos que se realizaban casi sin necesidad de tener una excusa para ello, tanto en los distinguidos salones del centro como en las pintas de polvo de ladrillo de los incipientes barrios.
En 1910, el municipio recaudó por todo concepto 12.570 pesos, de los cuales 4.135 pesos correspondieron a permisos para la realización de bailes privados y populares. Es decir que representaron el 32% de los ingresos anuales. Discriminados por mes, en enero de ese año entraron 285 pesos, en tanto que en diciembre la cifra ascendió a 450.
Ángel Edelman, en su libro “Recuerdos Territorianos” aporta un dato muy significativo para conocer en qué se gastaban esos dineros.
“Si se considera que los sueldos del personal municipal insumieron en el año 4.200 pesos, puede decirse que ellos fueron costeados con las entradas por bailes”, escribió.
Uno de los bailes más populares y concurridos se realizaba en una pista de polvo de ladrillo, ubicada en el barrio Villa Florencia. Estaba cercada con carrizos y en invierno se calefaccionaba con braseros.
Las paladas de brasas eran suministradas por un encargado que las repartía debajo de las mesas.