martes, 22 de abril de 2025

Así como el peronismo se caracterizó por los enormes avances en materia de derechos sociales y laborales, en el ámbito de las libertades sexuales se respiraba un ambiente francamente opresivo. A propósito, resulta tan elocuente como asombroso que el propio Jorge Luis Borges, un hombre que ha llevado una vida de castidad al servicio de las letras, haya sido detenido bajo el cargo de “escándalo en la vía pública”. ¿Cuál fue el terrible escándalo que protagonizó Borges? La contravención que se le imputó fue la demostrarse a medianoche en compañía de una mujer, su amiga Estela Canto, mientras la tomaba de la mano en un banco del Parque Lezama. Un policía lo sorprendió en tan indecorosas circunstancias y lo llevó detenido a la Comisaría 14. No fue siquiera un acto de persecución política solapada, ya que ni el policía que lo detuvo ni el Comisario que “lo ficho”, tenían la más remota idea de quien era Borges y mucho menos Estela Canto. De nada les hubiese servido explicar que solo los unía una relación de amistad, ya que por entonces era inadmisible la amistad entre hombres y mujeres. Los hombres se reunían en público, por lo general en cafés, y las mujeres, siempre puertas adentro en las casas.

La homosexualidad era fuertemente perseguida por las autoridades, pero la marcada separación del universo masculino del femenino, paradójicamente, quedaba facilitada en la medida en que los encuentros entre homosexuales pasaban inadvertidos en estos ámbitos. Era frecuente que hombres que buscaban relacionarse sexualmente entre sí lo hicieran en sitios tradicionalmente masculinos como los salones de billar o las mesas de dominó de los bares. La herramienta de persecución legal de la homosexualidad durante el peronismo fue el Reglamento de Procedimientos Contravencionales creado por Decreto del Poder Ejecutivo. Esta norma otorgaba al Jefe de Policía atribuciones de Juez de Segunda Instancia, pudiendo dictar condenas de manera sumaria sin intervención del Poder Judicial. De esta manera la policía podía aplicar Edictos no contemplados en las Leyes, en prácticas tales como las homosexuales que, de hecho, no estaban tipificadas como delito en el Código Penal. Estaba claro que detrás de las restricciones morales se ocultaba el verdadero motivo que las impulsaba: el recorte de las libertades políticas. Los Edictos Policiales eran una herramienta nada sutil para limitar los Derechos Individuales y la oposición política. No resulta casual que prostitutas y opositoras compartieran los mismos ámbitos cuando eran detenidas, por lo general en los conventos, en virtud de un mismo Edicto.

Durante el Gobierno de facto de Aramburu se declaró inconstitucional el Reglamento de Procedimientos Contravencionales creado por el Peronismo. Por cierto, a la Revolución “Libertadora” no le animaba ningún afán libertario en manera de sexualidad (ni de ninguna otra índole, por supuesto); de hecho, un Fiscal tristemente célebre, Guillermo de la Riestra, se encaró de perseguir y censurar obras literarias, piezas teatrales y películas que hicieran alusión al sexo.

Fue notable el hecho de que la mayor parte de las Leyes en materia sexual que modificó la “libertadora” tuvieran el único propósito de oponerse a todo lo que proviniera del peronismo, ya que el espíritu del nuevo gobierno no se apartaba un ápice de la moralidad castrense del justicialismo.

Hubo un ejemplo que ilustra perfectamente el carácter meramente antiperonista de los cambios de la legislación atinentes a la sexualidad: Durante el Peronismo estaba prohibido el ejercicio de la prostitución, eran frecuentes las razias en bares y cabaret que dejaban centenares de hombres y mujeres detenidos. A modo de ejemplo, en una sola redada dispuesta mediado de 1951 se detuvo a más de 3000 personas, en su mayoría mujeres, que fueron encarceladas en la Comisaría 33, 23 y el Cuartel de la Policía Montada. Sin embargo, cuando empezó a quebrarse el romance entre Perón y la Iglesia las cosas cambiaron abruptamente. Desafiando las autoridades eclesiásticas, el gobierno peronista dispuso la apertura de los prostíbulos mediante el Decreto 22352. Esta Norma fue inmediatamente derogada luego del Golpe Militar de 1955; es decir, paradójicamente, se volvió a la normativa creada durante los albores del primer gobierno de Perón.

La prohibición de la prostitución durante la llamada Revolución Libertadora tuvo varios aspectos sociales interesantes de examinar. Al cerrarse nuevamente los burdeles, los cabarets y otros locales donde las mujeres ofrecían sus servicios, una vez más las prostitutas se quedaron, literalmente, en la calle. Sin embargo, “hacer la calle”, entrañaba riesgos tanto para las mujeres como para los clientes. De manera que las prostitutas apelaron a un método tan ingenioso como eficaz: abandonaron sus ropas provocativas, los colores vistosos y los maquillajes ostensibles y se mimetizaron con el aspecto del ama de casa; de hecho, su nuevo lugar de exhibición fue el “sector familias” o el “reservado” de los cafés tradicionales de Buenos Aires.

Atareadas con trajes recatados como verdaderas madres de familia, las prostitutas se sentaban a las mesas a esperar tranquilamente que los hombres se acercaran. Se creó entonces un nuevo código para que los potenciales clientes pudieran diferenciarlas de las señoras que iban a tomar el té. Las carteras vistosas y alargadas meciéndose sutilmente colgadas del brazo era la señal inequívoca. Sin embargo, este distintivo, eficaz al comienzo, con el tiempo comenzó a delatarlas. Así, debían cambiar una y otra vez de accesorios para ser reconocibles sin quedar en evidencia ante la policía. A las carteras le sucedió el uso de vaporosos pañuelos alrededor del cuello, para cambiarlos luego por tocados en el pelo. Más tarde llegarían los cinturones anchos con enormes hebillas doradas, los pantalones ajustados a las piernas y así sucesivamente.

De manera paradójica, en su afán por parecer señoras de su casa, las prostitutas comenzaron a marcar la tendencia de la moda: los diseñadores más exclusivos tomaban prestado los adminículos de las chicas del “mal” y los ponían de moda desde las revistas entre las chicas “bien”. Muy pronto todas las mujeres exhibían carteras vistosas, hebillas doradas, pañuelos de seda, pantalones ajustados y cuanta cosa se pusieran las prostitutas para distinguirse de las señoras que tomaban el té en el “sector familias” de los cafés del centro. Así, mientras las prostitutas corridas de los lupanares tenían que parecer señoras de su casa, las madres de familia terminaron imitando a las prostitutas. En fin, lo que muchos hombres anhelaban, de pronto se hizo realidad: que su esposa fuese SU ramera y que las rameras parecieran dulces mujercitas fieles.

Esta relación ambigua entre repudio y la fascinación, entre lo marginal y lo socialmente aceptado es lo que, en definitiva, ha caracterizado al más antiguo de los oficios desde la época bíblica hasta nuestros días.

Párrafos extraídos del libro “Pecadores y Pecadoras” – Federico Andahazi

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