miércoles, 4 de diciembre de 2024

Las preguntas alrededor del discípulo que puso a Jesús en manos de sus adversarios son muchas y no precisamente fáciles de contestar. En la tradición cristiana la figura de Judas ha representado la encarnación del mal en estado casi puro, el representante por excelencia de la traición, una especie de chivo expiatorio que ha concentrado la responsabilidad de la violencia descargada contra Jesús durante su pasión. Sin embargo, hay que distinguir entre la tradición sobre Judas y la persona de Judas, un hombre elegido por Jesús como miembro de los Doce que termina por traicionarlo y entregarlo a las autoridades judías que quieren darle muerte. Judas tendrá un final violento y repentino. El hijo de Simón Iscaiote –de ahí su nombre de Judas Iscaiote-, Judas es el tesorero del grupo de Jesús. Sin embargo esta función no lo singulariza con relación a los demás discípulos durante el período de actividad pública de Jesús. Hasta los días previos a la muerte de éste los evangelios sinópticos no informan de que Judas se ha puesto en contacto con los sumos sacerdotes para entregarles al rabino de Nazaret.

No obstante, la crisis solo se desencadenará durante la última cena y sin que los demás discípulos se den cuenta de lo que sucederá. Judas llega al cenáculo con Jesús y el resto de los Doce para celebrar la cena festiva que Jesús ha querido compartir con ellos. El discípulo traidor empieza a cenar con todos los demás y, de hecho, según Juan XIII solo abandonará la cena después de que Jesús le dé a entender que sabe que lo va a traicionar. Antes, Judas ha visto como Jesús le lavaba los pies igual que a los demás discípulos.

La cuestión fundamental son los motivos que ha llevado a Judas a convertirse por iniciativa propia en colaborador puntual, aunque decisivo de las autoridades judías. ¿Qué razones han podido impulsarle a presentarse ante los enemigos de su Maestro, traicionando su confianza y su amistad?. Cualquier respuesta debe pasar por intentar comprender desde dentro la actuación del discípulo. Los Evangelios de Lucas y Juan, ven la traición de Judas como un acto profundamente perverso que solo puede haber sido dictado por el señor del mal, aquel que traiciona y engaña constantemente a los hombres con sus artes. Al fin y al cabo, Judas ha sido un instrumento de Satanás. Siguiendo en esta línea, en el Evangelio de Juan se atribuye a Judas una avaricia invencible y mezquina y aparece como un “ladrón” que roba las ofrendas que entran en la bolsa comunitaria. Queda claro que recurrir a la posesión diabólica o un deseo ciego de dinero significa, en última instancia, que la traición de Judas no es un acto que se explique desde la pura libertad de la persona. En el fondo, Satanás y el dinero son una misma fuerza de muerte y destrucción que anula y desfigura el “yo” personal.

Tal vez en esta misma línea hay que plantearse que ha podido desfigurar el corazón de Judas y apartarle interiormente de Jesús hasta el punto de tomas una iniciativa indigna de un discípulo. Judas es un miembro de los Doce que, como los demás, ha vivido el entusiasmo, por un Reino que iba a traer – y que, de hecho, ya había empezado a traer- la buena nueva de los pobres, la salud a los enfermos, el consuelo de los tristes, la comida a los hambrientos, la salvación a los pecadores. Judas ha compartido con los demás discípulos grandes esperanzas y nada hace pensar que no haya creído en todas ellas. Aquí empieza su drama: ha concebido tantos proyectos, que se ha sentido “traicionado” por Jesús. Judas habría querido, como todos los discípulos, que el reino se manifestara con gran esplendor y que la liberación de Israel ya hubiera llegado. Poco importaban los medios, las armas, los prodigios ¡o ambas cosas al mismo tiempo!. Confiaba ciegamente en Jesús y estaba seguro de que él era el enviado de Dios, el Mesías de Israel. Pero Jesús hablaba otro lenguaje, y su Reino, apenas iniciado, pasaba por la conversión del corazón y se desplegaba con el perdón y la compasión, la bondad y la donación de la vida, no con una guerra de liberación o con un signo prodigioso y espectacular que destruyera los enemigos de Israel.

Es probable que la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén haya sido la gota que haya colmado el vaso: Judas había entendido lo que no haría Jesús. Eso lo aparta del Maestro con una amargura tan grande en su corazón que es víctima de su propia frustración: traicionar a Jesús se convierte en una acción legítima porque el mismo Jesús ha traicionado las esperanzas que muchos –sobre todo el mismo Judas- habían depositado en él. Entonces se produce una coincidencia extraña entre las autoridades judías y Judas: el rabino de Nazaret es un falsario, alguien que ha engañado a la gente, y constituye una amenaza para el pueblo. Los motivos son varios, pero el fondo es el mismo. Para las autoridades, Jesús es un falso profeta. Para Judas, un falso Mesías. Y el resentimiento puede ser diabólico. Un falso Mesías no debe ser un obstáculo para la causa de la liberación de Israel. Es legítimo contribuir a quitarlo del medio.

Judas no sobrevivió mucho tiempo a Jesús. Los hechos de los Apóstoles afirman que “con la paga de su crimen compró un campo” y que allí encontró una muerte terrible (“reventó por medio y todas sus entrañas se esparcieron”) (Hechos 1,18). Una muerte así no deja de tener analogías con la muerte de otros personajes que las Escrituras consideraban blasfemos. Así, de Antíoco IV Epifanés –el rey impío que profanó en templo de Jerusalén-, se dice que murió en medio de sufrimientos atroces (Segundo Libro de los Macabeos 9,5-28). También Agripa I que había usurpado el honor debido a Dios tuvo un final terrible: “fue pasto de gusanos” (Hechos 12,23).

Por otra parte, el Evangelio según San Mateo anticipa la muerte de Judas a la misma noche en que traicionó a Jesús. Según este Evangelio, Judas “se ahorcó” (Mateo 27,5). El suicidio de Judas fue precedido de su arrepentimiento ya que reconoció el crimen ante las autoridades. Su muerte evoca a la de otro personaje bíblico que, como Judas, también vio frustrada su intención: Ajitófel, el consejero de David “cuando vio Ajitófel que no habían seguido su consejo…. Se dio muerte ahorcándose”. Los Hechos de los Apóstoles y el Evangelio según Mateo coinciden en relacionar la traición de Judas con un campo cercano a Jerusalén llamado Haqueldamá o Campo de Sangre en recuerdo del precio de sangre con el que fue comprado.

 

Párrafos extraídos del libro: Jesús una Biografía – Armand Puig

 

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