Dara, montada a caballo, es «como un pájaro». «Me siento libre y muy tranquila». Esta joven de 26 años con parálisis cerebral vive en una silla de ruedas. Sin embargo, desde hace seis años puede dejarla de vez en cuando para montarse en el caballo. No trota, pues no es recomendable para su escoliosis, pero solo los paseos que da subida en la yegua Galerna una vez por semana la ayudan a mejorar su movilidad y a olvidarse de los problemas a los que se tiene que enfrentar a diario. «Pongo la mente en blanco y solo pienso en lo feliz que estoy aquí», cuenta durante una visita de ABC al proyecto ‘Equinoterapia con alma’, de la Fundación Alma Tecnológica y la Asociación Teanima.
Como Dara, son muchas las personas con discapacidad que buscan mejorar sus capacidades físicas y cognitivas a través del caballo. A la vez que ella está Ely, una mujer de 42 años con discapacidad intelectual, montando en Yogu, otro de los caballos que llevan a cabo esta equinoterapia. A ella este contacto con los animales le ha ayudado a llevar a cabo, en sus palabras, el sueño de su vida. «Trabajar en un zoo era lo que más quería y ahora ya lo he conseguido», celebra. Su madre, Araceli, que también monta cuando acompaña a su hija porque le ayuda a relajarse, lo corrobora: «Era lo que más ilusión le hacía, y ahora esas tres horas de trabajo a la semana la hacen feliz».
Síndrome de Rett
A Sara, de 15 años, los paseos a caballo la ayudan con su enfermedad. Tiene síndrome de Rett, un trastorno neurológico que afecta a la forma en la que se desarrolla el cerebro, de manera que con el paso del tiempo se pierden las capacidades motoras y del habla. «Lleva viniendo desde los dos años una vez por semana y, aunque en el síndrome de Rett es difícil ver la evolución, se ve que no avanza la degeneración de la enfermedad», sostiene Marisol Fernández, terapeuta del proyecto.
Como Dara, son muchas las personas con discapacidad que buscan mejorar sus capacidades físicas y cognitivas a través del caballo. A la vez que ella está Ely, una mujer de 42 años con discapacidad intelectual, montando en Yogu, otro de los caballos que llevan a cabo esta equinoterapia. A ella este contacto con los animales le ha ayudado a llevar a cabo, en sus palabras, el sueño de su vida. «Trabajar en un zoo era lo que más quería y ahora ya lo he conseguido», celebra. Su madre, Araceli, que también monta cuando acompaña a su hija porque le ayuda a relajarse, lo corrobora: «Era lo que más ilusión le hacía, y ahora esas tres horas de trabajo a la semana la hacen feliz».
Síndrome de Rett
A Sara, de 15 años, los paseos a caballo la ayudan con su enfermedad. Tiene síndrome de Rett, un trastorno neurológico que afecta a la forma en la que se desarrolla el cerebro, de manera que con el paso del tiempo se pierden las capacidades motoras y del habla. «Lleva viniendo desde los dos años una vez por semana y, aunque en el síndrome de Rett es difícil ver la evolución, se ve que no avanza la degeneración de la enfermedad», sostiene Marisol Fernández, terapeuta del proyecto.
Sara sonríe mientras monta a caballo
Sara sonríe mientras monta a caballo GUILLERMO NAVARRO
Como ellas, hay cientos de personas que acuden cada año a esta actividad. «Nadie se queda sin terapia aunque no pueda pagarla», apunta Roberto López, que junto a Marisol coordina la actividad. El año pasado, indica, hicieron más de 4.000 terapias, pues además de particulares como Dara, Ely o Sara también trabajan con grupos de residencias o centros de día para personas con discapacidad. Incluso en los últimos meses han atendido a sanitarios que arrastraban problemas de salud mental a causa de la pandemia de Covid-19. Acuden desde niños de dos años hasta personas que superan los setenta.
La clave para que funcione, explica Fernández, es el amor hacia los caballos. Sobre todo en los casos de niños, pues aunque al principio sientan cierto respeto o miedo ante el animal, se intenta trabajar a través de caricias ese primer contacto con ellos para ya más adelante poder montar. Los resultados, asegura, aunque se trata de una terapia complementaria a otras que deberían coexistir, son buenos en la mayoría de los casos: «Hay niños que nunca habían abrazado a sus padres y a raíz de venir aquí han empezado a abrazar o niños que en el colegio no se relacionaban y después de dos o tres sesiones ya jugaban en el recreo con sus compañeros».
Pero también a nivel físico han visto resultados que nunca habrían imaginado. «La relajación que sienten se ve sobre todo con personas que van en silla de ruedas. Los montas y tienen las piernas totalmente dobladas y cuando llevan cinco minutos con el caballo ves que las piernas están ya totalmente relajadas», afirma Roberto López. «Tenemos a niños a los que les dijeron que no podrían a andar y están andando», lanza por su parte Fernández. De hecho, asegura, es lo que siente Dara cada vez que monta, pues el movimiento del caballo le proporciona la sensación de que está caminando. «Estoy en el cielo», dice mientras posa tumbada en Galerna. Su amor por estos animales llega hasta tal punto que lleva tatuado a Jasper, el primer caballo en el que montó. «Son el amor de mi vida», reitera.
Encontrar un empleo
Este no es el único proyecto que respalda la Fundación Alma Tecnológica. Su fundador, Aurelio Delgado, comenzó en esta labor con el objetivo de formar a personas con discapacidad para que pudieran encontrar un empleo. Ahora, la fundación ha puesto su nombre a uno de los proyectos con ese fin. Con la financiación de la empresa Softtek y la colaboración de la Universidad Carlos III, ha impulsado la Cátedra Alma Tecnológica Aurelio Delgado, por la que se imparte formación universitaria práctica a personas con discapacidad para que puedan acceder a un trabajo.
«Te encuentras a padres y madres llorando de emoción por lo que han conseguido sus hijos. Unos padres me dijeron que ya se podían morir tranquilos porque su hijo había conseguido ser autónomo», celebra Nicolás Redondo Terreros, presidente de la fundación.