jueves, 27 de marzo de 2025

El general Roberto Fonseca es hombre de honor, de profundo acervo militar y no va a permitir que un diputado, por más doctor que sea, lo trate de esa manera: esto se arregla en el campo del honor, con las armas que su agresor elija, no hay otra forma de lavar la afrenta que no sea con sangre.

Corren los primeros días de diciembre de 1964 y la noticia no pasa desapercibida: el general Fonseca, jefe del Comando de la IX Brigada, ha retado a duelo al diputado Rocío Ortiz, de la Unión Democrática del Chubut. El motivo: el modo ofensivo en que el legislador trató una presentación del general.

Ortiz ha sido duro con Fonseca, este va a dar una buena nota para que se le informe si hay inconvenientes en construir un camino a través de campos de propiedad privada, por lo que el legislador se burla del general durante la sesión, señalando que este no conoce la Constitución: “Cuando venga el enemigo, mejor nos entregamos, porque este va a poner los cañones contra nosotros”, dice el diputado, interrumpiendo varias veces la lectura de la presentación de Fonseca.

Este le envía a sus padrinos, coroneles Hera y Cornicelli, que se reúnen con los padrinos de Ortiz, Francisco Novo y Fernández Van Raap. Acuerdan el uso de sables y un enfrentamiento a primera sangre al amanecer de un día y lugar a convenir. Sin embargo, la oportuna mediación de un representante de la iglesia hace entrar en razón a todos y el duelo queda de lado, cuando se producía la última reunión entre los padrinos y el enfrentamiento se había tornado inminente. Tras el extenso encuentro, ante la expectativa general del público y periodismo que se da cita en las puertas del domicilio del general en el barrio militar, se anuncia que el lance ha quedado disuelto, sin mayores explicaciones que las del honor y la prudencia aconsejan.

El hecho, aunque no llegue a concretarse, quedará registrado como el último desafío en el campo del honor, a mitad de una década ganada por la cultura beat y la modernidad de una ciudad que se ha vuelto demasiado pragmática y poco lugar ha dejado para el lenguaje de los símbolos.

Extraído del libro “Crónicas del Centenario” editado por Diario Crónica en 2001

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