Todos los cronistas son testigos de que la mujer al contraer matrimonio dejaba la casa paterna. La costumbre se ha mantenido a lo largo de siglos. El hombre, dicho de otro modo, busca matrimonio en una familia o linaje diferente al suyo. Las mujeres de su propio linaje, aunque no fuesen hermanas de padre y madre, estaban prohibidas para el matrimonio. Por tanto se producía un movimiento de mujeres. Ellas eran quienes dejaban la casa paterna.
Los nuevos maridos les retribuían a la otra familia productos a cambio de la mujer elegida. Entregaban carneros, mantas, joyas, y posteriormente animales vacunos y caballos. Retribución y reciprocidad entre familias. La una entrega la joven esposa, la otra lo retribuye con regalos, con un sentido de amistad. Se hacen alianzas muy fuertes entre las familias que quedan emparentadas por las mujeres.
Estas mujeres se trasladan con sus pertenencias y sus historias, se las cuentan a sus hijos. Se produce así un doble proceso. Por una parte se intercambian recursos y por la otra parte conocimientos, alianzas, mundos simbólicos. Este doble tráfico es el que posibilitó en el sur de Chile que, por ejemplo, todos los indígenas hablasen la misma lengua, el chilidungun o mapudungun, lengua de Chile como señalan los cronistas tempranos y lengua de la tierra como interpretan los actuales mapuches. Hay muchas sociedades en América, como en otras partes, donde este fenómeno no ocurrió de la misma manera. Más aún, hay lugares donde la segmentación lingüística es muy aguda, existiendo comunidades aledañas que hablan lenguas o dialectos diferentes. En Chile, a la llegada de los españoles, se hablaba una sola lengua. El origen de esta unidad lingüística no es otro que la existencia de un sistema generalizado de intercambios matrimoniales y alianzas políticas basados en ellos.
La lengua mapuche no se impuso, como en muchas sociedades, por la fuerza de quienes conquistaron, por ser la lengua del Estado. La fue imponiendo la costumbre a través de las mujeres.
Las líneas de los ríos los fueron uniendo a unos y a otros, fueron formando una sociedad en la que las mujeres esparcían los conocimientos comunes, se comunicaban a través del paso de las canoas. Una vez que viajaban a su nueva casa volvían a visitar a sus padres, les llevaban regalos, productos, comidas y diversos recuerdos.
Las visitas en la sociedad mapuche tradicional constituían, y aún en algunas partes sigue siendo igual, una de las ceremonias más importantes ya que iban formando el entramado necesario de una sociedad sin Estado. Existe un ritual para cada tipo de visita, con nominaciones especiales según sea el motivo o tema de la misma. Es propio de un mundo que vivía disperso, familias dispersas, y en el que la dispersión era algo positivo. En cambio el vivir apiñados en “villas” era mal visto, como un asunto peligroso, donde se producían problemas de convivencia humana, ya fuera por envidia, o simplemente por aquello que aprendieron desde siempre: “pueblo chico infierno grande”. Los mapuches vivian dispersos pero amaban visitarse.
Fragmento del libro “Historia de los antiguos mapuches del sur”, del escritor chileno José Bengoa.