lunes, 12 de mayo de 2025
Movimientos fronterizos en la provincia de Buenos Aires 1810-1828

La gestión de Dorrego cierra un ciclo de intensos movimientos fronterizos en el cual la provincia de Buenos Aires fue escenario entre 1810 y 1828 de sucesivos encuentros pacíficos y bélicos entre los indígenas y las fuerzas del gobierno, que preanunciaban una escalada cada vez más pronunciada hacia el enfrentamiento final.

Sin embargo, esa escalada está salpicada con intentos de integración en indígenas y población criolla. Dorrego, ayudado por Rosas, es un jalón es una línea política lamentablemente no profundizada. Este último propugna desde 1825 un “plan de colonización indígena” cuya finalidad consistía en que las distintas bandas, dirigidas por sus caciques, se instalaran en las estancias adonde practicarían tareas agrícolas, ganaderas y las propias artesanales.

Diversas circunstancias políticas impidieron la oficialización de este proyecto que de todas maneras Rosas llevó a la práctica en forma particular con algunos centenares de indígenas que se convirtieron en trabajadores rurales.

Las comunidades indígenas libres, por ese entonces ya más que vinculadas con los vaivenes político-institucionales de los centros urbanos, especialmente de Buenos Aires, se ven afectadas por el derrocamiento de Dorrego a manos de Lavalle.

Los caciques Cachul y Coyhuepán se pusieron a las órdenes de Rosas para resistir a los insurrectos y defender a Dorrego, pero fueron derrotados y dispersados en la acción de Navarro.

Dorrego fue fusilado en la mañana del 13 de diciembre de 1828 y el caos y la furia se desataron.

Grupos de voroganos sorprendieron y mataron al teniente coronel Morel (leal a Lavalle) y a 50 de sus Coraceros cuando buscaban indígenas rebeldes en febrero de 1829.

En marzo el coronel Rauch, también leal a Lavalle, corrió la misma suerte. Sus tropas fueron ampliamente derrotadas en Las Vizcacheras -cerca de la estancia Los Cerrillos- y logró huir. Un grupo de indígenas lo persiguió un trecho y finalmente lo alcanzó, decapitándolo.

Entre tanto las bandas indígenas, mezcladas con las tropas enfrentadas de Lavalle y Rosas, horrorizaban a la gente pacata de Buenos Aires:

Estamos en vísperas de un desenlace; mas entre tanto la ciudad continúa bastante inquieta; nuestra suerte está pendiente del éxito de las armas, ¿quién será indiferente en una situación tan crítica?

La presencia de los indios y la autoridad que ejerce entre los demás jefes uno de sus caciques son los motivos que ponen en consternación a los hombres sensatos.

Si esta guerra es de partidos ¿por qué hacer pasar a una gran capital por la humillación de ser oprimida por los bárbaros?

No falta quien murmura contra los extranjeros, ¿se sabe acaso la impresión que produce sobre un europeo el solo nombre de indio?

Hay familias respetables salidas del seno de la civilización para derramarla en esta tierra hospitalaria, y se hallan espuestas (sic) a verse en presencia de masas heterogéneas cuyos hábitos, costumbres y figura le son totalmente desconocidas. Sea o no exagerado el retrato que se hace de ellos, cierto es que una amenaza terrible contra unos huéspedes pacíficos, el marchar escoltados con semejante aliado…

El Pacto de Cañuelas consigue la paz entre Lavalle, Rosas y Estanislao López, y catapulta como gobernador de la provincia de Buenos Aires al general Juan José Viamonte, que vuelve a repartir tierras en la frontera para poblarlas y llenarlas de vida no precisamente indígena.

Fragmento del libro “Nuestros paisanos los indios”, de Carlos Martínez Sarasola

 

 

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