sábado, 27 de julio de 2024
Un perro es acariciado por un paciente en el programa de intervenciones asistidas con animales Inspiradog en el Hospital Universitario 12 de Octubre de Madrid.

Las enfermeras revisan que las ventanas del Hospital Universitario 12 de Octubre de Madrid están cerradas y entra Vera, una perra de raza golden retriever, acompañada de su guía canina, Jenifer San José. Se encuentran en la unidad Infanto-Juvenil de Psiquiatría a la espera de que lleguen los adolescentes ingresados. En el mundo, una de cada siete personas de entre 10 y 19 años padece algún problema de salud mental, según datos de la Organización Mundial de la Salud, y el suicidio es la cuarta causa de muerte entre la población joven. Por ello, la Cátedra de Animales y Sociedad de la Universidad Rey Juan Carlos (URJC) y este hospital han puesto en marcha un programa de intervenciones asistidas con animales, llamado Inspiradog. Los perros, previamente entrenados, facilitan la recuperación de estos pacientes y humanizan su estancia en el hospital.

Nada más empezar la sesión Vera se dirige hacia la joven que está más nerviosa. “Es muy empática”, dice su guía canina. Los 20 adolescentes ingresados, de entre 12 y 17 años, comienzan la terapia con los brazos cruzados y un movimiento de piernas constante, propio de un comportamiento ansioso, pero la perra se pasea entre ellos y les demanda cariño. Entre caricia y caricia, la postura corporal de los jóvenes se relaja y empiezan a contar cómo se sienten.

Este proyecto terapéutico, desarrollado en colaboración con la Asociación de expertos Bitácora Psicología y Bienestar y financiado con fondos de la Fundación Dingonatura, pretende aliviar la sensación de aislamiento que tienen estos pacientes y contribuir a la resolución de sus problemas emocionales y sociales. La conexión con el animal favorece el aumento de la autoestima, el control de la impulsividad y la reducción de la ansiedad.

La directora de la Cátedra de Animales y Sociedad de la URJC, Nuria Máximo, explica que los seres vivos necesitamos vincularnos a la naturaleza y a los animales. “Es una conexión innata llamada biofilia”, cuenta. Por ello, la perra consigue la receptividad del paciente que, generalmente, ingresa encerrado en sí mismo, con una actitud asertiva. “El animal abre la primera puerta para que el resto de los profesionales puedan trabajar después”, asegura Máximo.

La personalidad social del can, ligada a su carácter leal, propicia la sensación de seguridad en estos adolescentes. El coordinador de la unidad Infanto-Juvenil de Psiquiatría del Hospital Universitario 12 de Octubre de Madrid, Rodrigo Puente, explica que estos perros “favorecen el vínculo porque demandan contacto y son figuras de apego fácil”, en un momento en el que la mayoría de los adolescentes ingresados se sienten juzgados por su entorno y desconfían de los demás. “Muchos de ellos han vivido experiencias muy fastidiadas”, matiza el doctor. Se genera una confianza entre el animal y el adolescente que permite el avance del tratamiento médico y psicológico.

Puente aclara que el 60% de los pacientes ingresados han intentado suicidarse o se autolesionan. “Presentan un carácter depresivo y una dificultad en la regulación emocional”, aclara. Otros jóvenes padecen trastornos de conducta alimentaria o sufren cuadros psicóticos. En su mayoría son mujeres. “Sospechamos que los intentos autolíticos son una manera más frecuente de expresar el malestar entre ellas. La patología interiorizada de las adolescentes es mayoritariamente emocional. Sin embargo, los chicos suelen mostrar comportamientos agresivos o tender al consumo de sustancias”, aclara el doctor.

La terapia se realiza en grupos de 10 personas, una vez por semana durante 45 minutos, y está guiada por la psicóloga clínica experta en intervenciones con animales Carolina Ormazábal. Diseña actividades centradas en la atención para que los pacientes aprendan a redirigir sus pensamientos intrusivos. Un ejercicio consiste en que los jóvenes logren que la perra deje de demandar cariño para que se concentre en otra cosa, por ejemplo, su juguete.

Los adolescentes también trabajan con “el semáforo emocional” para aprender a relajarse. “Si Vera se encuentra con otro perro en el parque y se pone nerviosa, ¿qué podemos hacer?”, pregunta la psicóloga. “No siempre que te dicen tranquila, te tranquilizas, depende de quién te lo diga y cómo”, responde una joven mientras acaricia a la perra.

“Acompasar su respiración diafragmática con la del perro también les ayuda”, aclara Ormazábal. Automatizan estrategias que les ayudan a tranquilizarse para que en un momento de dificultad no se bloqueen. Aprenden trucos para autogestionar sus sentimientos fuera del hospital. Identifican emociones, las regulan y las normalizan.

El can adecuado para trabajar con estos pacientes no necesita tener una raza concreta, pero sí un carácter estable y muy sociable, según explica la guía canina. “Necesitamos ‘perros regalados’ que busquen a los chicos porque ellos no están ahora mismo para dar el primer paso”, cuenta Máximo.

San José entrena el autocontrol, la estabilidad, la independencia y la seguridad en Vera para que lo transmita a los jóvenes: “Si hay que empoderar al paciente en la toma de decisiones, la perra tiene que estar empoderada también”. Además de ser su guía canina, es su dueña, algo que considera imprescindible para que el animal se muestre confiado. No ejercita en exceso la obediencia. Así evita que su mascota esté pendiente de una orden, lo importante es que se centre en el paciente.

Las sesiones de terapia no se diseñan con una previsión temporal concreta porque no se pueden prever los ingresos y las altas médicas. En cada jornada “se trabaja una habilidad emocional intrínseca a todas las esferas de la persona porque la salud mental afecta al conjunto del organismo”, precisa Máximo.

El equipo médico observa buenos resultados. “Los chicos reducen mucho su sintomatología ansiosa. Las compañeras nos dicen que acuden a la sesión de comida terapéutica más relajados y receptivos. En las clases ―impartidas en el hospital― también se concentran mejor”, cuenta Ormazábal.

Quedan cinco minutos para terminar la sesión y todos rodean a Vera. La única adolescente que le tenía miedo la acaricia en la parte de su cuerpo más alejada de la boca. “Ojalá tener un perrito en cada habitación”, dice una joven. Apuran hasta el último segundo para estar con el animal. Los pacientes del Hospital 12 de Octubre ya saben que cuentan con Vera “para echarles una pata” cuando más lo necesiten.

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