sábado, 27 de julio de 2024
Foto: Celso Rey García

Como es necesario tomar a alguien como de los primeros turistas que llegaron a esta zona realmente a hacer turismo, me referiría a una familia de un pueblo cercano a Buenos Aires que, en la época del Paralelo, se arriesgaron a llegarse hasta aquí porque tenían parientes en la zona, aplicando la siguiente lógica: si nuestros parientes viven toda su existencia allá, ¿por qué no vamos a ir nosotros por un tiempito? Y sin pensarlo más, cargaron el enorme cascarón de un káiser Carabela de todos los implementos necesarios para una temporada de verano y se lanzaron a la conquista de la Patagonia.

Llegaron bien, con un enorme surtido de anécdotas de todos los percances del camino, y firmemente decididos a vivir la naturaleza a pleno. Les pareció que Madryn era muy poblado y prefirieron ubicarse en Pirámides. Recorridos los 100 kilómetros de tierrales llegaron a la bajada del pueblito, en un atardecer de esos serenísimos que Pirámides suele tener, todo quietud, todo silencio, toda belleza. El pueblito y el mar allí bajo las lomas los maravilló y luego de vivir un rato el paisaje hasta grabarlo bien  en sus mentes, se largaron por las curvas de la bajada y a la mitad de la única calle que existe, encontraron a un habitante del silencioso y juzgaron oportuno hablarle para informarse de dónde poder armar el campamento y dónde poder surtirse de comestibles. El buen hombre, luego de las presentaciones y dejarlos explicarse de lo que querían, les dijo: “A mí llámenme Roquito y no precisan armar campamento porque les dejo mi casa como está. Y por la comida no se preocupen que les hago un regio asado de oveja vieja, mientras tanto ustedes vayan y disfruten de la playa que yo me encargo de lo demás”.

Esto les pareció lo más maravilloso que habían visto es sus vidas y no podían creer que estaban en el planeta tierra, tuvo que insistirles el hombre para que comprendieran que la gente de Pirámides actuaba así. Aunque un poco dudosos de que todo era real, pararon el enorme “Carabelón”, delante de la casa del señor Roque y se decidieron a llegar a pie hasta la playa. Recorrieron la costa, los tamariscales y esto les llevó unas horas. Cuando regresaron Don Roque les estaba haciendo un magnífico asado y nuevamente les tuvo que insistir: “Bueno, allí tienen la casa a disposición de ustedes, sucede que mi esposa no está y yo me voy a dormir a lo de una hija, así que dispongan, es toda de ustedes”.

Mientras cenaban el más rico asado de ovejas que habían probado en sus vidas apareció un señor al que Don Roque presentó como el Juez de Paz. Dio la casualidad que era del mismo pueblo de los turistas, así que tuvieron una sobremesa muy divertida pero se les habían terminado los cigarrillos y quisieron averiguar dónde ir a comprar, a lo que el señor les dijo: “Aquí no hay donde conseguirlos, pero yo voy a ver si les traigo”, y se despidió de los viajeros. Al rato aparece otro señor, quien se presenta diciendo: “Soy el comisario y me dijo Don Bachi (o sea el Juez) que les faltaban cigarrillos, yo solo tengo este paquete pero lo compartiremos, mañana me van a traer de Madryn”.

Esa primera noche de turistas en Pirámides les pareció de maravillas; un señor a quien jamás habían visto les da la casa, en juez comparte la cena y envía al comisario, quien comparte con ellos el único atado de cigarrillos que tiene y todo así, sin ninguna solemnidad, todo ofrecido con alegría, como si fueran conocidos de toda la vida, con la sencillez propia de la gente bien intencionada que lo hace porque le sale del corazón.

Pasaron una temporada inolvidable, con Don Roque de cocinero y guía y con la gran amistad de los propios habitantes de la villa y al regresar, cuando quisieron de alguna manera pagar lo vivido, nadie les aceptó nada y los despidieron recomendando que regresen ya que ahí tenían su casa. “Los vamos a extrañar, vengan otra vez”.

Desde entonces a la fecha todo cambió. A Pirámides lo visitaron miles y miles de turistas y los habitantes del pueblito lógicamente tuvieron que cambiar la forma de tratar a los viajeros, no tanto porque ellos procedan diferente sino porque no todos los viajeros comprendieron la amistad desinteresada que se les brindaba y devolvieron malos procederes a cambio de amistad.

Fragmento de “Madryn Olvidado”, de Juan Meisen

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