sábado, 27 de julio de 2024

Aristocráticas, campesinas, indígenas, artistas… Las mujeres fueron un pilar importante en la construcción de nuestro país. Con sus ideas y acciones, muchas pasaron a la Historia. Ellas son las Mujeres de la Patria. Muchas tuvieron un rol clave en los hechos que permitieron liberarnos de la monarquía española.

María Remedios del Valle: Fue una de las primeras en sumarse a los combates armados de las guerras por la Independencia desde la formación del primer gobierno patrio. Su primera actuación fue en la Expedición del Alto Perú junto a su marido y a sus dos hijos. Además de acompañar, curar y alimentar a los soldados heridos, peleó junto a ellos.

“La Madre de la Patria”, así la llamaron a María Remedios del Valle, una argentina de origen africano que nació en 1766 en la capital del Virreinato del Río de la Plata. Ella no fue ama de casa, ni periodista, ni esposa de un político. Su vocación de servicio la llevó a realizar trabajos de enfermería para auxiliar a quienes defendieron la ciudad porteña durante la segunda invasión inglesa, en 1807.

Su espíritu patriótico la hizo ir más allá, incluso, para tomar las armas. Así lo hizo. Estuvo enlistada en distintas batallas y fue Manuel Belgrano quien, deslumbrado por su compromiso, disciplina y lealtad, la nombró capitana de su ejército.

Participó en la batalla de Ayohúma, Vilcapugio y Tucumán, así como también en el Éxodo jujeño. Perdió a su marido y a sus dos hijos en combate y en los diferentes enfrentamientos recibió incontables heridas de bala y sable en su cuerpo. En 1813 fue tomada prisionera por los españoles, quienes la azotaron por nueve días por haber ayudado a huir a oficiales patriotas en el campo de prisioneros. Esas cicatrices le duraron por el resto de su vida. Finalmente, pudo escapar e incorporarse a las fuerzas de Martín Miguel de Güemes y Juan Antonio Álvarez de Arenales, para otra vez cumplir una doble función, la de combatiente y enfermera. Siete veces estuvo “en capilla”, a punto de ser ejecutada por el enemigo.

Una vez terminada la guerra regresó a la ciudad de Buenos Aires donde se encontró con la indigencia.

Su suerte cambió en agosto de 1827 cuando el general Juan José Viamonte la reconoció pidiendo limosna en las calles de la Ciudad de Buenos Aires, ya hundida en una extrema pobreza. Viamonte -una vez elegido diputado- solicitó ante la Junta de Representantes de la Provincia de Buenos Aires que se le otorgase a María Remedios una pensión por los servicios prestados a la patria.

Esta mujer es realmente una benemérita. Ella ha seguido al ejército de la patria desde el año 1810. No hay acción en que no se haya encontrado en el Perú. Era conocida desde el primer general hasta el último oficial en todo el ejército. Ella es bien digna de ser atendida porque presenta su cuerpo lleno de heridas de balas, y lleno además de cicatrices de azotes recibidos de los españoles enemigos y no se la debe dejar pedir limosna como lo hace. […] Yo no hubiese tomado la palabra porque me cuesta mucho trabajo hablar, si no hubiera visto que se echan de menos documentos y datos. Yo conocí a esta mujer en la campaña al Alto Perú y la conozco aquí; ella pide ahora limosna; porque después de esa vida durante tantos años, herida y maltratada, no podía trabajar naturalmente”, fueron los argumentos de Viamonte para proponer el reconocimiento de María Remedios.

Murió el 8 de noviembre de 1847 sin haber recibido en vida el reconocimiento por su colaboración en la Guerra de la Independencia argentina. La narrativa histórica tampoco le había dado -hasta ahora- el lugar que se merece junto aquellos héroes y heroínas comprometidos, valientes y generosos que han puesto su vida entera al servicio de la Patria.

Manuela Pedraza: Nacida en la provincia de Tucumán alrededor de 1780, luchó por la reconquista de Buenos Aires en 1806 tras la primera invasión inglesa y se destacó por haber luchado cuerpo a cuerpo con un soldado inglés al cual venció. Santiago de Liniers la declaró heroína distinguida con el grado de Alférez, y finalmente pasó a cobrar un sueldo por su labor.

Su nombre completo era «Manuela Hurtado y Pedraza», pero era conocida por todos como «Manuela la Tucumanesa» (viejo estilo de «Manuela de Tucumán»), cuando luchó por defender Buenos Aires, o simplemente Manuela Pedraza.

Los historiadores creen que huyó a Buenos Aires para escapar a la condena social que le significaba haber sido madre soltera de un niño bautizado el 6 de mayo de 1798, con el nombre de Juan Cruz.

Durante la Primera Invasión Inglesa, entre los días 10 y 12 de Agosto de 1806 tuvo lugar la lucha final por la Reconquista de la ciudad de Buenos Aires, llegando a su punto máximo cuando las milicias y los voluntarios conducidos por don Santiago de Liniers tomaron la Plaza Mayor y pusieron sitio al Fuerte de la ciudad, que era el último bastión en donde se habían atrincherado los invasores británicos, para resistir la embestida final de Liniers y los suyos.

Es legendaria la participación de hombres, mujeres y niños de todas las edades en las jornadas de la Reconquista. El propio Juan Manuel de Rosas, que tenía, a la sazón 13 años, participó con heroísmo en la misma.  Su participación fue considerada heroica, al nivel de ser reconocida por el Rey Carlos IV de España.

El propio Santiago de Liniers, entonces Comandante General de Armas de Buenos Aires, fue el primero en narrar las proezas de Manuela Pedraza. Dice Liniers en su parte: “No debe omitirse el nombre de la mujer de un cabo de Asamblea, llamada Manuela la Tucumanesa, que combatiendo al lado de su marido con sublime entereza mató un inglés del que me presentó el fusil”. En ningún lugar se menciona que el marido de Manuela hubiera caído en la batalla. Del parte de Liniers, que se conserva actualmente en el Cabildo de la ciudad de Buenos Aires se desprende que Manuela era tucumana, que combatió gallardamente al lado de su esposo, y que, en la acción de la Reconquista, ultimó a un soldado británico; del cual obtuvo su fusil, que se lo presentó, en tributo, al Reconquistador de la ciudad. También se desprende que su marido era cabo de milicias y que el soldado ultimado por la “tucumanesa” era sólo uno y no dos, como dan cuenta otras versiones.

Martina Céspedes:  fue una gran defensora de territorio durante la segunda invasión inglesa en 1807. Junto con Martín de Álzaga, durante el ataque inglés capturó doce soldados que posteriormente entregó al Virrey Liniers. Gracias a su aporte, recibió el título de Sargento Mayor del Ejército y fue nombrada “Defensora de Buenos Aires”.

A las seis y media de la mañana, con las primeras luces, tronaron 21 cañonazos. Las primeras balas cayeron en los alrededores de la plaza y una ingresó a la sala del Cabildo por la ventana de atrás del edificio.

En el plan pergeñado por Whitelocke, jefe de las tropas de ataque, estaba el de apoderarse de los edificios de los betlemitas y de la iglesia de Belén para inmediatamente desde la altura de su campanario hacer flamear la bandera británica, para que con aires triunfales se viera desde toda la ciudad y desde el río, donde se encontraba la flota invasora. Así se hizo. Las fuerzas extranjeras alcanzaron la Residencia a las siete de la mañana del 5 de julio de 1807.

Fue en esta situación en que, dueños de la zona sur, algunos soldados ingleses salieron por las calles en busca de alcohol. La bebida era un mal endémico de los ingleses. Un grupo de soldados, algo bebidos, golpearon a su puerta de la casa de Martina, herméticamente cerrada como lo estaban todas las casas de Buenos Aires.

Al inquirir quién vive, la dueña de casa se percató de la impaciencia de los beodos que a los gritos solicitaban ser atendidos. Exigió calma y prometió servirlos como lo pedían, pero, eso sí, ingresarían a la casa de a uno por vez. No podía arriesgar la integridad de sus hijas en una zona donde la ley estaba en manos de los invasores.

La sugerencia fue aceptada, pues fue el procedimiento que los borrachines encontraron para seguir bebiendo. No podían atropellar y tirar la puerta abajo, pues enfrente, precisamente en la Residencia, estaban sus jefes y sobre el abuso de alcohol y sus excesos ya estaban en autos. De modo que los pícaros, en silencio y sin alboroto, de a uno fueron entrando.

Las damas, dueñas de una gran temeridad, los redujeron a medida que ingresaban. Doce en total. Atados y arrojados a cuartos interiores muchos de ellos durmieron la mona. ¡Qué ironía, afuera los ingleses eran dueños de la calle, en la casa de Martina estaban rendidos!

Finalizada la ocupación, Martina tomó los 12 rehenes y se dirigió a la plaza. Frente a Liniers hizo entrega de los soldados detenidos, pero la sorpresa fue que devolvió 11. Uno se lo quedó su hija menor, Josefa. Se habían enamorado. En un veloz amor que nació en dos días y en un sótano oscuro de Buenos Aires.

Martina Céspedes fue nombrada sargento mayor del ejército con derecho a sueldo y uso de uniforme. Desfiló en los actos patrios. Se recuerda aún cuando, en 1825, lo hizo al lado del gobernador, el general Las Heras.

 Juana Azurduy: Juana Azurduy nació el 12 de julio de 1780 en Toroca, una población ubicada en el norte de Potosí perteneciente al Virreinato del Río de la Plata (actualmente Bolivia).

En 1809, luego de que estallara la revolución independentista de Chuquisaca, un 25 de mayo, tanto Juana como su esposo se unieron a los ejércitos populares y ayudaron a destituir al gobernador y a formar una junta de gobierno que duraría hasta 1810, cuando las tropas realistas vencieron a los revolucionarios.

A partir de ese entonces, a través de una organización conocida como “Los Leales”, el matrimonio combatió contra imperio español destacándose especialmente Juana por su valentía y su capacidad de mando, hecho que le valió nombramiento de teniente coronel, en el verano de 1816, y la entrega simbólica de un sable por las tropas enviadas desde Buenos Aires con objetivo de liberar el Alto Perú.

Ese mismo año, ya embarazada de su quinto hijo, Juana sufrió una herida en la batalla de la Laguna, y al intentar rescatarla, Miguel Asencio Padilla murió en combate. Su cuerpo fue colgado por los realistas y luego de dar a luz, la soldada se unió a la guerrilla de Martín Miguel de Güemes, que operaba en el norte del Alto Perú defendiendo en seis ocasiones las invasiones realistas.

Tras haber participado de numerosas guerras por la independencia, combatiente en el Alto Perú, Juana Azurduy asumió la comandancia de los enfrentamientos bélicos que se dieron en el marco de lo que fue la Republiqueta de La Laguna, una guerrilla independentista que luchó por la liberación del actual territorio de Bolivia hasta 1817.

Años después, tras caer el último reducto realista del ex virreinato del Río de la Plata en el Alto Perú, el 1 de abril de 1825, Simón Bolívar la ascendió a coronel y le otorgó una pensión que recibió durante cinco años. Luego de la proclamación de la independencia de Bolivia, la Coronela intentó recuperar sus tierras, sin lograrlo, y murió en la miseria el 25 de mayo de 1862, a los 81 años en la provincia argentina de Jujuy. Fue enterrada en una fosa común.

Cien años más tarde, sus restos fueron exhumados y trasladados a un mausoleo construido en la ciudad de Sucre, Bolivia, y en 2009 fue ascendida a Generala del Ejército argentino y mariscal de la república boliviana.

María Loreto Sánchez de Peón Frías: Fue una patriota que lideró los combates en Salta junto a otras tres mujeres que integraban la organización de Damas de la Sociedad Salteña.

María Loreto dirigió a un grupo de distinguidas damas, sus amigas de mayor confianza, entre las que se hallaban Doña Juana Moro de López, Petrona Arias y Juana Torino, entre otras valientes “Bomberas”, que ayudadas por sus hijos pequeños y sus criados espiaban al enemigo realista e informaban a los patriotas, aprovechando de su sociabilidad y afición a las fiestas.

Así, Doña María Loreto, secretamente pasó a ser la Jefa de Inteligencia de la Vanguardia del Ejército del Norte y como tal autora de un plan continental de “Bomberas” que fue aprobado y autorizado por el General Güemes. Para cumplir con ello se contactó con otros patriotas del Norte, como Antonio Álvarez de Arenales y Juana Azurduy de Padilla.

En estas actividades estuvo Doña Loreto desde 1812, en tiempos del General Belgrano, hasta 1822, en todo el periodo de la Guerra Gaucha con el General Güemes.

Para conseguir su objetivo, vendía pan y pastelillos al ejército realista, a la hora de pasar lista, se sentaba en un rincón, en cuclillas, como lo hacían las criollas, silenciosamente tomaba conociendo de la cantidad de soldados que había, llevando cuenta en dos bolsitas de maíz, una para los presentes y otra para los ausentes.

En el hueco de un árbol, a orillas del río Arias, depositaba los mensajes para el Coronel Luis Burela y retiraba los que le estaban dirigidos a ella.

Como muestra de su valor, se cuenta que en 1817, el General La Serna había planeado una entrada al Valle Calchaquí y para distraer a los salteños organizó un baile, pero Doña Loreto allí se entera por boca de un oficial encandilado con su belleza de la mentada expedición. Sin demora y aun siendo de noche, monta un caballo y da aviso a los patriotas, que pudieron organizar la defensa y derrotar al enemigo.

En otras oportunidades, vestida de gaucho, de noche salía a cabalgar internándose en el monte, por senderos solo por ella conocidos, para encontrarse con sus compañeros de causa.

Los realistas entraron en sospechas de las actividades de las damas salteñas y comenzaron a vigilarlas. Así es como pasó Doña Loreto la experiencia de estar presa en el Cabildo, mientras su Esposo estaba en Guachipas y partía hacía allí la expedición realista. Las “Bomberas” inmediatamente se organizaron para dar aviso.

Mariquita Sánchez de Thompson: María Josefa Petrona de Todos los Santos Sánchez de Velazco, mejor conocida como Mariquita Sánchez, nació en Buenos Aires el 1 de noviembre de 1786, en una familia de alta alcurnia burguesa.

Su madre, Magdalena Trillo y Cárdenas pertenecía a una bien conocida familia porteña y su padre, Cecilio Sánchez Ximénez de Velazco, era un rico comerciante español que ejerció algunos cargos políticos. Aunque la vida de Mariquita ha sido recordada y novelada hasta alcanzar una dimensión mítica en la historia argentina, pocos detalles se conocían de su quehacer hasta recientemente

A partir de su matrimonio con Thompson en 1805, comienza a ejercer las funciones de anfitriona de uno de los salones más notables y mejor concurridos del Río de la Plata. Ambos esposos son entusiastas partícipes en la causa independentista y su casa es un centro de reunión para quienes planean la destitución del virrey y la formación de un gobierno republicano. Las tertulias en su salón, que mantiene a lo largo de su vida, ocupan a la anfitriona y le ofrecen la posibilidad de intervenir en discusiones de carácter público y cuya resonancia llega hasta los centros del poder.  La tradición histórica le atribuye haber sido la sede en la que se cantara por primera vez el himno nacional. Ese relato tradicional ha quedado fijado en la memoria colectiva de la nación.

 

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